“Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mente.”
−Ludwig Wittgenstein
El lenguaje es la facultad humana para tomar sentido y conocimiento de todo lo que nos rodea, para interpretarlo e insertarnos en los más diversos contextos, teniendo conciencia de nuestro ser y existencia, con la posibilidad de expresarnos y relacionarnos de acuerdo con nuestras necesidades, aspiraciones, creencias y convicciones.
La lengua, en este caso la lengua castellana, enriquecida con términos propios de la cultura que nos acomuna es el código compartido para comunicarnos, leer la realidad y participar activamente en ella; así como cada persona es única por sus concepciones, ideas e interpretación de las realidades que vive, la lengua se torna en múltiples autenticidades, se amplía y pervive en constante evolución.
Los modismos, regionalismos, los tecnicismos o las jergas profesionales son palabras que se adecuan en su significado a tradiciones, lugares y actividades específicas; hay palabras que se transforman en su pronunciación, escritura y uso por mil y un motivos con tal de ser el código común y efectivo para que determinado grupo pueda comunicarse, ergo, entenderse.
Se trata de privilegiar la necesidad de diálogo como elemento fundamental del entendimiento y la civilización. Eso creo. De tal manera, el llamado lenguaje inclusivo, no sexista o incluyente, busca adecuar el código común a una necesidad muy clara: dar cabida, desde el lenguaje a todas las personas y sus circunstancias, en un afán de reconocimiento y dignificación.
El objetivo es visibilizar a los grupos demográficos minoritarios, a las mujeres de todas las edades, a las personas con discapacidad o con identidad de género y orientación sexual diferentes, para erradicar la discriminación que se ejerce desde el ámbito de la expresión provocando su minimización, desvalorización e invisibilización en una artera y cotidiana práctica que transgrede sus derechos humanos y, básicamente, su dignidad.
El propósito del lenguaje inclusivo es llamar la atención hacia condiciones que no podemos tolerar cuando nos afanamos en construir una sociedad moderna, democrática y de derechos, que debe dejar atrás la normalización del insulto, el menosprecio y la anulación de la existencia de las personas y sus derechos por el hecho de ser mujeres, niñas, niños, jóvenes, ancianos, pobres, indígenas, enfermas, de la comunidad LGBTTIQ+, etcétera.
Dijo el poeta y lexicógrafo inglés Samuel Johnson que “el lenguaje es el vestido del pensamiento. En el idioma está el árbol genealógico de una nación”, por tanto, en la edificación de una sociedad igualitaria debemos ajustar la forma en que nos nombramos unos a otros, haciendo visibles a todas las personas en sus derechos y en su necesidad de respeto, de justicia y de acceso al desarrollo.
Decir “todas y todos”, “niñas y niños”, responde a una demanda de respeto e inclusión, a un movimiento global imparable contra la discriminación para cerrar la puerta a la intolerancia, la violencia, la omisión, la pobreza y la indignidad de muchas personas en el mundo, no se diga en nuestro país, donde a las niñas se les pone precio y se asesina a las mujeres o a la comunidad LGBTTIQ+ por considerarlos seres humanos de segunda.
La visibilización de esta realidad a través de las palabras no es un asunto de gramática, sino de dignidad y búsqueda de la igualdad.