Frente a la escaramuza más política que intelectual, relacionada con etiquetas ideológicas sobrepuestas pasadas por “liberales y democráticas” al calor del proceso presidencial en nuestro país, desde los feudos del entretenimiento del Pato Donald y Mickey Mouse se difunde la estampa perenne de la religión de los capitanes del Universo neoliberal, centro fundamental ignorado alevosamente por los “discutientes”:
De un lado, Warren Buffet, el segundo hombre más rico del mundo, de 80 años de edad, presumió que gracias a las reformas fiscales del presidente Donaldo Trump (de 35 a 21 por ciento el impuesto de sociedades), el fondo de inversión que encabeza, Berkshire Hathaway, recibió como regaló la cantidad de 29 mil millones de dólares. Así, sin más, sin tirar un dado en los casinos casabolseros, sin siquiera especular, que es la actividad favorita del octogenario.
Del otro, la miseria indigente proveniente de la misma residencia de Donald (el Pato, por supuesto), con el reporte “Working for the Mouse; a Survey on Disneyland Employees” (“Trabajando para el ratón: una encuesta a los empleados de Disneylandia”), aplicada a 5 mil trabajadores.
El drama en el llamado “lugar más feliz del mundo”, uno de cada 10 que labora en el parque temático en California no tiene vivienda, y dos tercios “no tienen suficiente dinero para comer tres veces al día”, resultando no tan divertido para aquellos que “han tenido que vivir en sus autos y comen solo una vez al día”.
Buffet, a sus 80 años de edad, y de acuerdo con notas de prensa difundidas el pasado 24 de febrero, aseguró en su carta anual a los inversores que “una buena parte de nuestras ganancias no ha venido de nada que hayamos conseguido en Berkshire”, y que de los 65 mil 300 millones de beneficio que ha tenido el fondo este año, “solo 36 mil millones vinieron de operaciones de Berkshire. Los restantes 29 mil millones nos los dio el Congreso en diciembre cuando reescribió la legislación fiscal”.
En el caso de Disneylandia, de los trabajadores encuestados en octubre del año pasado, 85 por ciento gana menos de 15 dólares por hora, si acaso 12 dólares, y 74 por ciento que no tiene hijos y 80 de los que los tienen, aseguraron que no pueden sufragar sus gastos básicos.
Los sindicatos de los trabajadores (dolor de cabeza peor que Napoleón Gómez Urrutia para el Grupo México), piden 20 dólares por hora, pero sólo les ofrecen 4 centavos de aumento. Ni uno más. “El valor del salario de los trabajadores ha disminuido 15 por ciento desde el 2000”, dijo uno de los investigadores. El salario promedio por hora para trabajadores de Disneylandia Resort cayó de 15.80 dólares en el 2000 a 13.36 dólares en el 2017 de acuerdo con la inflación, reportó el informe.
Y eso que, según el documento, los visitantes a Disneylandia aumentaron de 20.6 millones en el 2006 a 27.2 millones en el año 2016, y que los ingresos también aumentaron de 1,720 millones de dólares a $3,030 millones de dólares en el lapso de referencia.
¿Qué tiene que ver esto con el debate entre supuestos “liberales” y conservadores, al que le ha entrado con fervor el Nobel de literatura Mario Vargas Llosa? Todo.
De entrada, ese es el sistema que defiende el escritor peruano nacionalizado español (¿En qué momento se jodió Vargas Llosa?, preguntaría Zavalita, ahora que “hasta la lluvia anda jodida en este país”) y es igual con otros tantos intelectuales y políticos locales que se auto denominan “liberales”.
Una diferencia sustancial, decisiva, entre un liberal y un neoliberal (un conservador capitalista con maquillaje democrático, para mejor definición) es que mientras el primero pugna porque los prestamistas (inversores, especuladores y todos los jugadores del casino capitalista) se hagan responsables de su preconizada libertad e individualismo y asuman las pérdidas de sus individuales decisiones de “inversión”, el segundo impone, en nombre de sus libres e irracionales fundamentos individualistas, que los gobiernos (con cargo a la colectividad, es decir, vía impuestos de los ciudadanos) se hagan cargo del reembolso de la deuda originada por esa irresponsable libertad, a la que no le importa nada la suerte de millones de seres humanos de generaciones futuras (el caso Fobaproa-IPAB, por ejemplo, acompañado de rescates carreteros, azucareros, casabolseros, etc.)
Benito Juárez, liberal en términos económicos como lo demostró frente a “inversores” que apostaron por Maximiliano y perdieron, era por el contrario un “conservador" en el terreno político: “Porque si Juárez no hubiera muerto… todavía viviría”, dice la canción (y sí por él fuera, no sólo estaría entre nosotros, sino que además todavía sería Presidente).
El problema es que a la vista se tiene a puro político e intelectual “liberal” en el sentido democrático -y con muchos, muchísimos asegunes- y ninguno en el terreno económico, al menos en el caso de los “discutientes” de las últimas fechas. Son el envés de la economía liberal de Juárez, aunque se asuman como sus herederos. Todos caben, empezando por el “yo mero caguamero” (Meade), pasando por el “insulting and unacceptable” (Anaya) y terminando con “ya sabes quién” (AMLO).