Alguna vez, Sebastián Piñera, siendo candidato a la presidencia de Chile, proclamó: “cuando Dios creó Chile, sin duda estaba muy creativo, generoso y de buen humor y nos regaló la más linda de las estrellas: la estrella que flamea nuestra bandera”.
Por algo para sus poetas esa estrella siempre fue luminosa y cercana. El más grande de todos, Pablo Neruda, decía que: “asomando a la noche tocaba la bóveda nocturna y en un acto de amor se apoderaba de una celeste estrella.” La más grande de todas, Gabriela Mistral, se preguntaba sobre “buscar a Dios en las estrellas”, Vicente Huidobro le pedía a la estrella “una amistad de anchas orillas, un gran río profundo que embrujara a Chile e hiciera cantar las aguas dormidas”.
Esa estrella es la que el pueblo chileno busca -a la manera de Fernando Pessoa- como una constante perpetua en cada relevo presidencial. Esa estrella, símbolo del progreso, la unidad y el trabajo, ha sido la misma que iluminó los pensamientos de O’higgins, Carrera, Manuel Rodríguez y Arturo Pratt.
Es la estrella de la unidad y de la esperanza, de la alegría y de la imaginación, que lo mismo estuvo presente en los periodos presidenciales de Salvador Allende, Patricio Aylwin, Ricardo Lagos y Sebastián Piñera -por mencionar algunos- y que ahora recobra su intensidad y verdadero significado en la figura de Gabriel Boric, considerado el precursor del movimiento de renovación de la izquierda en América Latina y quien, a decir de muchos expertos, encarna otra forma de hacer política y contrasta con los rasgos característicos del castrismo, chavismo, kirchnerismo o hasta del propio sandinismo, cuyas peculiaridades fundan su concepción en una filosofía eminentemente nacionalista y anti-imperialista.
Desde su asunción al poder, Boric ha dado muestras de que encarna otro estilo. Su primer encuentro telefónico con el presidente de los Estados Unidos dio mucho de qué hablar y pone de manifiesto la notoria singularidad que lo distingue de sus homólogos que, en teoría, abrazan los mismos ideales y patrones de conducta respecto a su relación con el vecino país del norte.
Los antiguos navegantes, con mucha sabiduría, se dejaban guiar por los astros. Parece que Boric -en principio- pretende hacer lo mismo con las estrellas que componen la bandera de Chile. Un armonioso ejemplo de ello fue la comunicación que ha procurado entablar, desde su asunción, con el pueblo indígena mapuche, soslayado por todas las administraciones presidenciales en el pasado reciente, inclusive considerados como agrupaciones terroristas por la práctica de usos y costumbres que son contrarias a la ley chilena.
La lucha del pueblo mapuche sigue latente en la agenda política chilena y Boric lo sabe, al asumir como presidente en un momento convulso de su historia, debido a los recientes acontecimientos que cimbraron la gobernabilidad de un país que ha sido ejemplo de unidad, desarrollo y crecimiento sostenido.
Su triunfo sobre el ultraderechista José Antonio Kast, abre un interesante panorama que va mucho más de las fronteras de Chile, debido a que refleja una alarmante fragmentación entre diversos sectores de la población, que pone en riesgo la gobernanza de un país, al fortalecer el liderazgo de un candidato por encima de un proyecto político que, aunado a la falta de una verdadera oposición, hace suponer una representación política frágil, dubitativa, que lejos de compenetrar al ejecutivo en sus funciones lo limita de forma considerable, pues al llegar a este, no gobierna un partido político, gobiernan coaliciones que, muchas veces, se conforman con el objetivo de vencer a su adversario en lugar de edificar un verdadero proyecto político.
Recordemos que Boric asume su mandado como candidato de una coalición conformada por el partido Convergencia Social en coordinación con el conglomerado Apruebo Dignidad. El mandatario ciñe su discurso entre estas dos corrientes, en algunos puntos disidentes y en otros tantos unitarios. Chile es un laboratorio político que nos está demostrando la realidad de las democracias en América Latina.
Será muy interesante la manera en la que Boric, el presidente más joven de la historia de Chile, encausará sus convicciones y su proyecto político, con la certeza de que “mucho más temprano que tarde, de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor.”