Porque los asesinos matan y lo hacen porque pueden, porque nadie se los impide, porque cuentan con una o varias armas y ninguna autoridad los castiga. Para acabar pronto, por la impunidad que los protege.
Quienes asesinan, odian la vida y sus propias vidas. Aborrecen a los diferentes a ellos. Nacieron y crecieron en hogares rotos, con el rencor como única emoción.
La furia guardada tanto tiempo en el ambiente violento que les rodea la van acumulando y sólo saben resolver sus problemas con las armas: así lo aprendieron. La mayoría de estos halcones, matones, sicarios, polleros, no tuvieron escuela ni valores, en un tejido social roto hace ya tiempo, en el que la sociedad también está enferma de miedo e indiferencia y hay muchos niños y jóvenes que admiran a estos asesinos como héroes sin que sus familias hagan nada por evitarlo. La narcocultura, los héroes de las películas, los corridos y el uso de la moda narca los afirman.
Los jóvenes que matan lo hacen porque así matan el abandono de sus padres en su infancia, por la violencia intrafamiliar en la que vivieron, y por muchas razones más, entre ellas, la pobreza económica, la emocional, de principios y de educadores comprometidos.
Los jóvenes que matan, sólo así “se sienten alguien”, tienen dinero, joyas, automóviles, sexo, y así su sentido de pertenencia se resuelve, al ser integrantes de un cártel o llegar a formar su propia organización.
Quienes asesinan lo hacen también porque estar al servicio de los capos, les permite escalar posición, lo que no logran estudiando una carrera o buscando empleo, que ni los satisface ni los inspira, lo que quieren es llegar a ser amigos de los poderosos como el Chapo o sus hijos, el Mayo Zambada, la Barbi, el Mencho y otros narcos famosos enmedio de una realidad nauseabunda que invade al país.
Y como se ha llegado al punto en que sólo nos importa lo que nos pasa a nosotros y a los nuestros, porque estamos encerrados en nuestras cuevas, el fenómeno favorece la impunidad que los hace proliferar; y para las estadísticas, un muerto más o uno menos no importa en nuestro amado México convertido en un cementerio.