Frente a las pandemias epidemiológica, económica y financiera que nuevamente evidenciaron las funestas consecuencias de un esquema de capitalismo aplicado mediante una teología perniciosa, se dejó atrás la narrativa teologal, llena de optimismo, de los episodios “convulsamente necesarios” para encarar un futuro con mayor esperanza.
“Todo es a largo plazo”, decían los profetas de la ilusión, apelando a la “serenidad y paciencia” kalimanezca como filosofía de la consolación para millones de sufrientes.
Ahora, por el contrario, abandonados por deificados miembros “invisibles” y ya sin el gastado estribillo de que “los mercados están haciendo lo que mejor saben: autorregularse” (esto luego de la inyección de sumas bestiales por partes de los “gobiernos”), los signos son de desesperación y de angustia.
Los sermones (recetas), incluido Keynes como bateador emergente (gobierno al rescate mediante préstamos con cargo a los ciudadanos), no surten los efectos deseados en todos lados, quizás porque están sobradamente probadas las consecuencias todavía más devastadoras.
Son recetas de viejo humor negro donde el masoquista le pide a un sádico que le haga daño y en vez de flagelarlo, de torturarlo, de hacerlo sufrir, el segundo se niega pues no hacerlo es lo único que le causa un verdadero dolor.
Ignoro si las medidas que está adoptando el auto-llamado gobierno de la “Cuarta Transformación” para atender la situación vayan a resultar las correctas, como el uso de fondos de fideicomisos y el reclamo de pago de impuestos a grandes empresas. Al final, los ejecutantes habrán de cargar con la condena o con el reconocimiento, especialmente el presidente Andrés Manuel López Obrador.
Pero lo esencial estriba en que de esa manera se está desafiando a los teólogos del capitalismo y sus cánones de las últimas décadas. Por eso, no son fortuitos ni casuales los lances casi simultáneos de las agencias calificadoras de riesgo al colocar casi en condición de bonos basura las deudas de Petróleos Mexicanos (la ansiada joya de la corona que se les está yendo de las manos) y la del país, ni los que se han dado desde otros frentes identificados con la doctrina del “Ogro Salvaje”.
Y como no puede ser de otra forma, la información y la propaganda se fusionan ya sin matices, ni textos edulcorados o posturas “políticamente correctas”, sin optimismo desbordado frente a la fatalidad, para intentar obtener ventajas.
No es sorpresivo entonces que un medio como el británico “Financial Times, órgano de fonación del “Ogro Salvaje” planetario, reproche al gobierno de AMLO haber “descartado endeudamientos adicionales, desgravación fiscal o salvamentos”.
Nada menos que desde el viejo imperio se sostuvo que “México tiene una presidencia imperial y a un presidente imperioso” que, en el colmo de los horrores, hasta saludó de mano a la mamá del capo “más infame” (El Chapo Guzmán), desatendiendo las medidas de “sana distancia”.
Hete aquí las blasfemias en la que incurrió el mandatario “imperioso” y que se remarcó una y otra vez: “López Obrador es único en su clase al negar la necesidad de un gran estímulo fiscal y monetario para rescatar a la economía de la recesión”, y enseguida la profecía trágica: “… el consenso del mercado es que México estará entre los países más afectados por la pandemia debido a su dependencia de la manufactura, el turismo, las remesas y el petróleo de Estados Unidos”, y: “Cada vez más voces en la élite de México hablan de una inminente tragedia”.
Lo que no se dice es que después de cada huracán económico y financiero del nivel 5 como el que se vive por la pandemia del Covid-19, igual que otros que se han padecido en décadas recientes (la última en el 2008 con los derivados “tóxicos” -fraudulentos- de las hipotecas Subprime), los resultados finales aterrizarán en lo mismo: deudas bestiales de los gobiernos a pagar a muy largo plazo, mayor acumulación entre los pocos propietarios de la riqueza y más pobreza entre los millones de titulares de la miseria.
Como dato, a finales del 2019 la deuda mundial alcanzó los 255 billones de dólares y este año ha superado el 322 por ciento del PIB anual del planeta”, según difundió el pasado 7 de abril el Instituto de Finanzas Internacionales con sede en Washington. Eso supone 40 puntos porcentuales (87 billones de dólares) más que la deuda acumulada al inicio de la anterior crisis económica en 2008.
Y aquí no ha ganado más que el funestamente célebre “1 por ciento”, con todo y el más que mediocre crecimiento económico mundial, que no ha superado el 2 por ciento en varias décadas.
En el caso de nuestro país, de diciembre del 2008 a la fecha, la deuda externa pública federal aumentó 267 por ciento. Pasó de 56 mil 939 millones de dólares a 208 mil 710 millones de dólares, según consecutivos de la SHCP y Banco de México.