Hace unas décadas surgió el concepto de Economía de la Atención, concepto que señalaba que la abundancia de la información estaba dando lugar a la disminución de la atención. La noción parece que lo acuñó el Premio Nobel de Economía Herbert Simon, que en 1971 investigó el impacto de la sobrecarga de información en las llamadas economías desarrolladas y que hoy podría extenderse a prácticamente todo el mundo.
De su investigación se deduce que una riqueza de información crea una pobreza de atención. Años más tarde, en 1997, Michael Goldhaber publicó un artículo, “La economía de la Atención y la Red”, que llegaba a una conclusión: “el dinero no puede comprar atención”.
En nuestros días la atención está cada vez más en falta. No sólo niños sino también un número creciente de adultos son diagnosticados con déficit atencional en la actualidad.
Es evidente que la reciente (y creciente) digitalización de la mayoría de los procesos comunicativos que se realizan en las sociedades actuales provoca un crecimiento exponencial de los datos, que deben ser asimilados, clasificados, comparados, monitorizados… Es una tarea cada vez más ardua que provoca que la atención sea uno de los bienes más escasos en esta nueva época. Es decir, actualmente el tiempo se convierte en el recurso más escaso.
Por esto aparece un nuevo costo: la Falta de Atención, la Desatención. Hasta hace unos años era posible tener audiencias cautivas, hoy el cambio de foco es una constante. Atraer la atención de las audiencias, cautivar su confianza, generar interés continuado y convencer cuesta mucho más esfuerzo que antes. Y esto es debido a que la información se ha vuelto miscelánea, compuesta de cosas distintas o de géneros diferentes e inconexos mezclados o unidos. De este modo, cada usuario posee su propio esquema mental y percibe (o busca) la información de manera diferente o deja de percibirla por el exceso, por la saturación.
Impresiona pensar que cada día se publican más de un millón de páginas web y más de 20,000 millones de correos electrónicos, sin entrar en el fenómeno-en-tiempo-real de Twitter, WhatsApp y otras aplicaciones. Además, la superabundancia de datos y la multitarea que propician los nuevos medios de comunicación son fenómenos crecientes que están desafiando al aprendizaje.
Las instituciones educativas son uno de los lugares en que se evidencian los efectos negativos de esta tendencia. En los alumnos se manifiesta como aburrimiento-tedio y puede expresarse como “desatención”. En los docentes puede aparecer como desánimo y vehiculizarse en una actitud de “queja-lamento” porque sus alumnos se distraen mucho, porque son “hiperactivos”.
Esta supuesta hiperactividad en realidad denuncia la hipoactividad o baja actividad pensante, lúdica y creativa. “No presta atención”. “Es inquieto”. “Es distraído”. “Es hiperactivo”. Son actualmente las quejas más escuchadas en la consulta psicopedagógica.
Pero cuando un especialista diagnostica “déficit atencional”: ¿sabe a qué se está refiriendo?
¿Incluye en su análisis las múltiples causas individuales y sociales que pueden alterar los modos
atencionales? Un niño o joven puede estar desatento en la escuela porque se siente en peligro; porque siente al mundo amenazante; porque sufre de abuso directo o indirecto; o porque está deprimido; porque no le interesa lo que le enseñan; porque lo que le enseñan es poco atractivo; porque quienes le enseñan no lo atienden como un ser pensante y deseante afectado, como lo estamos todos, por los desarrollos tele-tecno-mediáticos.
Para desarrollar la capacidad de atención hay que tener en cuenta que la capacidad atencional es una construcción que acontece en el espacio de las relaciones sociales y sucede bajo el régimen de la inter-subjetividad, de la relación con los otros.
Y tener en mente que atender es cuidar. Cuidar amorosamente algo, escuchar, entender, aguardar, ser solícito, paciente. Por eso decimos “fue bien atendido”, o “mal atendido”. Se dice también: “esa persona es muy atenta” o “el doctor atiende sólo por las tardes”. Pero, a su vez, “atención” remite a estar alerta. “¡Atención! Zona de Peligro”. Cuando los maestros piden: “Presten atención”, ¿pretenden que los alumnos cuiden amorosamente algo o que se defiendan de un peligro inminente? “
Pero hay una distracción positiva, una diversión que no estorba sino ayuda al aprendizaje. Los artistas y los niños pequeños nos comprueban el hecho de que la capacidad atencional nace y se nutre en el espacio de la creatividad y el jugar. El escritor Fernando Pessoa lo decía bellamente: “Sentir es estar distraído”. Necesitamos estar lo suficientemente distraídos como para sorprendernos por otros sucesos y lo suficientemente atentos para no perder la oportunidad de apreciar lo nuevo, de aprender.
Ese movimiento equilibrado entre la distracción y la atención es lo que nos permite aprender. Es en los espacios de la atención que la distracción puede producir. Es decir, donde se abre la alegría del hacer, del crear, de aprender.