Nace en Temascalcingo el 6 de julio de 1840 y fallece en Villa de Guadalupe, Hidalgo el 26 de Agosto 1912.
El ingreso de José María Velasco a la Academia cuando contaba sus primeros dieciocho años de vida, nada tuvo de singular, un alumno inscrito como muchos otros; sin embargo, con el paso del tiempo y el aprovechamiento de las distintas lecciones recibidas, su personalidad principió a sobresalir en las diversas disciplinas que cursaba; su entrega a los estudios encontró estímulos por parte de sus maestros y con las preseas a que se hacía acreedor año tras año.
Inició su carrera en el taller del director de la Academia, con Pelegrín Clavé, y los concluyó con el maestro que tuvo el buen tino de encontrar oportunamente, con Eugenio Landesio; bajo las sabias enseñanzas de este llegó el momento en que lo superó, lo cual indica la calidad del italiano como maestro: supo formar a un gran pintor. Desde el día de su encuentro con Landesio su destino como artista estaba bien definido; la vocación de su existencia fue la pintura de paisajes, como sucedió con Claude Lorrain y John Constable, por solo citar dos ejemplos semejantes en cuanto a vocación.
Fue autor de una extensa obra de cuadros de caballete, como asimismo de un número considerable de dibujos, algunos de los cuales los hizo con apuntes o estudios previos para las composiciones que más tarde trabajaba en el taller. La producción queda referida a los panoramas naturales de distintas partes del país; si bien es verdad que dio cierta preferencia al paisaje del altiplano mexicano, el de amplios valles, cordilleras y elevadas montañas cubiertas de nieve, como el Citlaltépetl o Pico de Orizaba, el Popocatépetl e Iztaccíhuatl. Los litorales de México no llamaron su atención; no se aproximó a las costas de Veracruz cuando estuvo cerca de ellas. Los dos paisajes marinos que pintó hacia 1889, cuando viajó a Europa, son obras menores, carentes de inspiración, pueden tomarse como simples pretextos ocasionales. Si este tipo de paisaje le hubiera interesado habría realizado otros para no quedarse únicamente con la bahía de la Habana y Altamar. El suyo es un caso distinto al de Joaquín Clausell, el maestro de las grandes composiciones marinas.
No tuvo oportunidad de viajar al extranjero en un momento propicio de su carrera, para estar al tanto de las enseñanzas que otros paisajistas le hubieran proporcionado, verbigracia los holandeses en los museos, o de aquellos que eran sus contemporáneos, los de la escuela de Barbizon y aun los impresionistas. No tuvo mayor influencia que la recibida por Landesio, de allí sus meritos y limitaciones para ingresar al ámbito de un marco internacional. Vivió en un mundo cerrado para su arte; la prensa nacional de los años 1875 a 1900, ninguna noticia publicó sobre los paisajistas europeos de vanguardia; por otra parte en las exposiciones de la Academia era imposible que se mostraran paisajes de Coubert, Manet, Sisley, Degas o Constable; en 1900 José Juan Tablada, el crítico de arte mejor informado, escribió por primera vez para los mexicanos sobre William Turner.
En Velasco encontramos a un pintor clásico por el lado del color y el equilibrio mantenido en las composiciones.
Formalmente es lo opuesto a un artista romántico, en sus telas nada hay que indique la presencia de un espíritu exaltado, por lo contrario, su interpretación de la naturaleza es serena, tranquila; deshecho de sus obras lo terrible que hay en las tormentas, en las violentas tempestades, de allí la ausencia casi total del empleo de color negro, los contrastes de luces y sombras eran eliminados en sus obras la claridad de los cielos de México, de su luz.
REMEDIOS ALBERTINA EZETA
La primera abogada
En una etapa en la que incursionar en los diversos ámbitos de la vida nacional era difícil para las mujeres, Remedios Albertina Ezeta, originaria de Toluca, se convierte, como resultado de su perseverancia y carácter inquieto, en la primera abogada y diputada federal por el Estado de México. “Mellos” o “Mellitos” como su familia le decía de cariño, trasciende en su época y logra combinar la práctica del derecho con el hogar, pues gustaba de cocinar y tejer.
Amplio gusto por la vida, fue fanática de viajar, recorrió el mundo entero, visitó países como China, Nepal, la India, Unión Soviética entre otros países, su espíritu aventurero era símbolo intrínseco de una luchadora, de una dura mujer que no se deja vencer ante ninguna adversidad, pero que a la vez, podía sentarse a leer cuentos a sus nietos, los consentidos de toda su vida.
Ahora su único hijo, Gabriel Escobar y Ezeta evoca aquellos tiempos compartidos con la mujer que lo educó con mano dura, ya que así se acostumbraba en las familias de antaño; cuando en la escuela sacaba diez, mi madre expresaba “es tu obligación”, por eso a ella le debo los valores de honorabilidad y rectitud, que siempre procuro en mi formación.
Remedios Albertina, hija de Gabriel Ezeta Orihuela, fue la mayor de siete mujeres y un varón; educada con ideas liberales, lo que le permitió estudiar en el Instituto Científico y Literario, donde se convirtió en la primera mujer que concluye la preparatoria en los años que corrían por 1926.
Su infancia estuvo marcada por vivir en el periodo más agitado del país, ya que habitando en la ciudad de México, estuvo muy cerca de la Decena Trágica, le tocó ver a Francisco I. Madero y a Venustiano Carranza entrar a la ciudad, las postales terribles de los ahorcados en los postes y la vida dura de la revolución al tener su madre dinero para comprar lo mínimo en el mercado y no poder hacerlo ante la escasez, producto de las revueltas, de igual manera le tocó vivir las batallas religiosas y la lucha por la autonomía de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Después, con la inquietud que le caracterizaba y la aprobación de sus padres se va a la ciudad de México e ingresa a la escuela de Jurisprudencia en la Universidad Nacional; pero debido a que no había casas de asistencia para señoritas de provincia, su padre logra que entre al convento Guadalupano, ubicado en Tacuba y estudia en San Ildefonso, donde conoce a Eva Sámano y a su hermana Esperanza, y así llega con Adolfo López Mateos.
Para 1929 aproximadamente se vive la huelga por la autonomía de la Universidad, lo que la obliga a regresar a Toluca, y una vez concluido este acontecimiento retoma sus estudios, por lo que se recibe en 1932. Son muchas las anécdotas que vive Remedios Albertina Ezeta, como por ejemplo, el hecho de que en la escuela no había baños para mujeres e iban a los cafés de chinos que estaban en los alrededores o bien hacían uso de los de la Secretaría de Educación Pública.
Por eso cuando, imparte la cátedra de sociología en la Escuela de Enfermería, ubicada en aquel entonces a la altura de Isidro Fabela de la ciudad de Toluca, su postura es apoyar a las mujeres, pues así lo había asumido en su formación.
Considerada fundadora del Partido Nacional Revolucionario (PNR), ahora Partido Revolucionario Institucional, comparte en su haber etapas en la que los maestros eran Vicente Lombardo Toledano y Manuel Gómez Morín; luego contrae matrimonio con Enrique Escobar y Ezeta y de esta unión nace Gabriel Escobar y Ezeta, quien da continuidad a la raíz familiar de ser notario.
Siempre elegante, nunca usó pantalón ni aprendió a manejar, su debilidad los zapatos y el tejido, antepuso sus ideas liberales, los deseos de estudiar y su empuje político, a la vida personal, lo que la convirtieron en una mujer de respeto entre los hombres de su época, ante quienes competía para ganarse un puesto y ser reconocida, esfuerzo que hoy es admirado ante 200 años de abogacía de la familia y más de 120 años de permanencia de la notaria en Toluca.
Entabla además, amistad con Rita Gómez de Labra, esposa de Wenceslao Labra, quien fue gobernador del estado y la ayuda, a través del puesto de directora a conducir lo que ahora es el Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia, DIFEM, que antes se llamaba Asistencia Social, para después litigar y ser primera Juez Municipal por elección en los años 40. De igual manera, fue defensora de oficio; “recuerdo que muy pequeño la acompañaba a la cárcel que en esa época se ubicaba en la calle de Juárez”, relata su hijo.
Los Ezeta, en voz de su descendiente directo, son una familia de la calle de Villada del centro de Toluca; sus antecedentes como notarios remontan a 1838 cuando surgen los escribanos públicos y fue su madre; Remedios Albertina, fallecida a los 86 años, quien lucha para tener la notaría, que actualmente porta el número 5 y lleva su hijo para dar continuidad a esta labor, en lo que ellos califican, como una acción que permite servir a los demás.