Tanto lo cómico como lo trágico han representado para los viejos bardos claros “signos satánicos del ser humano”, miseria infinita respecto del “ser” que, en términos de “grandeza” y más si se trata de figuras del poder púbico y el poder económico, solo guarda semejanza con los animales… y con todos los trastupijes de que es capaz.
Tragi-cómico, por ello el “Muy bien campeón, vamos por todo” es, no la expresión de aliento que, por ejemplo, daría cualquier manager a su boxeador en la esquina en las postrimerías de un encuentro muy disputado, sellada con el clásico exhorto de: “suelta golpes, ya lo tienes, todavía lo puedes noquear, vamos…”. No, se trata de la declaración rubricada de un indiciado ante las autoridades ministeriales (Emilio “L”, dixit, ex director de Petróleos Mexicanos, en calidad de “testigo colaborador”, según el gobierno, “vil traidor”, según sus ex compañeros de viaje) en la que una nutrida cantidad de personajes del neoliberalismo acapara reflectores, en una guerra abierta por el poder entre dos visiones aparentemente distintas de doctrinas políticas y económicas.
Según el declarante, fue un gesto de felicitación tras cumplir con éxito la encomienda, como quien cumple una “peligrosa misión”: haber repartido sobornos entre legisladores (un acto de auténtica “resistencia heroica”, si se consideran los señalamientos de que la entrega tranquila y pacífica de una o varias bolsas repletas de fajos de billetes, previamente convenida, derivó en sufridos repartos ante grotescas extorsiones).
En descargo, los sobornados no inventaron la compra-venta de votos para avalar reformas y leyes, aunque los antecedentes partidarios sean significativamente espesos. No obstante, con ese lance el paradigma del soborno que, según científicos del crimen, era el “astuto y mañoso coyote” o traficante de influencias (el cual en la era de la tecnocracia neoliberal alcanzó el moderno rango de “cabildero” o miembro distinguido de un “lobby” financiero o empresarial), mutó en pedestre chantajeador, un extorsionador de muy baja calaña, de exigencia de “moches” (lo cual entre gitanos de alcurnia política, y hasta empresarial, es menos que una felonía).
En este sentido y en línea con la teología de la economía neoliberal, podría decirse que los antes poco ventilados pero cíclicos y recurrentes “fallos” del “mercado de sobornos” fueron alterados de manera brutal; los fundamentos que sustentan lo que los estudiosos llaman “estado de equilibrio del soborno” fueron pulverizados tanto por sobornadores como sobornados, esto cuando exigieron maximizar sus ingresos netos esperados mediante toscas coacciones y, peor, cuando por motivos de desconfianza dejaron mucho polvo (videos) debajo de la alfombra. (El neoliberalismo depredador es tajante en este punto: sólo la confianza genera certidumbre y prosperidad en los negocios).
El periodismo intenso, más que el periodismo de rigor en la investigación, procedió a registrar el momento con una declaración ministerial que alcanzó el nadir de lo grotesco en ese ilimitado vecindario que son las redes sociales; furibundos recordatorios familiares entre los bandos sólo fueron atemperados por la difusión de toda suerte de “memes” y caricaturas en las que el tribunal popular situó a la figura del político en la oscura profundidad, siempre vinculándolo a la galería del horror moral y al crimen presupuestal.
El contra-ataque, perpetrado mediante los órganos de fonación y personajes de rigor, no se hizo esperar contra la línea de flotación del estribillo mañanero, básicamente contra la línea de sangre directa: apelando quizás a san Agustín de Hipona, “El Doctor de la Gracia” cristiana, los sobornadores pretenden demostrar que “todas las criaturas son buenas, pero no sumamente buenas y, por tanto, corruptibles”, así como que el engaño es también prueba de la existencia.
En otras palabras y a la inversa del “acrisolado sentido de la honradez”, del periodista, abogado e historiador Justo Sierra Méndez, esto que se presentó como una especie de defensa ante el golpe de los anti-neoliberales, significa la débil re-categorización de una falsa liga de la decencia respecto del “ser corrupto”: existe el “ser corrupto”; también existe el “ser corrupto, corrupto” y el más miserable de todos: el ser que es “corrupto, corrupto, corrupto”.
“No se me desavalorinen campeones… apenas son las primeras escaramuzas… vamos por todo”, exhortaría el gran Cantinflas, informando que si no se ha fundado la ciencia del soborno como han sugerido ciertos intelectuales, es porque la corrupción es “principio” del Estado de Derecho y no sólo simple accesorio en el discurso oficial.