Hoy día vivimos bajo el imperio de las redes sociales. No sé cómo hubiera sobrevivido la adolescencia si hubiera estado bajo el escrutinio de millones de personas, entre amigos, familiares y por supuesto personas a las que les interesa mi vida, pero que ni siquiera me conocen bien.
Las redes son un gran escaparate. Todo mundo sabe si fuiste a fiestas, si te encontraste con amigos, si visitaste un Museo, si das una opinión inspiradora o si lanzaste un juicio que a nadie le gustó.
Piénsenlo esa libertad de expresión como tal ya no existe. A finales del siglo XX podías gritar en la calle cosas sobre los gobernantes. Discutir en casa lo malo que era un edil o los héroes que nos dieron patria. Simplemente, podías dar rienda suelta a la verborrea y listo tu opinión rodaba y rodaba sin miedo, pues más allá de tus conocidos o gente querida nadie más se enteraba de lo que pensabas.
Ahora es diferente. Cuando vas a publicar algo, sea la plataforma que sea, debes tener cuidado. Este peligro se acrecienta si eres una persona pública. Y con esto no digo que los individuos comunes no tengan que reflexionar sobre sus publicaciones, al contrario. De la noche a la mañana te puedes convertir en una tendencia por algo que escribiste en un comentario de Facebook o desatar un “hilo de conversación” polémico por exponer tus creencias políticas, religiosas, culturales o gustos musicales.
Sin embargo, la exposición no es tan grave como la de un presidente, gobernador, edil, diputada, etc. No sé si tengan un agente de redes sociales, pero sí alguien que controla sus publicaciones.
Claro, hay sujetos que al considerar tener un filtro no solo mental, protegen su información y sobre todo su dignidad.
Pensemos en todos aquellos gobernantes que han metido la pata en las redes. Trump es ejemplo de ello, con hechos bochornosos. Casi provoca una guerra con tan solo un tuit.
¿México tiene ejemplos como estos?
Demasiados y muy penosos. Desde López Obrador diciendo sus famosas frases para denostar a cualquiera de sus enemigos políticos. Claudia Sheinbaum enalteciendo a la 4T y defendiéndola como nadie.
Aún peor no solo los protagonistas de la política están involucrados en este avistamiento y enjuiciamiento en las redes, también sus hijos, familiares, parejas, etc.
Pensemos en todos los hijos de secretarios, magistrados, gobernadores o empresarios que son escudriñados por cada cosa que hacen. Por supuesto, sus declaraciones no son las más afortunadas, mucho menos sus acciones.
Por ejemplo, las de tantos jóvenes que presumen sus posesiones, lujos y despilfarros. O todos aquellos que suben cada cosa que hacen sin temer lo que esto puede causar.
Cada acción de los hijos se verá como resultado de la debilidad o poca firmeza de sus padres, o de la falta de educación en valores.
Ahora en este momento, se están publicando videos donde le gritan a AMLO que está llevando a la quiebra a este país. Otro donde unos muchachos, hijos de exfuncionarios de Hidalgo, golpean a un indigente. Uno más donde el dueño del restaurante del WTC humilla a su empleado porque le pidió identificación a su hija.
Videos que en segundos se vuelven virales que muestran una y otra vez como alguien que tiene un poco de poder hace lo que quiere. Millones de personas compartiendo, buscando insultar por las redes a los que ofendieron o golpearon a alguien que no se lo merecía.
Lo preocupante es que se queda ahí. Observar, criticar, juzgar, linchar viralmente y luego el malo que sigue.
Lo malo de las redes es que cualquier cosa que se haga ahí es como un cerillo encendido, la flama puede quemar, pero solo por unos segundos. Incluso todos aquellos que han sido censurados, pueden seguir cometiendo fechorías pero sin estar bajo el foco de los demás.
Una justicia inmediata en un comentario que no perdurará a menos que se haga viral.
¡Qué tiempos! Hasta la verdad dura un segundo.