En estos momentos de tanta incertidumbre, de miedo y de impotencia ante el embate económico que se viene; ante tantos negativos que a diario atestiguamos a través de los medios de comunicación por el COVID19, vale la pena darle espacio también a los saldos positivos, que solo una observación más atenta nos ayuda a captar.
Más que a las causas, hoy debemos mirar a los efectos. Si bien todos se estiman desoladores, hagamos espacio a la siguiente reflexión.
La pandemia del coronavirus nos ha despertado bruscamente de un peligro que siempre ha corrido la humanidad, y que en los últimos años tomó mayor fuerza: el delirio de omnipotencia.
Ha bastado el más pequeño elemento de la naturaleza, un virus invisible, para recordarnos que somos mortales y que la tecnología y el poder económico no bastan para salvarnos; y quedó claro, nuestra orgullosa civilización tecnológica ha sido rebasada.
Este virus llegó a trastornar nuestros proyectos y nuestra tranquilidad; pero ojo aquí, este trastorno, esta pausa puede estarnos salvando de un abismo mayor que no veíamos, el del egoísmo, el del sentimiento de superioridad, el de creernos omnipotentes.
Nos está salvando de solo buscar las riquezas materiales y las recompensas físicas y la autosatisfacción, ignorando el dolor de los demás, empezando por la familia.
Sin duda, uno de los frutos de esta experiencia debe ser la solidaridad, como factor imprescindible en el nuevo orden mundial. Perdernos en el egoísmo, a largo plazo, nos acabaría minando como humanidad.
¿Cuándo en la memoria del mundo, las naciones se sintieron tan unidas en el miedo y el dolor? Nunca.
Este virus, en un instante, derribó los muros y fronteras de todo tipo.
No debemos volver atrás cuando este momento haya pasado.
No desaprovechemos esta ocasión, no hagamos que tanto dolor, tantos muertos, tanto compromiso heroico de muchos haya sido en vano; volvamos a una vida más fraterna, más humana, mas consiente de las necesidades de los demás y de que tenemos en nuestras manos la oportunidad de ayudar sin protagonismos; solo por humanidad.
Dejemos, pues, a las próximas generaciones un mundo quizá más pobre de cosas y de dinero, si es necesario, pero más rico en humanidad.
