Se ha puesto de moda hablar del voto duro. Ese que los partidos basan en sus estructuras y, sobre todo, en los ciudadanos que siempre, a pesar de lo que suceda, sufragan a favor de éste. No importar quién sea el candidato, ni qué tipo de elección sea.
Durante muchos años, el Partido Revolucionario institucional presumió de un voto duro que era inamovible. Le representaba alrededor de 2 millones de sufragios en la entidad. Ese supuesto voto duro le permitió ganar elecciones fáciles y algunas complicadas, como la de hace cuatro años, cuando se eligió al gobernador Alfredo Del Mazo Maza.
En su momento, el Partido Acción Nacional llegó a tener, después de las elecciones de 2000, un voto duro que, por ejemplo, le sirvió para levantar un muro en el llamado “corredor azul”, integrado por municipios como Naucalpan, Atizapán, Cuautitlán Izcalli, Cuautitlán México, Tultitlán y en algún momento Huixquilucan.
También el Partido de la Revolución Democrática llegó a tener un voto duro muy fuerte, sobre todo en las zonas oriente y sur de la entidad, con municipios emblemáticos como Nezahualcóyotl, Texcoco, Ecatepec,en alguna ocasión, Valle de Chalco, en el oriente, Tlatlaya, San Simón de Guerrero, Temascaltepec, Otzoloapan, Zacazonapan, Donato Guerra y Villa de Allende.
Pese al avance en su momento de esas fuerzas políticas, el PRI mantuvo su voto duro que luego poco a poco se fue difuminando, hasta ser casa nada en las elecciones de 2018. Fue pulverizado, arrastrado por el vigoroso empuje del Movimiento de Regeneración Nacional.
Estamos a poco menos de un mes de los comicios para elegir al Congreso federal, a la LXI Legislatura mexiquense y a los integrantes de los 125 ayuntamientos. Es una incógnita el tamaño del voto duro de los partidos.
Hay quienes le apuestan a eso voto fiel. Por ejemplo, la organización Antorcha Campesina, en sus dos municipios clave, Chimalhuacán e Ixtapaluca, y otros en donde tiene una fuerte presencia social, como Nicolás Romero o La Paz.
Puede decirse que Antorcha sí tiene un voto duro, pero es más bien un voto corporativo, cautivo basado en sus células de organización y que, quizá, le permita enfrentar las elecciones con cierto éxito. Y es que en los municipios donde gobierna ya existe un hartazgo en amplios sectores de población que verían como una acción refrescante la llegada de otras fuerzas políticas al gobierno municipal.
Hablar de un voto duro al interior de Morena es complicado, porque se trata de un partido de muy reciente creación, que llegó al poder por múltiples factores y que de pronto se llenó de militantes de todos los demás partidos.
Sí, podemos hablar que Morena tiene un voto duro, ese que está representado por los miles o millones de ciudadanos que reciben algún apoyo del gobierno federal, desde los adultos mayores, hasta los “ninis”, las amas de casa, los estudiantes. Todos ellos forman un abigarrado ejército de votantes ávidos de seguir a quien dé más.
Al final de cuentas pocos militantes están en un partido político por su ideología o por su proyecto de nación. Los simpatizantes son volátiles, huyen al menor síntoma de que habrá mejores apoyos en otros lados, y sí, eso sí, castigan los excesos de los gobernantes. Ya lo vimos.