Nadie que conozca un poco los hechos o que incluso los haya padecido, apostaría al regreso del capitalismo estatal (Ogro Filantrópico, según Octavio Paz) por los desastres y miserias que generó, tanto en nuestro país como en buena parte del mundo, y que colapsó en la década de los años 70.
Tampoco, nadie con un mínimo de sentido común arriesgaría por la continuidad del capitalismo de libre mercado (neoliberalismo u Ogro Salvaje) que otras tantas desgracias y calamidades ha engendrado durante las últimas cuatro décadas.
El común denominador en ambos casos es que se trata de Ogros Antropófagos (Carlos Castillo Peraza, dixit), depredadores que todo lo devoran. Aquí la única diferencia es el portador en turno del temible garrote y que el “error de optimismo” (¡preparémonos para administrar la abundancia!, se llegó a decir) mutó en “t-error de optimismo” (la eterna ilusión del “día del triunfo” como realidad sacada de la manga, todo en medio de la devastación).
Igual que sucedió con el viejo modelo del “Estado de Bienestar”, con la doctrina actual hay una gran cantidad de fenómenos que, si no han dado cabida a la indignación, cuando menos han generado un acusado malestar que no es posible ocultar ni ignorar:
Creciente desigualdad, principalmente, tanto en la concentración de riqueza en pocos y la miseria de millones, así como como en el acceso a las oportunidades; también, la explotación del ser humano en nombre de la libertad, en la que los que más trabajan menos recompensas obtienen y donde a los bajos salarios se les corresponde con bajos derechos laborales (o inexistentes, para decir mejor).
A eso súmense los asaltos oficiales a los bolsillos con el sobado argumento del sufrimiento obligado antes de aterrizar en los edénicos campos de la prosperidad, tales como el gasolinazo, alzas criminales en tarifas de energía eléctrica, gas, transporte, alimentos, etc.
Todo eso con cargo a míseras percepciones salariales que, no conforme, sufren otra merma por el pago del 35 por ciento por concepto de Impuesto Sobre la Renta (ISR), el 16 por ciento de IVA y, para colmo, el tramposo impuesto de más del 7 por ciento debido a la incontrolable inflación (sin excluir, claro, la amenaza de “renta” por parte de la cotidianamente activa delincuencia común y organizada, otro canon agregado de los fundamentos neoliberales que garantiza el movimiento de la economía dentro del estancamiento).
Total, que si se trata de administrar miserias, la legendaria “Bartola” -de Chava Flores- con sus dos pesos ha resultado una consultora financiera de altos vuelos y, nuevamente, más eficaz como economista que los epígonos de Hayek y de Friedman, hoy apanicados porque, dicen, las cosas podrían ser peor “con ya sabes quien”.
Sin duda, lo peor siempre es posible (el neoliberalismo despunta como ejemplo), pero la idea de que lo mejor para el país es la economía de libre mercado en las condiciones actuales no tiene ningún asidero, no hay forma de sustentarla; lo mismo pasa con el supuesto respeto a la ley y a las instituciones, así como con la pretendida formalización del mercado, zanahoria impositiva para muchos, paraíso fiscal para pocos con su grosera evasión fiscal, motor de acumulación.
Conocidas las nefandas secuelas de estos célebres ogros, tal vez con la confección de un “ogro moderado”, un Frankenstein político-económico, con partes de aquí y de allá y desprovisto de cualquier fundamento teológico, pudiera salirse al paso.
¿Podría resultar un engendro peor, un adefesio irreconocible? Bueno, al menos no se dirá que el espíritu liberal se acobardó y prefirió conservar su miseria antes que intentar modificarla, haciendo profesión de fe del “t-error” a secas.