En la encomienda actual dentro del sector educativo, pero con la responsabilidad de la seguridad, he tenido que analizar los fenómenos que afectan a los jóvenes, de los planteles de nivel medio superior, y que contribuyen en muchas ocasiones al abandono escolar.
Problemas de inseguridad en los trayectos de su casa a la escuela, la venta de estupefacientes, el alcoholismo y algunos otros que vienen desde el seno familiar y se reflejan en la vida escolar, pero que no surgen en ella.
Entre estos fenómenos existe uno muy peculiar que se acrecienta, sobre todo, en la zona conurbada del Valle de México: en municipios como Nezahualcóyotl, Ecatepec, Tlalnepantla, Atizapán y Naucalpan. Este fenómeno es “el porrismo”, y no me refiero a los grupos estudiantes de animación en los eventos deportivos, sino a colectivos de estudiantes que han equivocado el camino y utilizan la violencia como forma de expresión cotidiana y cuyo fin es demostrar la superioridad y el dominio territorial ante otros grupos de jóvenes.
El porrismo surge, efectivamente, de grupos de animación en los años sesentas, concurrían a demostrar su preferencia por algún equipo deportivo, sobre todo en la UNAM y el Politécnico Nacional; sin embargo, los objetivos fueron cambiando y con el tiempo los jóvenes de otras instituciones se apropian de esta identidad para formar grupos violentos y con una constante de oposición a cualquier tipo de autoridad.
En la actualidad, los grupos porriles se forman en el interior de las instituciones educativas, pero realizan su actividad principal en el exterior, provocando fuertes enfrentamientos en los alrededores de las mismas y en muchas ocasiones lastimando a jóvenes inocentes y dañando la infraestructura oficial. Lo más grave es que, con el fin de conseguir adeptos a su movimiento o recursos para el mismo, los estudiantes son obligados a pertenecer al grupo, a asistir a reuniones y fiestas que se convierten en verdaderas bacanales en donde el alcohol y las drogas son consumidas sin limitación y, sobre todo, se impone la obligación de participar económicamente para la causa con la compra de objetos como playeras o jerseys que distinguen a la agrupación o grupo porril.
Pero esto no es lo más grave, desafortunadamente los jóvenes son utilizados con fines políticos y se ha detectado que forman parte de los famosos anarquistas que sólo causan daño material y moral a nuestra sociedad en movimientos sociales a los cuales no han sido invitados a participar y que sólo constituyen un medio para dar a conocer sus adversos a todo tipo de autoridad.
En fin, podríamos continuar describiendo las actividades de estos grupos que sólo dañan a nuestros jóvenes y los distraen de su objetivo principal, que es el de prepararse para un futuro promisorio. Pero lo más importante es que como padres de familia recapacitemos sobre la participación de nuestros hijos en estas actividades y aprendamos a reconocer las señales de esta peligrosa actividad que los convierte en potenciales delincuentes; sólo basta buscar en las redes sociales y en las páginas de estos grupos, para visualizar el tipo de actividades que ellos mismos reflejan diariamente.
Efectivamente es importante el control en las instituciones de enseñanza, pero la supervisión del padre de familia es esencial. No permitamos que nuestros hijos se pongan en peligro participando en estos grupos de porros y que cuando sea tarde nos preguntemos por qué han sido lastimados o detenidos en la comisión de actos ilícitos que nunca nos imaginamos.
Por cierto; ¿sabe, usted, a dónde va su hijo una vez terminado el horario escolar?