Lo que procuraré en esta ocasión es hacer es una provocación, animando a quienes aún no han explorado "Arráncame la vida" a darse la oportunidad de sumergirse en esta novela; eso sí, acompañados de un buen trago, de preferencia, un excelente mezcal. Es una obra breve, con un lenguaje sencillo, donde no encontrarán desdemonas ni otelos, como mencionaba Luis Eduardo Aute; aquí no se exalta un romanticismo desmesurado, ni se permiten autoengaños.
"Arráncame la vida" representa quizá la única narración de Ángeles Mastreta que ha logrado cautivarme. Se trata de una historia escrita por una mujer con una voz genuinamente femenina, lejos de reproducir estereotipos: Catalina, la protagonista central, personifica a la esposa, la amante, la madre, la cómplice y la viuda; una mujer que, en medio de una sociedad conservadora, aprende a forjar su identidad, a albergar expectativas, a expresar sus pensamientos y a liberarse de prejuicios. Un logro nada trivial, sobre todo considerando que la trama se desenvuelve en un entorno político sumamente machista.
"Arráncame la vida" representa la ópera prima de Ángeles Mastreta, donde de alguna manera refleja su formación como periodista y politóloga. Con precisión, la autora describe el clasismo y la moralidad imperantes en la sociedad mexicana de la primera mitad del siglo XX. La novela, de índole romántica, se basa en hechos históricos, específicamente en el México postrevolucionario, de carácter eminentemente rural y caudillista.
La trama aborda esa política "a tientas" que caracteriza a muchos de los hombres pragmáticos en el poder, ya sea a nivel local, regional, estatal o nacional, surgidos de la Revolución Mexicana. Caudillos y caciques que lograron mantener su dominio durante décadas, mediante una red de cooperación y protección mutua. El uso de armas y las amenazas constantes de posibles revueltas populares eran sus tácticas políticas distintivas.
Asimismo, la novela retrata el surgimiento de una clase política incipiente, predominantemente urbana, que intenta dejar atrás un régimen autoritario para dar paso a un esquema más democrático. Esta nueva clase política busca resolver conflictos a través de instituciones en lugar de armas. Además, nos sumerge en las continuas luchas y hostilidades entre los líderes de agrupaciones campesinas, obreras y partidos políticos. En medio de este panorama, la narrativa revela una esperanza latente, como un atisbo de cambio y evolución en el tejido político de la época
La trama se desenvuelve en Puebla, abarcando las décadas de los treinta y cuarenta, y se enfoca en la figura de Maximino Ávila Camacho, un militar revolucionario y Gobernador de Puebla, respaldado por el entonces Presidente Lázaro Cárdenas. Dentro de esta novela, el personaje toma vida bajo el nombre de Andrés Ascencio, siendo Maximino la fuente de inspiración. No obstante, Andrés Ascencio emerge como un fiel reflejo del caciquismo mexicano de la época: un político con un liderazgo informal y personalista, caracterizado por su soberbia, egolatría, autoritarismo y perversidad. Su apetito por el poder rivaliza con su atracción por las mujeres.
El amor y la política entrelazan la trama que involucra a Andrés Ascencio y Catalina Guzmán de Ascencio. Sí, de Ascencio, ya que en esa época era casi una formalidad que la mujer fuese considerada propiedad del hombre. La única identidad que una mujer podía aspirar era la de pertenecer a un hombre.
A Catalina no se le consultó sobre su deseo de contraer matrimonio; esa decisión fue tomada entre su padre y Andrés. Cuando llegó el momento de firmar el acta matrimonial, Andrés le indicó que añadiera el apellido Ascencio, imponiendo de esta manera su presencia y dominio en la identidad de Catalina.
"¿Pusiste 'de Guzmán'?" preguntó ella. "No, m'ija, porque así no es la cosa. Yo te protejo a ti, no tú a mí. Tú pasas a ser parte de mi familia, pasas a ser mía", respondió Andrés, consolidando así su posición dominante en la relación y subrayando la concepción de la mujer como propiedad en aquel contexto.
En esta historia, se pueden identificar claramente los arquetipos de género: el hombre macho, hostil, agresivo, entregado a los asuntos públicos, y la mujer sumisa, dedicada a su hogar, a sus hijos y a su marido. Lo fascinante radica en la voz de Catalina, quien, sin abandonar su rol tradicional, logra construirse como sujeto. Aprende a tomar consciencia, a tener voz y a negociar. Es una mujer que desafía la visión autoritaria del poder en las relaciones de pareja, cuestiona, siente, reconoce ser objeto de deseo y, al mismo tiempo, se erige como sujeto con deseos propios.
En un intercambio con Andrés, su esposo, ilustra su autonomía:
¿Quién te autorizó irte de cuzca? preguntó Andrés a Catalina, una noche que regresaba después de una velada con Carlos Vives, director de la Orquesta Sinfónica Nacional y gran amor de Catalina.
¡Yo me autoricé! fue su respuesta.
Ambos se conocían a la perfección. Ella estaba al tanto de las mujeres de Andrés, de sus hijos, de sus negocios y de sus asesinatos. Él sabía que ella había encontrado el verdadero amor en otros brazos, razón por la cual lo arrancó de su vida.
Según la autora, Ángeles Mastreta, "Arráncame la vida" es la crónica de una mujer enamorada y su evolución. Catalina aprende que no puede limitarse a ser solo una mujer enamorada de su esposo; debe ser atrevida, beligerante y, sobre todo, tener control sobre su propia vida. Mastreta nos guía, de la mano de Catalina, hacia la intimidad de los personajes: sus deseos, expectativas, sexualidad y fe, utilizando un lenguaje desenfadado, impregnado de humor e ironía.
"Arráncame la vida" toma su nombre de un tango de Agustín Lara, que encanta a Ángeles Mastreta. Este tango marca el inicio de la historia de amor en su novela y, como cualquier tango, aborda el amor con dramatismo y pasión desbordada. Habla de la persona amada, con la cual se puede ser indiferente, pero también con la que se puede perder la vida por amor.
Arráncame la vida, con el último beso de amor, arráncala. toma mi corazón. Arráncame la vida, y si acaso te hiere el dolor, ha de ser de no verme, porque al fin tus ojos, me los llevo yo…