“Ya no hay quien sepa el arte de la conversación… Conversar es entrar en el surco que ha trazado el otro, y proseguir en el trazo y perfección de aquel surco; diálogo es colaboración.” -Massimo Bontempelli, poeta italiano
Quienes tienen la dicha de conversar con sus abuelas, abuelos, una tía o con el amigo septuagenario o aún mayor, saben de lo grato que puede ser compartir y recrear la vida en amenas charlas donde el recuerdo y las lecciones aprendidas se convierten en un nuevo conocimiento y en un renovado apego a la vida.
La brecha generacional existente entre la población actual es muy amplia, en esta se ubica la generación que vio nacer la televisión, la radio, las computadoras, el Internet, el teléfono móvil y, con todo ello, una total transformación de la vida cotidiana; hoy coexistimos varias generaciones, cada una con sus signos y significados, pero compartiendo el presente donde aún cabe la fraternidad.
Es un hecho que cuando hablamos y prestamos oídos a los demás, trascendemos mejor la vida; la emoción compartida empáticamente nos enriquece a todos, a todas; por ello debiéramos empeñarnos en hablar y escuchar, en charlar y aprender del otro y de nosotros mismos, porque es en la palabra y en la convivencia donde cada día nos reconstruimos, nos entendemos y hallamos aliento para seguir adelante.
El diálogo intergeneracional es difícil, ciertamente, pues cada generación tiene sus propias características, temas comunes, preocupaciones específicas, gustos y enfoques distintos, tanto en lo personal como en lo profesional. Sin embargo, la condición humana sigue incólume. Somos emoción, pasión, dudas, alegrías, soledades, vicios y virtudes, y siempre será necesaria la palabra experta, el consejo amable y cariñoso de quienes con generosidad gustan de compartir sus anécdotas y consideraciones.
Cada persona se desarrolla pasando por distintos procesos de socialización y cambios culturales, por ello necesitamos abrirle la puerta al diálogo, convivir, compartir, retener el talento, las ganas de saber y de apreciar la vida para que pervivan la tradición y los saberes, lo que nos hace humanos.
Dijo el cineasta sueco Ingmar Bergman que “envejecer es como escalar una gran montaña: mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y serena”, y es algo que la juventud de hoy, tan aislada, tan sola, tan consumista y mediatizada, debe tener presente para amar cada día y dar sentido a lo que vive, a lo que siente y al hecho maravilloso de tener un futuro por construir.