Con este título Soledad Loaeza escribió un artículo en la revista nexos en junio del 2012. La Dra. Loaeza nos cuenta la historia de cómo Manuel Ávila Camacho “lloró porque creyó que había perdido la elección”. En ese momento los cardenistas apoyaban a quien parecía ser el más fiel seguidor para dar continuidad al régimen de Lázaro: Francisco J. Múgica. La gran duda del presidente Cárdenas era si el pueblo aceptaría un candidato radical, a quien hasta Lombardo Toledano había vetado por trotskista. El candidato opositor al PRM (Partido de la Revolución Mexicana) era el General Juan Andreu Almazán, cuya experiencia y personalidad estaba más que a la vista. El general era apoyado incluso por sectores oficialistas cansados de la imposición y los abusos centrales. (¿dónde hemos escuchado eso?, ¡ah en Hidalgo!). Por esos días, sucedieron numerosos hechos violentos y, finalmente, Ávila resulto presidente.
En la evolución del grupo militar en el poder político, como una forma de evitar enfrentamientos violentos en los cambios de poder, el PRM se convirtió en un partido de corporaciones que llevó a los civiles a dirigir el país. El PRI representó la más eficiente herramienta que los ganadores de la Revolución diseñaron para lograr sucesiones sin conflictos armados. Por supuesto, aunque parezca extraño, diversos grupos de ciudadanos que no estaban de acuerdo con esos arreglos mantuvieron una lucha permanente por demostrar la pluralidad existente en México. Así surgió Acción Nacional que, en una autoimpuesta “brega de eternidad”, exigía la legalidad de cada proceso y el respeto al sufragio libre y ciudadano. En los momentos de mayor auge del presidencialismo autoritario la batalla nunca fue fácil. Muchos panistas, a lo largo y ancho del país, resintieron agresiones, detenciones arbitrarias y hasta muertes. Se pagó un alto costo para que el régimen entendiera la necesidad de transitar a la democracia plena.
No debemos olvidar que muchos años la democracia sólo era la apariencia, el barniz que recubría un aparato de control político y electoral mucho más cercano al autoritarismo. Lo cierto es que el arreglo resultó eficiente durante un buen número de años. Fue hasta finales de los sesenta y la siguiente década cuando empezaron a aparecer fisuras en el pacto que mantenía una estabilidad aparente. La conflictividad política y social que se vivió después del movimiento estudiantil del 1968; las difíciles condiciones que llevaron a un candidato presidencial único en 1976 (José López Portillo); la campaña testimonial que ese mismo año realizó el partido comunista con Valentín Campa como candidato; la guerrilla urbana y rural de la misma década, entre otros. En ese contexto, un político de la magnitud de Jesús Reyes Heroles se convirtió en Secretario de Gobernación y diseñó una reforma electoral que, de manera incipiente, dio cauce al pluralismo político. Reyes Heroles se esforzó por concebir un marco de convivencia de la diversidad, en el que cada uno pudiera ejercer sus libertades. A pesar de este primer esfuerzo, el sueño de democracia plena se postergó varios años más.
Largo y tortuoso fue construir instituciones a cargo de procesos electorales confiables, a prueba de fraudes. El IFE, ahora INE, el tribunal electoral, la credencial para votar con fotografía y un largo etcétera, no fueron concesiones graciosas desde el poder, fueron resultado de luchas ciudadanas (a través de los partidos diferentes al PRI). Muchos kilómetros se han recorrido en el camino de la democracia y hoy, después de tantas y tan diversas experiencias, vemos campañas que no son campañas, pero son campañas, de un grupo de personas (las corcholatas) a quienes el presidente dio la indicación de salir a pedir el voto, pero sin pedirlo. Vemos un ejercicio donde se viola sistemáticamente la ley, donde no se rinde cuentas del origen del financiamiento ilegal, vaya, ni siquiera se consideran actos anticipados de campaña. Cuando logramos tener elecciones confiables y la competencia se volvió real, las campañas se hacían con márquetin político, mensajes de aire y paulatinamente la movilización territorial fue superada por el interés real de participar. Ahora Morena regresa al viejo esquema de la competencia territorial. Las acciones que caracterizaban al PRI y que olvidó en alguna parte de la historia, están de regreso. Hoy, la mayor parte de los votos que llegan a las urnas son resultado del clientelismo electoral.
En estos días, y durante los próximos meses veremos el territorio nacional tapizado de propaganda de personas que no piden voto porque no son candidatas, pero que están en una campaña que no es campaña. Y el contexto de esa desmedida propaganda son las acciones de funcionarios públicos que condicionan la repartición de bienes y servicios a cambio de apoyo político. Y no podemos apostar a la denuncia ciudadana porque sería pedirles a las y los ciudadanos que se denuncien a sí mismos por vender su voto. Estos funcionarios lo saben y por eso recurren a este tipo de prácticas cuando no tienen la legitimidad o han fracasado en captar, recoger y procesar las aspiraciones e intereses de la gente de manera limpia y honesta. Si me permiten la ironía, el mercado para estas prácticas, en un estado con más de 8 millones de personas que padecen pobreza, es amplísimo. Es fácil suponer que muchos de ellos son los más vulnerables ante la oferta de vender su voto.
Lamentablemente, las malas artes políticas de Morena no quedan en la compra y coacción del voto. Quienes buscan el control político para su movimiento llegan a la amenaza o al castigo, son capaces de golpear, mutilar o asesinar a activistas o políticos. Por ejemplo, entre diciembre de 2018 y diciembre de 2022 se contaban 65 ediles muertos: 20 alcaldes, 33 regidores y 12 síndicos. Esto, estimadas y estimados lectores, es Morena.
El modelo opuesto, al presidencialismo exacerbado y al autoritarismo de viejo cuño, es la democracia no partidista: la ciudadana, característica de una sociedad plural, abierta e igualitaria, donde los ciudadanos defienden sus derechos políticos basados en el bien colectivo. En un contexto así una o un líder puede recibir votos por su valor, por los conceptos que representa su marca, por su vinculación con causas sociales o su trayectoria altruista. Con ideas bien diferenciadas, basadas en un plan de acción o bien por la historia del partido que lo respalde. Frente a la simulación impulsada desde la presidencia de la República, comenzaremos a ver un enorme esfuerzo por regresarle a la sociedad su capacidad de autodeterminación, de incluirse en la toma de decisiones, de formar parte de un gobierno que no sea el de un solo hombre sino el de todas y todos. Por eso necesitamos un mayor liderazgo social para tener gobiernos más eficientes y legitimar a las y los líderes que representen fielmente las causas ciudadanas, antes que nada y no solamente los intereses de los partidos políticos.
*El autor es Maestro en Administración Pública y Política Pública por ITESM y Máster en Comunicación y Marketing Político por la UNIR.