“Navegando en la pandemia de la COVID-19: nos hemos subido al bote salvavidas. La tierra firme queda lejos”, Marc Lipsitch, epidemiólogo
Hace más de un año, en abril de 2020 para ser exactos, la gran avalancha tomó al mundo desprevenido, nadie, absolutamente nadie, estaba preparado para asumir con todo la defensa ante este fenómeno biosocial.
Muchos vimos que la condición humana regresaba a eso, a lo humano, a la naturaleza, a los valores y a esas características que nos hacen sintientes y pensantes.
México tomó con incredulidad el inicio del fenómeno. Lo vimos desde lejos o pensábamos que muy lejos estaban los países europeos, “aquí no va a pasar, acá no llegará.”
España, y concretamente Madrid, fue el epicentro de la novísima catástrofe: hospitales abarrotados y un sistema de salud debilitado. Comenzamos desde estas tierras a ver con asombro la importancia del personal de salud, que aún con carencias se mostraba inquebrantable.
Menciono España porque la solidaridad volvió a resplandecer, parecía guardada durante varios años después de la tragedia ocurrida en Atocha, en 2004, en la que hubo decenas de muertos; recuerdo ahora un canto popular de La oreja de Van Gogh que aludió al acto terrorista que tanto dolor causó y que resultó imperdonable, inolvidable, cuyo monumento homenaje a las víctimas fue recientemente inaugurado, como lo será el relativo a la memoria de los caídos por este virus.
La sociedad civil, sensible, dolida, comenzó a desplegarse: los aplausos calle a calle, balcón a balcón, las videollamadas, las cartas expuestas a través de las ventanas del hospital… la necesidad urgente y contenida de un beso o de un abrazo movía a la gente: nacieron canciones de los trovadores populares que no cesaron de decir “resistiré”. Las versiones española y mexicana reunieron el canto de varios artistas que tocaban la tristeza de la tragedia y convocaban a no bajar los brazos, hablaban del perdón, del amor, del miedo, de la reivindicación del cariño hacia nuestros hermanos y amigos, de la vida misma.
Canciones como “Aves enjauladas” de Rozalén que promete que “cuando salga de esta iré corriendo a abrazarte” y llama a construir y a “contagiar mis ganas de vivir y toda mi alegría”; el grupo chileno Illapu cantó que la “vida volverá”, desterrando las “… flores de la peste”; en fin, todos hablando, lamentando, prometiendo y haciendo nuevos propósitos como quien sale vivo de una trinchera en plena guerra.
Hoy, en noviembre de 2021, los buenos propósitos, la solidaridad, la fe, los aplausos, el perdón, el amor a los ancianos olvidados, una nueva cercanía, el respeto al hábitat de los animales, el temor, la fraternidad, el ensalzamiento a la “legión de héroes de batas blancas” parecen haberse difuminado en las grandes aglomeraciones marcadas por la indolencia, la indiferencia y una renovada versión del “valemadrismo” en las reuniones tumultuarias, el “Buen fin”, la Fórmula 1, el desfile de Día de muertos, las fiestas o los eventos deportivos con estadios llenos en todo el mundo.
La nostalgia de una pandemia que pareciera haber sucedido hace 50 años y no el año pasado, la endeble tranquilidad de que “a mí ya me vacunaron” y la complicidad de algunos gobiernos por el tema económico, pueden darnos la sorpresa de una cuarta ola de la avalancha biológica.
Volvamos a lo humano, mantengamos la capacidad de asombro y el sentimiento solidario, porque este fenómeno no ha terminado ni terminará, como lo asevera la OMS, así sucedió con la viruela, la polio o la influenza.
Recordemos a quienes fuimos en abril de 2020 y nunca olvidemos nuestros propósitos, juramos cambiar para cambiarnos, cuidar y respetar el estado humano y nuestro entorno, sigamos haciendo canciones en las que se vuelvan a extrañar los abrazos y -como decía Lennon- demos otra oportunidad a la paz.
Hoy, el personal sanitario, médicos, enfermeras, terapeutas, nutriólogos, administrativos, detrás de sus lentes y cubrebocas inamovibles, siguen clamando por mejores condiciones para seguir cumpliendo su misión.
Ojalá nuestros legisladores y concretamente la sexagésima primera Legislatura de esta entidad, siga estimulando a los “ángeles de alas verdes y azules” y les otorgue mejores condiciones laborales y profesionales, aparte de instruir la jornada de los “aplausos” y un muro de honor, amén de las letras de oro en su recinto, procurando reivindicar a este ejército que se la juega a diario con la vida y la muerte.
Cierro el Inventario de hoy parafraseando a Omar Torrijos: “el personal de salud murió por esta causa, no permitamos que sigan muriendo por nuestra indiferencia”.