Cerraremos este capitulo del que hemos estado comentando (El comercio en Toluca década 1930-1940), mencionando algunos giros que desarrollaban las actividades establecidas dedicados a los servicios:
Los Giros
Abarrotes:
Es interesante adentrarse en la descripción de una tienda de abarrotes, pues tiene sus antecedentes de funcionamiento en la tienda característica fundada por los españoles, y que consistía generalmente en un local o accesoria donde, adosados a las paredes, se colocaban anaqueles-armazón- para exhibir la latería y vinos importados, “ultramarinos”; en la parte alta se colocaban los paquetes de cigarros; este armazón descansaba en una alacena que llamaban sotobanco, ahí se exhibían diferentes artículos de tocador o bien para licores caseros llamados “chumiates” contenidos en botellas que terminaban en pico, boquilla o espita de lámina; frente a este sotabanco estaban las pacas de chiles, charales y popochas para que quedaran a la vista del cliente, aunque separados por un mostrador con cubierta de lamina de zinc, donde se hacían las envolturas, entrega y cobro de mercancía.
Vale la pena hacer notar aquí en las diversas formas de envoltura para los abarrotes se utilizaba el papel de estraza (hasta la fecha en muchos establecimientos de este giro es usado este papel en forma de cucurucho), cortado ya a diferentes tamaños; estas envolturas eran practicas e ingeniosas, y casi nunca se usaban bolsas, las cuales habían de venir después (su uso). Las envolturas se manufacturaban en las papelerías de San Rafael y de Loreto, y las habían de dos tipos, unas con fondo común y otras de fondo “automático”. Toda esta descripción se ilustra mejor en las fotografías que ya hemos publicado en este capítulo de nuestra Toluca.
El alcohol de caña se almacenaba en tanques de lámina, su graduación alcanzaba 96 grados, aunque en la mayoría de los casos era adulterado; se rebajaba con agua y se le daban propiedades astringentes metiendo en el liquido lazos de jarcia. Este alcohol bebido en forma consuetudinaria provocaba grandes estragos en la salud.
Panaderías:
Este producto se elaboraba en tahonas localizadas en los barrios y en el propio centro de la ciudad. Después de su elaboración se repartía en grandes canastones que eran llevados por los propios panaderos a los expendios o sucursales, si bien la mayor parte se vendía en un local contiguo a los hornos. El pan se elaboraba como en estos tiempos, el pan blanco y el de dulce, al precio de tres por cinco centavos y con una ganancia que consistía en que por cada peso de pan se daba una pieza gratis; habia pambazos de a centavo y eran famosos los poblanos de La Azteca, de la calle de Independencia, que se expendían desde las seis de la tarde. En algunas calles, en plena banqueta, se vendían en canastones las “puchas”, que eran galletas con bordes ondeados y con azúcar glass hecha caramelo, con alguna pintura vegetal; primos hermanos de las puchas eran los “puerquitos” y “caballos”, así como los ladrillos, que tenían un costo de un centavo. El expendio se hacia sin vitrina alguna, y se usaba un espantamoscas, que consistía en un palito de madera el cual estaban clavadas tiras de papel.
Los panes mas comunes de la epoca eran: bolillo, telera, telera de dos cabezas, peluca, española, poblano, cuerno, cachucha, cañón, telera de leche, pambazo, lola y pan de caja. Pan de manteca: rosca, huesito, alamar y parrilla. Pan de dulce: chamuco, gendarme, novia, oreja, lima, elote, apastelado, pañuelo, pan de muerto, cuello, plomo, magdalena, gallina con ajonjolí, cocol de anís y ajonjolí, pichón relleno de miel, quesadilla, ojo de pancha, ladrillo de piloncillo con carbonato, concha, cema, polveada, concha de chocolate, viuda, pambazo de dulce, dona, marido, beso, campechana, chilindrina, corbata, flauta, churro, volován. Y pan muy fino: cuerno, brioche, mollete, envinado, volcán y rebanada.
Lecherías:
El expendio de la leche se llevaba a cabo en pequeños locales cuyas paredes estaban pintadas con esmalte o pintura de aceite blanca y generalmente con piso de cemento o de mosaico. En el centro del local se disponía de una simple mesa con cubierta de granito. El lácteo se almacenaba en botes llamados “botes lecheros”, con capacidad de 50 litros, de estos se extraía con la “medida”, que era de capacidad de un litro o medio litro autorizados por la oficina de Pesas y Medidas, que entonces se llamaba “del fiel contraste”. El acarreo de la leche se hacia en carros tirados por animales o en camioncitos rudimentarios procedentes de los Ranchos y haciendas de las inmediaciones; su costo era alrededor de 20 centavos el litro.
Entre los establecimientos mas conocidos, estaban el de la calle de Juárez 1, atendido por una joven llamada Carolina, quien era la atracción del barrio, admirada por los muchachos del rumbo; cuando terminaba de despachar, se sentaba en una silla blanca, color exigido por salubridad, y cruzaba la pierna para llamar la atención de sus admiradores. La lechería de Juárez 6, en los bajos de la casa de los señores Barbabosa, ofrecía leche procedente de Santín. El local de Independencia 50, donde en un tiempo se ubicó ferrecoto, era propiedad del señor Félix G. Sánchez. También era conocido el expendio de la señora Lastania Ortega de Diaz, quien fue prefecta de la Normal para profesoras o de señoritas, como se llamaba entonces; esta señora se caso con el hijo de don Pioquinto Diaz, dueño de una finca llamada Isla de los pensamientos, que se localizaba en lo que es ahora la zona industrial; esta dama fue mama de don Alberto Diaz Ortega.
Otros establecimientos de este ramo estaban a cargo de las siguientes personas: Ana Mercado de Flores, en Independencia 73 casi esquina con Humboldt; fue mama del doctor Arturo Flores Mercado (Ixtapan de la Sal), Enriqueta Gomes Tagle de Diaz, mama de Carlos Diaz Gomes Tagle, esposo de la Guera Mena Palacios, tenía la lechería en Independencia 132; Genoveva Sánchez, en Allende 1 en los bajos de la casa de Trinidad Pliego y junto a Pepe Liho; Gildardo Bernáldez, en Independencia 87, en la antigua vecindad de Parra; Lucas Rojas, en Juárez y Pensador mexicano, papa del doctor Alfonso Rojas y abuelo del arquitecto Alfonso Rojas w, expendía leche procedente del Rancho La Mora (hoy en día el conocido fraccionamiento del mismo nombre del ISSEMYM); Refugio Vilchis vendía en Filisola 31, papa del conocido Delfino Vilchis.
Cererías:
Nos ocupamos ahora de los expendios de vela, que en esta epoca ya desaparecieron, y que, pudieron haberse considerado como típicos. La demanda alcanzaba su auge en la epoca de las festividades del Dia de muertos y detalles de envolturas y aparejos las hacían características; habia velas de cera pura y otras mezcladas con parafina. Su venta se hacia usando las medidas antiguas, se hablaba de arrobas y de libras, y se envolvían con papel periódico, se aparejaban con tejamanil, se liaban con hilo de ixtle y se les ponían flores de papel con tiras multicolores. En aquel entonces prosperaban establecimientos como el de don Rafel Monroy, que tenía su cerería en la calle de Libertad 5, en un recodo cercano al famoso jardín Zaragoza, y se hacia ayudar por sus hijas e hijos, entre quienes nombramos a Román quien se aso con Meche Olvera, a Lupita y José Luis, su fábrica se ubicaba en Degollado, atrás de la Cervecería.
La cerería del Sagrado Corazón de Jesús funciono en la casa de Jardín de los Mártires 5, al oriente de la actual catedral. Sin embargo, sus orígenes se remontan hacia 1902, cuando fue fundada por el señor Antonio Reyes Gómez en la casa de la esquina de Jardín de los Mártires y Lerdo, conocida a principios del siglo XX como la “casa de las palomitas”, precisamente donde estuvo el cura Hidalgo, antes de la batalla de las Cruces, (1811). En este lugar funciono hasta el año de 1906 (hoy Museo José María Velasco). A la muerte de su fundador, le sucedieron su viuda María Garduño viuda de Reyes, y sus hijos Vicente y José Reyes, quedando ya al final como único propietario don Vicente, quien la reinstalo en 1926 en Belisario Domínguez esquina con Jardín de los Mártires. Como referencia de menciona que esta casa fue propiedad de los señores; Alfredo, Gustavo y Roberto Romero González, quienes tuvieron la concesión de Teléfonos del Comercio, empresa que daba servicio telefónico publico en esta ciudad y en algunos lugares circunvecinos.
Finalmente, los sucesores, Esperanza y el doctor Víctor Manuel Reyes Arguelles, quien se caso con doña Leonor Pliego (Nona) la conservaron hasta su demolición.
Otros expendios de este tipo por el rumbo del Carmen eran la cerería de nuestra Señora del Carmen, de la señora Victoria Prado viuda de Salazar, que vendía multitud de artículos, tales como petróleo para uso doméstico, títeres, papelería y, desde luego, las ceras de parafina y de cera de abeja. Este comercio desapareció con la demolición de la manzana que hoy ocupa la Plaza Garibay. En esta misma manzana se localizaba la cerería La Aurora, de Catarino García, cuyo local se incendio en una madrugada del año de 1931.
Pulquerías:
En Toluca en la década referida, proliferaban las típicas pulquerías, diseminadas unas, otras concentradas en torno a los mercados, estas pulquerías eran frecuentemente lavadas a cubetazos de agua. Allí se expendía el pulque en tinas y toneles; a los niños que iban a comprarlo para el consumo en casa se les obsequiaban figuras de cera sostenidas en un popote, o banderitas de papel de china.
Las puertas se adornaban con tiras de papel de china picado que ondeaban con el viento produciendo un ruido peculiar. En el interior del local, colgaban del techo esferas de vidrio multicolores de gran tamaño, de material semejante a las esferas de navidad.
Los parroquianos se acomodaban en mesas y bancos de madera pintados con esmalte blanco para el consumo de pulque y el juego del rentoy.
Entre los propietarios de pulquerías y portadores de pulque eran reconocidos Tomas D. Pérez, Vicente Vallejo, Pedro Ortega, papa de Pepe Ortega Silva, Antonio Muciño Arroyo y José Fabela Gutiérrez.
Los Vallejo llegaron a Toluca en 1928 y se establecieron en la calle de Allende 32, en una casa de los señores Tapia, cerca de la capilla de la Virgen de los Dolores; ya para el año de 1934 habitaban en Obregón 4, la casa era de don José Valdés, papá de Carmela y Mercedes. Don Vicente Vallejo quien llego a ser Presidente Municipal de El Oro, en 1923, y fallecido drásticamente frente al obelisco de la carretera México-Toluca el 28 de enero de 1938, de oficio sastre, tenía su sastrería en Independencia 3, en la casa de la señorita Elvira Soto. Después se dedicó a la distribución y venta de pulque en diversos locales. Para el reparto del néctar del maguey, en 1935, los Vallejo adquirieron un camión Chevrolet, que tenia recubiertos los adrales con lamina, a semejanza de los carros de bomberos.
En esta epoca existían algunas pulquerías con los siguientes nombres: en 5 de febrero 38, La India Bonita; en el numero 16 de la misma calle, La India Cazadora; en Pedro Ascencio 17, La Trovadora; en Juárez 15, Las Glorias de Juan sin Miedo, La cual tenia un tapanco en donde estaba una pianola; El Tinacal, se ubicaba en General Prim 2, en la casa de Federico Legorreta; en Juárez 3, El Epazote; El Gallo Negro, en Morelos; La Trovadora, en Hidalgo; El Gran Timbre, en Rayón y Arteaga; en 5 de febrero, La Bombilla y El Lagarto y en la calzada de La Garceza, Éntrale en Ayunas, como nombre de la polca que estuvo de moda en 1939.
Carbonerías:
Este tipo de comercio prácticamente ha desaparecido, pero hubo en Toluca, expendios, en general muy modestos, diseminados por todos los rumbos. Eran simples accesorias en donde se almacenaban sacos de carbón, los cuales eran de malla muy abierta; vulgarmente los expendedores los llamaban “barcinas”, aunque el nombre correcto debió haber sido “hacina”. Contaban invariablemente con una romana para pesar la mercancía por saco y otra de menor capacidad para el despacho al menudeo, se hacía en una mesa de madera armada para el propio carbonero. El manejo de este combustible era molesto para todos y más para los vecinos, sin embargo, era visto con naturalidad pues habia carbonerías hasta en las calles de Allende y Aldama, muy cercanas a los Portales.
El transporte del carbón, que procedía de Jiquipilco y otros montes cercanos, se hacia a lomo de burro. Los arrieros o carboneros eran muy tratables, aunque usaban un lenguaje grosero que todos conocemos como lenguaje carbonero.
El precio del kilogramo fluctuaba entre 3 y 5 centavos y habia de tres tipos: de encino que era el de mejor calidad; el madroño y el cisco, que propiamente era polvo y al correr del tiempo lo expendían en bolas o esferas. Entre las carbonerías que se recuerdan estaban las de don Pepe Velázquez, que se localizaba en Plaza España 9, en una casa que fue propiedad de la familia Correa, el giro estaba a nombre de su esposa la señora Antonia Romero; don Pepe fue padre de los abogados, médicos y jueces connotados: Pepe, Ángel, Rodolfo y Roberto Velázquez; esta familia también era dueña de La Barra de Nautla cantina muy popular en el barrio del Carmen.
Tenerías:
Derivadas de la importancia pecuaria del sur del Estado y del valle de Toluca, existían en esta década curtidurías o tenerías que se localizaban a lo largo del cauce del rio Verdiguel, de la avenida Lerdo (antigua calle de Tenería).
Entre otras estaban la de Atilano Consuelo y hermano, en San Mateo Oxtotitlán, con expendio de pieles en la casa número 9 de 5 de febrero, junto al antiguo portal de riscos. Félix, Celia, Josefina y Felipe eran sus familiares. La tenería Toluca, de Urbano Chávez y familia.
Los Juárez, de Lerdo 71; Félix Sánchez y hermano, del barrió de la Retama, conocidos futbolistas amateures, apodados las palomas. Don Amancio Gutiérrez, dueño de la tenería La Fortuna, ubicada en la calzada de Huitzila 1, hoy casi esquina con Lerdo oriente.
Ramiro Márquez y hermano, dueños de La Nacional en la casa número 4 de la calle de Salazar, frente al Tivoli; también eran dueños de la zapatería Chic, ubicada en Portal Madero. Ellos vinieron de Guanajuato e hicieron escala en el mineral de El Oro, cuando estaba en su apogeo, donde también establecieron la Zapatería La Nacional.
Don Vicente Iniestra, además de su tienda La Proveedora, tenía su curtiduría en Filísola 88, por la zona de corrales para ganado.
Existían otras curtidurías en Isabela Católica, cerca de la Quinta del Carmen y del taller de la zapatería de don Salvador Velasco. El trabajo en estas curtidurías se hacia en forma tradicional, empleando, entre otras cosas, el curtiente tanino, extraído de una vaina de la planta llamada “cascalote”.
Boticas:
Las boticas o farmacias que se dedicaban a la preparación de recetas magistrales despachaban en forma peculiar pues, tratándose de medicamentos líquidos como cucharadas, elixires, emulsiones, gargarismos, infusiones y laxantes, utilizaban botellas generalmente oscuras y etiquetadas a mano por el farmacéutico, empleando para cerrarlas un tapón de madera.
Las capsulas, grageas, comprimidos, etc.; se disponían en cajitas de cartón, forradas de un delicado papel fantasía. Los jarabes se disponían en vasos tapados con papel de china plegado en los bordes y amarrados con hilos de colores.
En la década de treinta empezaban a popularizarse los medicamentos de patente, que eran productos de laboratorios farmacéuticos generalmente de Francia y Alemania.
Entre los analgésicos populares estaban el Cafión, de los laboratorios Gardeé; Bala Rasa, Roberina, comprimidos y en polvo; desde luego la aspirina, cafiaspirina y fenaspirina, de la casa Bayer.
Otros medicamentos cuyo consumo no requería receta médica, eran el Urodonal, el Mitigal para comezón, anunciado por un hombre que se rascaba la espalda con un bastón. Quien no recuerda la publicidad de los jarabes reconstituyentes, como la Emulsión de Scott.
En aquel entonces la Cámara de Comercio agrupaba a las industrias en virtud de que estas hacían operaciones directas de venta al público.
Las jabonerías eran las siguientes: Fabrica de Jabón, propiedad de Manuel Lebrija, ubicada en González Arratia 30; Arnulfo Inclán, callejón de la Lave 3; Ignacio Longares, calzada Coatepec 2; Arturo Orosco, calzada de la Retama 6; Mariano Salgado, Constituyentes 76.
Agradecimiento: esta narración presentada, ha sido posible gracias al tamaño relativamente pequeño de la Toluca entrañable de aquella década, lo que permitía recorrerla a pie y tratar directamente con las personas dueñas de los comercios mencionados, así como con sus familiares y personajes que encontraba uno en las calles; cuyos testimonios y remembranzas fueron de gran utilidad para penetrar en esta historia.
Humberto Adolfo Correa González.