Los caminos de la vida, no son lo que yo pensaba, no son lo que imaginaba, no son lo que yo creía, dice la canción.
Estamos viviendo un momento histórico en el Estado de México. Una nueva era ha comenzado. Se transformará esta región. Ahora se pintará de café y rojo. Los pobres irán primero y todo aquel funcionario que intente enriquecerse será vetado por el gobierno.
Suena lindo.
Me gustaría creerlo. Un estado endeudado, con grandes problemas de desigualdad económica, mientras unos viven en residenciales que parecen sacados de una película gringa, a su alrededor están los que viven al día, contando los pesos y las tortillas.
En este Estado nos tocó vivir. Un Estado lleno de feminicidios, de un sistema de salud colapsado, de un fallido sistema de seguridad pública.
Así lo recibe Delfina y seguramente el de atrás tuvo la culpa y no alcanzará para curarlo, ni para reparar.
Caminos que todos sabemos, discursos que ya hemos escuchado. En este país, estado o municipio, todos tienen la culpa, menos el gobierno en turno.
Somos una historia contada con diferentes colores, actores, pero con la misma trama.
Ahora se nos promete que el 50% por ciento del gabinete serán mujeres. Todo ello para lograr la paridad, pero… no se trata de llenar un porcentaje, se trata de darnos lo que nos toca. Las mujeres debemos ser parte de las decisiones, pero no por un corto tiempo para que se vea que estamos presentes. Por supuesto que somos capaces, nunca estuvo en duda. Lo que no está claro es si vamos a lograr ubicarnos en los puestos necesarios para mantenernos ahí, para hacer historia y no solo para ser un número, un intercambio una falsa paridad.
Es cierto que se han logrado varias gubernaturas, muchas féminas están al frente de las administraciones, pero por qué se sigue viendo como algo histórico, cuando ya no debería ser un requerimiento sino un derecho. No es un favor, no es una dádiva, es el resultado del trabajo que se ha venido haciendo. Se ha luchado demasiado para poder tachar una boleta primero y después para estar en ella.
Se oye bonito de nuevo. Está bien para un discurso político, pero la historia la siguen escribiendo los hombres y los acuerdos los siguen haciendo ellos.
No puedes prometer el 50% de un gabinete, cuando se derogan leyes que apoyan a las mujeres, que las protegen.
Hasta cuando seremos carne de cañón. Somos votos, somos programas sociales, somos la promesa eterna de estar arriba. El grupo vulnerable que lo necesita todo. Trabajo, seguridad social, guarderías, apoyos económicos, desde créditos hasta becas.
Ahora que viene el momento de los hechos, la fe se centra en que sea verdad todo lo que se dijo. En que no ocupemos un puesto, mientras llega el hermano, el amigo, al que se le debía, al que lo trabajó.
Ocupar una palabra como transformar, le viene bien a cualquier gobierno. Solo que las transformaciones pueden ser buenas o malas, depende a quién o qué transforme.
Ojalá y no nos convirtamos en la transformación de pobres a más pobres. De mujeres en el poder, pero no en puestos clave, solo en aquellos que van de acuerdo a nuestro género, porque seguirá siendo una dádiva y no un derecho.
Está bien, nos pintamos de otro color. Las palabras se tendrán que hacer acciones y una mujer tendrá que hacerlas realidad, porque ahí está su verdadero papel histórico, en convertir esas declaraciones en transformaciones ciertas.