Si teniendo condiciones para proveerme de cubrebocas; si dispongo de agua y jabón para lavarme las manos; si para llegar al sitio al que necesito acudir, abordo un transporte público que rigurosamente aplica las medidas sanitarias y de prevención y, si la plaza a la que voy a comprar mis víveres opera sistemáticamente medidas sanitarias para controlar el acceso y flujo de personas que pueden estar en dicho lugar, entonces estoy frente a una serie de circunstancias necesarias e indispensables para protegerme individualmente ante la pandemia. Además, con ello participo colectivamente a preservar la sanidad pública.
Ante una pandemia como la que vivimos desde finales del mes de diciembre en el mundo, ha quedado claro que –por la forma de transmisión del coronavirus—la suma de individualidades y la interacción entre quienes compartimos el espacio público, se ha constituido en la espada de Damocles, ya que puede marcar la fatal diferencia entre contagiarse o seguir a salvo.
Cada persona puede tomar las medidas prescritas para reducir la probabilidad de contagio. Dicho comportamiento y actitud, emana de una proceso de concienciación, de incorporación o cultivo de nuevos hábitos y, de una clara percepción del riesgo que impone este nuevo virus.
Sin embargo, el riesgo de infección aparece a la vuelta de la esquina. Sobran ejemplos deleznables como el del youtuber que radica(ba) en la Ciudad de México, conocido como DavidShow, https://www.youtube.com/watch?v=ZaSwBzZsucE quien habiendo sido diagnosticado con coronavirus, decidió salir al supermercado en busca de una pizza y, el ganso jovenzuelo se dedicó a toquetear productos y víveres, como si fuese una divertida travesura. Mal le fue en redes sociales; aunque el imberbe se atrevió a “pedir” disculpas, en lugar de ofrecerlas.
La mayoría desconoce dos asuntos elementales con respecto a una disculpa. Primero, no se pide tal cosa intangible, sino que se ofrece. Segundo, la “disculpa” consiste en expresar o explicar cuidadosamente y con detalle la causa, el motivo, la circunstancia que nos llevó a cometer esa falta, conducta o insulto; es decir, aquello que nos hizo cometer determinado agravio a la persona. Por ende, está fuera de todo sitio y civilidad, decir simple y llanamente: “Por favor, discúlpame” y, sanseacabó. Gajes de la enciclopédica ignorancia que habita en la masa, más allá de sus pocos o muchos años de escolaridad.
Como un día escribió el gran filósofo francés André Comte-Sponville, en su libro intitulado: Pequeño tratado de las grandes virtudes (2005): “La ética de la responsabilidad quiere que respondamos no sólo de nuestras intenciones o de nuestros principios, sino también en la medida que podamos, de las consecuencias de nuestros actos”.
Regresando a nuestro asunto, vemos todos los días en los noticiarios de televisión y en la “benditas” redes sociales, un sinnúmero de casos en los que la gente está en el espacio público sin cubrebocas. No solamente eso, sino que brotan por millares las exhibiciones en las que tal dispositivo de autoprotección yace lánguidamente en los rebosantes cuellos de sus dueñas y dueños; cuando no, embadurnados en sus barbillas o danzando alegremente debajo de su nariz, protegiéndoles miserablemente de nada.
Algunas empresas que con dificultades continúan trabajando, han brindado capacitación a su personal sobre las medidas de prevención que deben seguir tanto para desarrollar su trabajo en las líneas de producción, como a la hora de realizar sus traslados de ida y vuelta a sus hogares. Se sabe que uno de los puntos de alto contagio del coronavirus, después de los hospitales, está en el transporte público. Diversos obreros y empleadas capacitadas en dichas medidas de autocuidado, han tomado seriamente las recomendaciones del uso de mascarillas y de lentes protectores. Pero se han topado en los autobuses y en las calles, con la tozuda expresión de ese “pueblo sabio y bueno”, al recibir insultos, burlas y agresiones por cumplir con esas medidas sanitarias.
Una de las últimas perlas fue el pasajero nayarita que, el pasado 24 de julio, se opuso a colocarse el cubrebocas y, ante el reclamo del conductor de la unidad de transporte público, se le fue a los golpes. Un macho puro y duro que se opone a las medidas sanitarias porque nadie le va a decir qué hacer. ¿Le suena esta actitud?
Tampoco escapan a este espacio el racimo de manifestaciones de diverso linaje que simple y llanamente aseguran que no se pone el cubrebocas porque está protegida por nanopartículas de cítricos y que hasta se ha convertido en la chamana de cabecera de varios gobernadores. Muy a su pesar -ni modo- por artera magia o por no estar alineados espiritualmente a la 4T, siempre sí les dio COVID-19 a sus teleprotegidos.
En temas de comunicación para la salud, especialmente cuando se trata de transmitir hacia el tejido social el riesgo para la población, los mensajes tienen que:
1) Estar basados en evidencia científica;
2) Ser claros, sencillos y precisos;
3) Estar redactados con visión multicultural;
4) Estar iconográficamente diseñados para una mayor y mejor comprensión, dadas las distintas (in)competencias culturales y de lecto-escritura;
5) Ser machaconamente recurrentes;
6) Viajar por diversos medios y canales de comunicación;
7) Estar dirigidos al mismo propósito;
8) Ser válidos y confiables, pues si el mensaje dice que en tal clínica u hospital darán la atención requerida, eso debe convertirse en una realidad tangible y,
9) Reproducirse cotidianamente mediante los comportamientos públicos que exhiban sus gobernantes y los “líderes de opinión”, que no siempre son los mismos.
Parece que en México, como en otros países, seguirá costando muchas vidas el inapropiado manejo de una crisis de salud que, si nos vino “como anillo al dedo”, solamente fue para mostrarnos que estamos a años luz de una estrategia sanitaria eficiente y efectiva ante una pandemia de estas dimensiones.