Los usos sociales que se aprecian en distintas personas que gozan de teléfono celular, causan preocupación porque en numerosas ocasiones reflejan barbarie y una descortesía que avanza colosalmente, tornándose en lo habitual. Quienes tienen estos aparatos piensan que, si el artefacto de comunicación es de su propiedad y, que de su bolsillo sale lo que les cuesta, están en despótica libertad de hacer lo que se les venga en gana.
Hacen escandalosas llamadas a sus hogares, sitios de trabajo, amigos(as) y conocidos, para tratar asuntos –sobra decir– privados, pasando por alto dónde están. Por ende, ignoran al resto del mundo o más claramente a los extraños que les rodean. Van a su aire. Hay quienes responden a voz en grito, mientras van en el autobús; cuando están en un restaurante; o si caminan por las calles; si acuden a un sitio para hacer ejercicio; no importa si están en una sala de cine; o peor, porque acuden a realizar trámites o, en tanto se hallan en otros “no lugares”, como dijo el antropólogo Marc Augé.
Esas personas, con su profunda vocación por la insolencia, cuando se tiene el infortunio de estar en el mismo sitio, nos escupen en la cara sus líos. Debemos preguntarnos si es forzoso soportar: ¿gritos, fragmentos de procesos, actividades, citas acordadas o frustradas, papeles por firmar, mandatos a realizar o por cumplir, disputas anquilosadas, risotadas groseras y, la mayoría de las ocasiones, expresiones ordinarias que acremente empapan nuestro presente?
Si uno se atreve a lanzarles miradas de incomodidad por su incivilidad, cándidamente se ofenden, pues reputan que están haciendo lo que les viene en soberana gana con su manoseado celular que, además, soberbiamente pagan de su bolsillo. No se trata de demonizar estos artefactos per se.
Lo que estoy señalando son algunas prácticas y abusos que determinado perfil de usuarios(as) suele exhibir cotidianamente sin el menor rubor pues, exigiría un mínimo respeto hacia los demás. Tenemos derecho a, por ejemplo, dormitar en un autobús en que en el que viajamos; a desayunar, comer o cenar en un lugar, mientras uno quiere disfrutar de un momento de introspección. Nada de eso. Hay que soportar a quienes no reparan que, con sus impúdicas llamadas, invaden y molestan a los demás. Como decía el filósofo polaco Zygmunt Bauman, será que “en la era de la información la invisibilidad es sinónimo de muerte”.
Red Internacional FAMECOM