Hoy hablaremos de algunos aspectos de la Toluca a finales del siglo XIX y principios del siglo XX:
Coqueta la traviesa y ríe de sus enamorados. Su risa de muchacha cortejada por brillantes legiones de donceles es la que vemos; hecha espuma al pasar por el Monte de las Cruces, la que escuchamos cuando salta el agua en la selvosa cumbre, como nietezuela que retoza en las rodillas del abuelo. Tenemos que llegar a ella subiendo, primero, cual si, trepando por el tronco y las ramas del frondoso cedro, nos encaramamos hasta el balcón de la barreda castellana; y, llegando a la cima hay que bajar, así como se arrodilla el trovador ante el alcázar escalonado.
El prólogo de viajar a Toluca es tan hermoso como el prólogo de todos los amores. Figura el incienso, el humo de la locomotora; vestido de novia, cuajado de encajes, la espuma fulgurante de las aguas; el cedro, candelabro gigantesco; y la catedral dispuesta para nuestras nupcias. Tiene la frescura, la sonriente mocedad de una muchacha que sabe ataviarse y vestirse con muselina, percal, listones vistosos y claveles en el pelo. Ningún concento la ensombrece, ninguna iglesia pesada la magulla; toda ella está flamante y nuevecita. Toluca daba la impresión a principios del siglo XX de una población limpia, nueva y flamante. Es precisamente durante el periodo porfirista, y especialmente durante la última década del siglo XIX y la primera del XX, cuando la capital del Estado de México adquiere una imagen urbana de limpieza, belleza y homogeneidad arquitectónica, al grado de que durante mucho tiempo se le consideró como una “tacita de plata”.
Antes del periodo porfirista y a lo largo del siglo XIX, Toluca presentaba un aspecto ruinoso y de abandono. Juan Pedro Didapp (1874-1914) escritor, periodista y político mexicano (Cónsul en Santander, España) escribe en 1901 que, en los dos primeros tercios del siglo XIX, los años transcurrían uno tras otro, y Toluca permanecía estacionaria, sea porque las guerras intestinas sangraban al país en aquel entonces, sea porque los anteriores gobernantes carecían de recursos para realizar mejoras materiales, lo cierto es que Toluca permaneció por muchos años en un estado embrionario, en lo que se refiere a mejoras materiales: sus calles, sin buen pavimento; sus banquetas, viejas, de piedras carcomidas, las casas y los edificios públicos en general, de aspecto ruinoso y feo; los acueductos, en tal estado de abandono que el líquido se derramaba a ambos lados. La hierba crecía con tal libertad que las calles, plazas y azoteas quedaban convertidas en praderas en donde se oía el silbido de los reptiles.
El aspecto de la ciudad era, como se ve, deplorable durante las primeras décadas del siglo XIX. En el año de 1830, al convertirse en la capital del Estado de México, tenía alrededor de 6,000 habitantes. La Plaza de las Armas estaba despedrada y sin ningún adorno; en donde está actualmente la Plaza José María González Arratia, existía un gran cementerio de magueyes, barranquillas y sótanos. No había alumbrado público y los pocos faroles que existían se encontraban inservibles con los vidrios rotos. Las calles parecían muladares, ya que los vecinos aprovechaban la oscuridad de la noche para salir a la calle a aliviar los estómagos al frente de sus propias habitaciones y al día siguiente los transeúntes aspiraban fétidos olores.
En el año de 1832, se inició la construcción de Los Portales por iniciativa de don José María González Arratia y el H. Ayuntamiento de Toluca; los de la Constitución y Morelos quedaron casi terminados en 1836. De acuerdo con el censo de población levantado por Manuel de Izaguirre, secretario del Ayuntamiento de Toluca, en 1834, Toluca, sus barrios y el pueblo de San Bernardino contaban con 7,280 habitantes. La imagen urbana de nuestra ciudad se vio un tanto favorecida por las obras que mandó a construir el gobernador en turno Mariano Riva Palacio a principios de la década de 1850: el mercado público y el Teatro Principal fueron inaugurados el 16 de septiembre de 1851, a lo que habría que agregar el acondicionamiento de la cárcel de la ciudad frente al Instituto Literario, para lo cual se aprovechó parte del Beaterio construido en el siglo XVIII.
Cuando Mariano Riva Palacio fue nuevamente gobernador de esta Entidad Federativa, a principios de la década de 1870, realizó importantes construcciones en Toluca con el auxilio del arquitecto Ramón Rodríguez Arangoiti. Este distinguido arquitecto trabajó el proyecto del Palacio de Gobierno y del Palacio Municipal, así como la reconstrucción del palacio de Justicia en la antigua calle de La Ley (hoy Villada). Posteriormente también dirigió la construcción de la Escuela de Artes y Oficios para varones en el primer callejón de Manuel Alas, impulsada por el gobernador en turno Juan N. Mirafuentes. Para esas fechas, el Estado de México vivía una gran crisis económica y política, ocasionada por la segregación de los Estados de Hidalgo y de Morelos en 1869. En cuanto a la población de Toluca, se calcula que ascendía a los 11,685 habitantes; al respecto, un periódico local publicaba, el 25 de octubre de 1870, que las condiciones insalubres que padecía esta ciudad y las frecuentes epidemias provocaron una mortalidad muy elevada (1800 personas al año) en relación a la cifra poblacional.
Con el triunfo del Plan de Tuxtepec, en 1876, y al ocupar la Presidencia de la República el general Porfirio Díaz, se inicia la etapa que en la historia de México se conoce como el periodo porfirista, el cual tendría que concluir hasta el año de 1910. En el mes de diciembre de 1876, se le encargó el mando político y militar del Estado de México al general Juan N. Mirafuentes, que posteriormente fue electo gobernador constitucional para el cuatrienio que comenzó el 20 de marzo de 1877 y debía concluir en 1881. En su primera memoria de gobierno, que corresponde a los años de 1877-1878, Mirafuentes señala que en el Estado de México las luchas políticas que se dieron con anterioridad impidieron explotar las riquezas económicas de la Entidad y realizar mejoras materiales en sus poblaciones.
Para el año de 1878, el Estado de México comprendía una extensión de 1485 leguas cuadradas y una población de 696,038 habitantes. En 1879, la ciudad de Toluca tenía 11,376 habitantes y todo el Municipio de la Toluca contaba con una población de 35,994. Hacia el año de 1877, el ingeniero Miguel Solalinde elaboró el primer plano de la ciudad de Toluca en el que se aprecian sus limitadas dimensiones: el Templo de El Carmen; las calles del mismo nombre y del Matadero colindaban con el norte; el Instituto Literario y las calles del Torito y del Calvario eran los límites por el sur (el cerro del Calvario se encontraba en las afueras de la ciudad); la Alameda (Parque Cuauhtémoc) era el límite por el poniente, ya que después de ella y del Templo de La Merced se encontraban milpas y sembradíos; por el oriente, la población llegaba hasta las calles de Cárdenas y la Pelota (Josefa Ortiz de Domínguez). Miguel Solalinde anota en este plano que la población de la ciudad y sus barrios era entonces de 13,590 habitantes.
En estos años ya se estaban realizando algunas mejoras materiales en la ciudad: en 1878 se realizó el empedrado de la calle de Independencia, se construyó el puente de San Bernardino y un acueducto que iba de la Plazuela de La Merced hasta el callejón de Pajaritos, para que se conduzca al centro de la ciudad el agua contratada al padre Vargas. En la Alameda, se construyó una fuente y cuatro más en la Plaza Principal, y se sembraron eucaliptos en esta última, así como en el campo mortuorio y en el terreno que ocupaba el antiguo cementerio parroquial, con fin de mejorar las condiciones higiénicas.
Cabe señalar que, entre las mejoras materiales de la ciudad de Toluca, destacaba la construcción del Palacio Municipal y de la Escuela de Artes y Oficios, que vendría a sustituir al Hospital de Pobres. El Palacio Municipal se siguió construyendo en 1879, año en que se terminaron las azoteas poniendo a cubierto de las lluvias todo el edificio. Juan N. Mirafuentes falleció el 22 de abril de 1880, antes de concluir su administración como gobernador de la Entidad, por lo que se nombra primero de septiembre de 1880, al licenciado Juan Chávez Ganancia para concluir este periodo. Sin embargo, pocas semanas después, este también muere, por lo que, el 8 de noviembre de 1880, el Congreso local nombró gobernador interino al doctor Marino Zúñiga, quien concluyó el cuatrienio comenzado por Mirafuentes. Una vez terminado este periodo, se nombra gobernador constitucional, para el siguiente cuatrienio, comprendido entre el 20 de marzo de 1881 al 19 de marzo de 1885, al licenciado José Zubieta.
Durante esta administración del licenciado Zubieta, ocurrió un acontecimiento que habría que cambiar la vida de los pobladores de Toluca y la imagen de esta ciudad: el 5 de mayo de 1882 se inauguró el tramo de la línea ferroviaria que unía a las ciudades de México-Toluca. El periódico La Ley publicó el 10 de mayo de 1882, que, en esa fecha, llegó a Toluca el primer tren proveniente de la ciudad de México. El espectáculo ofrecido a la llegada del tren es indescriptible. Un gentío inmenso, probablemente más de 10 mil almas, prorrumpió una sonora hurra saludando la majestad del progreso, llegando a nuestros lares en alas de vapor. El mismo Zubieta declaró años después en relación con este acontecimiento: Cupo a mi gobierno la satisfacción de ver realizada la unión de Toluca con México por vía férrea, mejora importante y que ha cambiado por completo el modo de ser de esta población.
La comunicación ferroviaria con la ciudad de México propició el desarrollo económico de Toluca: se impulsó la industria, se organizaron exposiciones de productos como la del mes de abril de 1883, se establecieron bancos y se incrementó la producción agrícola y ganadera de las haciendas cercanas. Este impulso económico provocó, en años posteriores, el embellecimiento de los edificios públicos y privados, así como el mejoramiento de la imagen urbana de la capital del Estado de México. Cabe destacar que, con la llegada del ferrocarril cuya estación se construyó en el oriente de la ciudad, avenida Independencia (calle Real), que une al centro de la población con la estación ferroviaria, se prolongó y que, posteriormente se construyeron en ella varios edificios. En el mes de agosto de 1883, la Jefatura de Política del Distrito de Toluca ordenó al H. Ayuntamiento de esta ciudad que compusiera la Calzada de los Arbolitos (tramo de la actual avenida Independencia) y las demás que servían de tránsito a la estación del ferrocarril.
Aunque el Congreso del Estado de México nombró gobernador al general Jesús Lalanne, para el cuatrienio 1885-1889, a este se le concedió licencia y, desde el 10 de marzo de 1886, el licenciado Zubieta continuó como gobernador interino, hasta que, en 1889, fue sustituido por el general José Vicente Villada, quien permaneció en el cargo hasta su muerte, en 1904.
Un viajero inglés, Sir Eduard T. P. antiguo miembro de la Cámara de Comunes, visitó la ciudad de Toluca en los primeros años del siglo XX. En el año de 1903, observó la limpieza de las calles de la capital del Estado, su buena pavimentación, la hermosura de los edificios públicos y privados, así como de los jardines. Para el visitante extranjero la ciudad de Toluca, y el Estado de México en general, se había modificado en los últimos 15 años, especialmente durante la administración del general José Vicente Villada. Antes, había sido una de las entidades más afectadas por las guerras civiles, lo que aconteció provocando que la ciudad presentara un aspecto lamentable por el abandono de sus calles y edificios.
En relación con la ciudad de Toluca, en un periodo de 1902, se comenta que cuando en 1889, el entonces coronel Villada recibió el gobierno estatal, Toluca distaba mucho de poder llamarse la capital del Estado, pues el aspecto de sus calles, el abandono de sus jardines, la falta de higiene ocasionada por la falta de atarjeas para dar salida a los desperdicios de la población, la mala distribución del agua potable para el servicio público, así como la ausencia de policía y de aseo esmerado, la hacían parecer como un pueblo en abandono. Estas condiciones de insalubridad provocaron epidemias que cobraron un gran número de víctimas, por lo que Villada tomó como primera medida construir atarjeas en la ciudad. Posteriormente se nivelaron y pavimentaron las calles, y se crearon jardines en las plazas públicas. Durante los quince años que el general Villada se desempeñó como gobernador del Estado de México, dio muestras de ser un hombre visionario y un destacado administrador público. Siempre se preocupó por impulsar el desarrollo económico y comercial de la entidad y por realizar mejoras materiales en los pueblos. Sin embargo, se caracterizó, especialmente por el gran sentido social que imprimió a su estilo de gobernar.
Son muchos los artículos publicados de la ciudad de Toluca durante 1902-1903, que dan a conocer los progresos del Estado de México y la destacada labor administrativa del general Villada.