A estas alturas, a menos de un año de la nueva cita para acudir a las urnas y ante lo avanzado del gobierno federal, debería ser claro para la gran mayoría de las y los mexicanos que el presidente no es un demócrata y, por supuesto, su partido por conveniencia seguirá su ejemplo. Recordemos que ellos no tienen militantes, tienen fans.
La prueba más reciente es la publicación y distribución de los libros de texto que viola diversas disposiciones legales y porque jamás consideraron la opinión, como lo indica el marco legal, de la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuito, de expertos pedagogos, mucho menos de los padres de familia o de organizaciones sociales especializadas en educación. Con estos libros se pretende imponer el autoritarismo y la visión de un solo hombre. En las redes sociales las personas han manifestado diversas ideas, como utilizar los libros de años anteriores, hay quien ha mencionado la posibilidad de arrancar las hojas, otros que quede a criterio de los maestros cuándo los utilizan y cuándo no. Por lo menos media docena de gobiernos estatales han decidido no distribuirlos y, específicamente en el caso de dos entidades, utilizar materiales de confección local. Veo venir una serie de protestas masivas por parte de la sociedad civil pensante y con esto podría generarse una desobediencia civil ante decisiones que se consideran injustas.
Las violaciones a la ley, desde el púlpito mañanero, son cada vez más frecuentes, un buen ejemplo es la violencia de género en contra de Xóchitl Gálvez y la respuesta del presidente contra los integrantes del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación que resolvieron que sus dichos sí pudieran constituir violencia de género. La desquiciada reacción presidencial llegó al grado de pretender desconocer al Tribunal y se le hizo fácil abrir una sección en la mañanera llamada “No lo digo yo” para desafiar las decisiones de las autoridades electorales y seguir violentando la ley, haciendo lo que mejor sabe hacer: manipular la información y la opinión pública.
Entonces, ¿qué se puede hacer ante todo esto?, ¿existen alternativas de las que las y los ciudadanos puedan hacer uso y que los protejan de la violencia ejercida desde el poder? Sí, existen. La alternativa más importante da título a esta colaboración: resistencia civil. Para diversos politólogos los opositores pueden optar por métodos violentos que consideran son más eficaces para alcanzar los objetivos de un movimiento social. Sin embargo, como dicen, hay otros datos que demuestran que esto no siempre es así.
María J. Stephan y Érica Chenoweth realizaron una investigación, entre el año 2000 y 2006, observando a diversos grupos civiles organizados en Serbia, Madagascar, Georgia, Ucrania, Líbano, Nepal que utilizaron diversos métodos no violentos como boicots, huelgas, protestas y movimientos de no cooperación, desafiando de esta manera al poder político y cuyos resultados presentan en el documento “Por qué la resistencia civil funciona: la lógica estratégica del conflicto no violento”.
Las autoras encuentran que el 53% de las campañas no violentas tuvieron éxito frente al 26% de las campañas donde se empleó la violencia directa. Los grupos que plantearon distintas razones para la resistencia civil resultaron más eficaces en el alcance de sus objetivos. Primero, los métodos no violentos buscan reforzar la legitimidad nacional e internacional, promoviendo la participación y logran, en muchos casos, traducirse en mayor presión hacia el poder político porque socavan las fuentes de su poder, incluido el económico e incluso el militar. Segundo, los embates violentos de los gobiernos pueden justificarse cuando combaten a insurgentes armados; cuando hay una respuesta violenta ante una resistencia civil (pacífica) se generan reacciones negativas hacia el régimen y el movimiento social logra negociaciones muy convenientes.
Veamos la definición que las autoras dan al tema que nos ocupa. La resistencia civil es un método basado en la acción civil utilizado para crear un conflicto por medios sociales, psicológicos, económicos y políticos sin recurrir a la amenaza o a la violencia, incluye acciones, omisiones o combinaciones de ambas. Los métodos no violentos son muy variados y se pueden enumerar cientos de ellos, queda abierta la posibilidad de innovación e ingenio ciudadano, van desde protestas simbólicas, boicots económicos, huelgas laborales, no cooperación política o social, además de la intervención no violenta.
La llamada teoría de la inferencia correspondiente indica que las campañas resultan más atractivas para la participación del público porque cada persona decide cómo responder al adversario. El apoyo del público es crucial, si fuera el caso de una protesta violenta las fuerzas armadas difícilmente cambiarían su lealtad.
La violencia puede aparecer cuando el poder está en peligro, como es el caso que nos ocupa, según lo expresado por el presidente, que ha dejado claro que, si a su movimiento le costó tanto llegar al poder, va a seguir en el poder a costa de lo que sea y justifica el uso de todo tipo de recursos públicos, mediáticos, económicos o humanos; justifica incluso el uso de medios ilegales porque todo se vale cuando se trata de la 4T y, claro, no es lo mismo en el caso de los opositores.
En manos de Gandhi la resistencia civil adquirió una densidad moral y religiosa además de tener una implicación estratégica. Así, la defensa mediante la resistencia civil (DMRC), según lo expresado por Julio Quiñones de la Universidad Nacional de Colombia, consiste en la negativa de las y los ciudadanos a obedecer o cooperar con las fuerzas de invasión, o de usurpación interna o de golpismo de Estado o similares. Yo agregaría incluso ante actos que se consideran injustos de acuerdo con el agravio de sectores de la población. Estar desarmado no es lo mismo que estar indefenso.
Quienes hoy aún tenemos libertad de acción debemos cuidarla y aprender de muchas experiencias en diversos países que han tenido éxito en su lucha contra el tirano autócrata. Los tiempos se avecinan y cada vez la amenaza está más cerca. O nos preparamos ahora y defendemos nuestra libertad o habremos de perderla y lo lamentaremos por siempre.
*El autor es Maestro en Administración Pública y Política Pública por ITESM y Máster en Comunicación y Marketing Político por la UNIR.