La crítica es pieza fundamental en la democracia, es la que le da vida, pues en ella se soporta la libertad de expresión y la libertad de prensa. No se ha logrado tal conquista con el permiso y la voluntad de quienes en su momento han ejercido el poder; al contrario, son muchos a los que no les gusta, ni un poco, la posibilidad de que sean revisadas sus acciones. Principalmente, aquellas que examinan su desempeño en el cargo encomendado por el pueblo, a través del voto.
El actual presidente Andrés López Obrador no es pionero, ni de lejos, de muchas de las cosas que pretende arrogarse como su creador, como son los tan manoseados programas sociales. Éstos nacieron de un populismo rancio que, desafortunadamente en su mayoría, son utilizados como letra de cambio por aquellos que no llenan las expectativas y solo buscan votos.
La tarea de quien asume el poder, una vez conquistado a través del voto democrático, es realizar una serie de actos, cambios y políticas públicas encaminadas a proyectar a la nación para que avance hacia un mejor futuro; con la obligación de curar las heridas que normalmente se forman en un proceso electoral.
Esa gran responsabilidad, la desempeña un verdadero estadista, que, partiendo de la comprensión de que representará a todos los sectores, se dedica a enderezar lo que estaba mal, o no funcionaba correctamente, para que sirva a la comunidad, eso se descubre y es vital en los primeros días de gobierno, por eso son los primeros 100 en los que se observa cual será la forma de trabajar del nuevo líder.
Sin embargo, desde antes de iniciar su sexenio, el presidente López Obrador se ha dedicado a destruir, a dividir, a echar a perder todo, sin componer nada o colocar algo medianamente bueno en sustitución de lo que dice estaba mal. Destruyó el futuro de la comercialización de México, que iba a ser un referente con la construcción del nuevo aeropuerto que se localizaría en Texcoco, sustituyéndolo por un armatoste que no utiliza ni él. Dejó a la nación a la que debería gobernar, sin medicamentos, sin combustible, sin fideicomisos, y ahora, en la pobreza franciscana, con un gobierno inútil que se traduce en una deplorable desatención a los gobernados.
Dentro de todo esto, surgen inquietudes que apuntan al desastre que representa la forma de gobernar de alguien que se le hace más preciado contar con un 90% de honestidad y un 10% de capacidad. Ni honestidad, ni capacidad, es lo que, para maleficio de los más de 130 millones de mexicanos, predomina.
¿Para qué pedir que, si suponía que había corrupción en el citado aeropuerto, o en la compra de medicamentos, o de gasolina, no iba por ellos y los enfrentaba a la justicia?, ¿para qué, si no era eso lo que le importaba?, más bien, el gobernante está tan lleno de ego que lo que pensó sería fácil, descubrió que no lo era; por eso, es hasta el cuarto año de su gobierno que intenta rectificar respecto de la seguridad y se quiere proteger con el ejército dejándolo hasta mucho después de que finalice su sexenio.
No hay resultados en beneficio y para provecho de los mexicanos que trabajan y le dan al gobierno la parte que les corresponde en impuestos, aunque de vuelta no obtengan lo que merecen, en seguridad, salud, infraestructura, etcétera. No la hay, porque nadie sabe a dónde termina todo el recurso proveniente de esos impuestos.
Ahora, el ejército está más empoderado como no se había visto antes, en la época moderna, y como no se hubiera imaginado ningún mexicano que cumple con sus obligaciones ciudadanas, que esto era lo que obtendría a cambio de su esfuerzo. Pero a pesar de todo, cabe aún la posibilidad de que el ejército obtenga más poder, muy pronto habrá muchos arrepentidos.
Ante esto, ¿por qué las voces críticas no se escuchan como deberían? Es sencillo; es el propio mandatario quien dedica gran parte de su tiempo a atacarlos, todos los días, y por si no fuera suficiente, los miércoles aparece una encargada de hacerlo; con voz chillona, y para no manchar más al presidente, Ana Elizabeth García Vilchis, desata acusaciones y ataques defendiendo la verdad gubernamental con tan solo decir que no es verdad lo que se lee o se escucha de los críticos del gobierno y de López Obrador, así, sin pruebas, no las necesita, tan solo con decir que es mentira, cumple con su cometido.
Ante lo señalado, recién escuché a uno de los aplaudidores del hoy poderoso, quien defendía al tabasqueño con gran pasión, digna de mejor causa, diciendo que, en efecto, hay cosas que se le salen de las manos, pero no es decisión de él, sino de otras personas, porque a él no se le puede negar que lo mueve un profundo cariño por México.
¿En serio?
No se puede entender que alguien pueda presumir lo anterior sin recibir un beneficio a cambio, por el simple hecho de que la crítica, es para señalar lo que está mal, si se busca acariciar el oído de quien se encuentra en el poder, es por un interés, válido, pero se manejan las cosas como mejor conviene al poderoso, pero llama la atención lo dicho: un profundo cariño por México. Si fuera el caso, empezaría por componer todo lo que se ha dedicado a destruir, sin llamar a sus seguidores, mascotas, solovinos y la serie de calificativos ofensivos que les ha dedicado, cambiaría de estrategia de seguridad por una verdadera, no se guardaría en su palacio ante las eminentes manifestaciones, entre muchas otras más.
Es muy fácil alabar, porque la crítica tiene su precio, actualmente son los miles de bots que se manejan desde el poder para denostar y descalificar a aquellos que han hecho esa labor a través de los años, sólo que hoy, le toca a quien se tira al piso por cada comentario, columna o tuit que no le gusta, y que dejan mal parado a su gobierno.
No hay forma de quebrar, por el momento, esa percepción que muchos tienen por la insistencia del ejecutivo, de que encabeza un verdadero movimiento revolucionario y que vamos por el camino correcto, aunque sea todo lo contrario, la pregunta entonces sería. ¿podrá lograr su transformación? Tiene aparentemente todo a su favor.
Ya veremos.