Sacralizado el 20 de noviembre como la fecha insignia del aniversario de la Revolución Mexicana nos disponemos a observar el desfile de la añoranza de un tiempo ido; un desfile con 2 mil 600 jinetes y una locomotara según se ha sabido. Los rituales y los símbolos cabalgarán petrificados bajo la mirada atónita de los jóvenes y el asombro de los niños.
Ciertamente saber de dónde venimos nos permite saber a dónde vamos como lo señalaba Winston Churchill, pero atarse al pasado impide ir al encuentro del futuro.
Surgen, entonces, algunas preguntas: ¿Seguimos viviendo en el siglo XIX o en el XX? ¿La Revolución Mexicana es la piedra angular de la ecuación del autoritarismo que se vive como ocurriera en Unión Soviética? ¿La visión morenista de la Revolución Mexicana inhibirá el análisis de la narrativa que consumimos día con día como si fueran papas fritas, por radio y televisión?
En la búsqueda de legitimación, el movimiento revolucionario va convirtiéndose cada día más, en un símbolo novelesco más que en un movimiento vital, continuo de una sociedad que demanda, necesita evolucionar. Claro que en un país amante de los símbolos, de las tradiciones y de los rituales, una celebración iconográfica con pan y circo, seguramente será aplaudida y no reflexionada. El desfile y el resto de la celebración, –clase de historia de primaria para los televidentes– muy a modo del régimen.
Los herederos de la revolución llamados en otro tiempo cachorros de la revolución, vivirán con indiferencia la fecha y seguirán disfrutando de la herencia de sus abuelos, que fueran generales revolucionarios y caciques. El resto de los mortales tendrán un fin de semana largo, lleno de preocupaciones y carencias al nuevo estilo austero. La Revolución Mexicana, un monumento, un museo. Francisco I. Madero integrante de la identidad gráfica del régimen. Y Venustiano Carranza, bien gracias ¿Quiénes serán los guardianes de la Revolución?
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@MargaJimenez4
