Comienza el otoño de muchas vidas. Con cambio de horario y mil y otras cosas más. Qué bendición que, en el camino, todas estas hayan encontrado a Dios. Lo sepan detener en su alma e inteligencia y más que nada, que crean en él como el absoluto señor y salvador de sus vidas.
Y todo viene al caso porque el otro día y por pura casualidad, -ellos lo llaman diosidencias-- me encontré a alguien que desde hace muchos años --ya casi 20-- es Pastor de una iglesia cristiana de Toluca, que se llama Iglesia del Señor: él es Javier Ríos. Estaba en la banca de enfrente a la mía, en un Sanborns cualquiera durante el almuerzo y se paró a saludarme y a darme un grande abrazo. Bueno, no me soltaba la mano y fue más que afectuoso.
Pues bien, confieso que desde hace años yo no me paraba en una iglesia cristiana, así que cuando me invitó este domingo a la suya, por puritita pena, allí fui. Y cuál no sería mi sorpresa que vi a mucha gente congregada en tres turnos. Pero lo más sorprendente para mí, fue con la grande fuerza con la que este Pastor y su esposa se dedicaron a orar en el nombre de Jesús, por quienes más falta lo necesitan: por todas aquellas personas que en algún momento de vida se sintieron solas, con ganas de morirse, desamparadas, juzgadas, humilladas, sin ningún sustento… y les recordaron a ese hombre que hace dos mil años vino a hacer por todo un pueblo escogido: a morir en la cruz, inmolándose, para llevarse todos nuestros pecados, enfermedades y tristezas: Jesucristo.
En un mundo cristiano como en el que vivimos los mexicanos, esto no es difícil de creer. Lo difícil es entender que existe un Dios que creó todo antes de todos los tiempos; que se definió a sí mismo como el ‘Yo Soy el que Soy’. Que los judíos le dieron 72 nombres; que no tiene principio ni tiempo; y que su hijo bien amado vino y nos acercó a él, enseñándonos la oración de oraciones: el Padre Nuestro.
En Arameo es la oración más bella que conozco, y dice así: Padre-madre, respiración de la vida, fuente del sonido, acción sin palabras, ¡creador del cosmos!: haz brillar tu luz dentro de nosotros, entre nosotros y fuera de nosotros, para que podamos hacernos útiles. Ayúdanos a seguir nuestro camino respirando tan sólo el sentimiento que emana de ti. Nuestro yo, en el mismo paso, pueda estar con el tuyo, para que caminemos como reyes y reinas con todas las otras criaturas. Que tu deseo y el nuestro, sean uno sólo, en toda la luz, así como en todas las formas, en toda existencia individual, así como en todas las comunidades. Haznos sentir el alma de la tierra dentro de nosotros, pues, de esta forma, sentiremos la sabiduría que existe en todo. No permitas que la superficialidad y la apariencia de las cosas del mundo nos engañen, y nos libere de todo aquello que impide nuestro crecimiento. No nos dejes caer en el olvido de que tú eres el poder y la gloria del mundo, la canción que se renueva de tiempo en tiempo y que todo lo embellece. Que tu amor esté sólo donde crecen nuestras acciones. ¡Qué así sea!
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