En medio de la turbulencia por la pandemia, que este mes ha tenido para nuestro país, los picos más altos de los que tengamos registro, se avecina una tormenta más: la del escenario político-electoral.
A pesar de que para muchos puede ser un tema irrelevante, cobra importancia si tomamos en cuenta que de este andamiaje depende gran parte de las decisiones que afectan nuestra vida diaria.
Decisiones en materia de salud pública, hoy tan trascendental, dada la crisis sanitaria que enfrentamos; estrategias en torno al desarrollo de obra pública y, no menos importante, la repercusión que tienen los ajustes al marco jurídico a nuestra convivencia como sociedad, que están, ni más ni menos, en manos de los legisladores.
Por ello, cobra relevancia desde ahora observar el comportamiento de los partidos políticos que, en teoría nos representan, a la hora de conformar sus propuestas de los que serán nuestra voz en la tribuna legislativa y en las cabezas de los municipios en donde vivimos.
Tristemente observamos que los partidos de siempre, y los nuevos, malgastan esta oportunidad para renovarse, proponiendo en sus candidaturas y planillas cascos usados, mediante estrategias mal sanas, con tal de mantener o negociar el poder.
Aparentemente, contamos con un abanico plural de partidos políticos que podían bien quedar a la medida de las expectativas de cualquiera; pero en los hechos, sus dirigentes repiten las mismas tretas del pasado para simular honestidad en sus procesos internos.
Y de esta acción no se salva nadie, lo mismo el PAN, el PRI, Morena y hasta los supuestos partidos independientes que no son otra cosa que paleros y divisores del sufragio popular.
En la banca se siguen quedando verdaderos liderazgos locales a cambio de “juniorazgos”. Los hijos, los primos, los recomendados, los de siempre que hacen honor al denominativo de chapulines de la política.
¿Realmente queremos apostar por las mismas cartas que provocaron que hoy nuestro país viva una de sus más grandes crisis de gobernabilidad a causa del voto de castigo?
Si bien es cierto, entre los juniors de la política pueden existir actores con talante y buenas intenciones, pero lo justo, para una sociedad que se jacta de ser de avanzada e incluyente, es superar el influyentismo por nuevas caras que pueden acercarnos a gobiernos menos ficticios.
