El primero de septiembre, como lo ordena la Constitución, el presidente de México Andrés Manuel López Obrador, por medio de la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, entregó el Primer Informe de Gobierno que corresponde al ejercicio del primer tramo de su mandato, para cumplir con esta obligación y que se lleve a cabo el análisis correspondiente en el Congreso de la Unión.
Así que habrá que esperar para que los legisladores hagan la tarea y desmenucen las cuentas que entrega el gobierno federal y poder valorar los alcances de un incipiente gobierno, cuyo titular ordena la agenda todos los días, y se ha caracterizado por un discurso empeñado en dividir, imponiendo su visión por encima de los problemas que deberían ser más importantes en la vida política y social del país.
Esta visión que ha sido característica de López Obrador, no dejó de prevalecer en el mensaje que ofreció con motivo del primer informe, provocando que la atención se centrara en otras cosas menos importantes, lo que equivale a un manejo demagógico que se impone a un acto que debería ser de diferentes características.
Aunque, conociendo las formas del mandatario, difícilmente iba a salir de su postura pendenciera, esa que él mismo elogia, como si se tratara de algo adecuado para la investidura que representa, y bueno, “soy un hombre que no cambia y que persiste” ha dicho el presidente López, aunque eso apunta a que aún con errores, llevará a la nación a un callejón sin salida.
La inseguridad le ha hecho ver que no es sólo con su deseo, o porque lo haya dicho, con lo que el crimen y los criminales cederían a sus encantos como la mayoría de los votantes mexicanos, ya que apostó que al llegar al cargo que hoy ostenta acabaría con la corrupción, con la inseguridad y enderezaría las cosas que estaban mal, se ha dado cuenta que no midió bien.
Después, él mismo se impuso un término de tiempo, nadie lo obligó, uno de ellos, casualmente el que más le impone una cruda realidad enfrente, y se le desvela con resultados más que preocupantes, es la inseguridad, ya que primero declaró que a su llegada al cargo se notaría la diferencia, después, determinó que en seis meses se verían resultados, y finalmente aceptó que tardaría más tiempo. Ahora, sin una fecha fatal acepta que no es fácil la importantísima tarea, y eso de acusar a las anteriores administraciones ya no le va, porque como nunca, y pese a sus otros datos, la delincuencia ha aumentado materialmente en todos los rubros.
El manejo mañoso de cifras, como lo hizo en el Distrito Federal, hoy Ciudad de México, no le dan para controlar la percepción, porque aún con ese casi 70% de aprobación ciudadana, dicen una cosa, pero la realidad no la controla ni la Cuarta Transformación que dice otra.
Es precisamente en donde basa el gobierno actual sus logros, en la percepción popular, que no lleva necesariamente a una realidad irrefutable con resultados, basada en un proyecto sólido, bien planeado y bien pensado, con los alcances necesarios para el ambicioso cambio de régimen que tanto añora, aboliendo al inexistente neoliberalismo. La retórica de López Obrador solo puede garantizarle, si no surge alguien que le haga sombra, la permanencia en el poder de su nuevo y poderoso movimiento.
El de Macuspana debe tomar en cuenta que los ciudadanos, que se manifiestan en las mediciones de aceptación, le dan el beneficio de la duda, pensando tal vez en que es muy poco el tiempo para sacar conclusiones, pero a la mitad de su gobierno, la percepción será más real. El resultado de sus decisiones, y la composición o descomposición de éstas ya se verán en su momento.
Aunque hay señales que oprimen al nuevo régimen, como pomposamente exigen que se les diga, como si fuera el resultado de un movimiento armado; la impericia, su arrogancia, la impreparación, las ocurrencias sin sustento, entre otras, y una muy especial al exterior, la figura de Donald Trump, presidente de Estados Unidos.
Ahora, antes de la presentación formal del Informe de Gobierno, el presidente López da un mensaje muy similar a las charlas mañaneras, lo que lo convierte en una repetición de lo que se escucha todos los días, mensajes amañados y una información pendiente por descubrir su veracidad.
En el discurso, AMLO evitó temas álgidos, como el del asunto que destapó el periodista Carlos Loret de Mola, respecto del escándalo de los bienes inmuebles de Manuel Bartlett Díaz, director de la Comisión Federal de Electricidad. Éste no mereció en su momento, ni siquiera la indicación que se aclarara, no, al contrario, el presidente lo arropó como lo ha hecho con sus allegados que en algún momento han sido señalados por prácticas dudosas de corrupción, incluso a la defensa del personaje en cuestión salió la propia Irma Eréndira Sandoval Ballesteros, secretaria de la Función Pública, quién debería ser la encargada de llamar a cuentas al director de la CFE.
Todo se resume en un discurso vacío, sin datos ni pruebas de lo que se presume, sin embargo, se exige que sean reconocidos logros que no pueden ser verificados, se presume también, que México está en un auténtico estado de Derecho, cuando es el propio titular del ejecutivo federal que viola sistemáticamente las leyes. Los delincuentes gozan de esa inexistencia, con la impunidad como bandera. ¿Cuál Estado de Derecho?