Rosario Castellanos: La palabra que se hizo política
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Rosario Castellanos: La palabra que se hizo política

Miércoles, 13 Agosto 2025 00:00 Escrito por 
Inventario Inventario Jorge Olvera

Hay figuras cuya trascendencia no se mide en años, sino en la eternidad de sus ideas.
Rosario Castellanos es, sin duda, una de ellas. Su vida, breve pero intensa, fue un acto de rebelión poética y política contra la quietud de su tiempo. A diferencia de muchos intelectuales que se conformaron con observar desde una torre de marfil, ella descendió a la tierra árida de su infancia chiapaneca para sembrar la semilla de una conciencia nueva. Desde la cuna de la injusticia, su voz se alzó para denunciar el silencioso genocidio de los pueblos indígenas y la invisibilidad histórica de la mujer.

«En el país de la desgracia, el honor es un lujo», escribió con una lucidez cortante. Esta frase encapsula la esencia de su obra, que no se limita a ser una crónica de la opresión, sino una exploración profunda de la condición humana. En novelas como Balún Canán y Oficio de tinieblas, Castellanos nos muestra la cruel realidad de la hacienda, donde la tierra no solo era propiedad de los terratenientes, sino que también era el escenario de la anulación de la identidad indígena.

Sus personajes, lejos de ser arquetipos, son seres complejos que luchan por su dignidad en un mundo que les ha negado hasta el derecho a la palabra. Ella no romantizó la pobreza; la desnudó, la hizo palpable, y en ese acto de exposición radical encontró la verdadera poesía.

El feminismo de Rosario Castellanos no es un apéndice de su vasta obra; es su columna vertebral, la fuerza motriz que articula su crítica a la sociedad y su incansable búsqueda de la justicia. En una época en la que la palabra “feminista” era a menudo sinónimo de radicalismo incomprendido, Castellanos la hizo suya y la dotó de una profundidad intelectual y una elegancia literaria sin precedentes en México. Su feminismo no era una simple queja, sino una filosofía de vida, un llamado a la acción y un manifiesto para la autonomía.

Su célebre ensayo Mujer que sabe latín… no es solo un título provocador, sino una declaración de principios. En él, y en su obra teatral El eterno femenino, Castellanos desafía el victimismo y la autocomplacencia, urgiendo a las mujeres a tomar las riendas de sus propias vidas. «Debe de haber otro modo de ser, otro modo de ser humano y libre», afirmó, articulando una visión de la feminidad que no se limitaba a la biología o a los roles impuestos.

Para ella, ser mujer no era un destino, sino un punto de partida para una lucha constante por la autonomía y la igualdad. Su pensamiento era tan radical que aún hoy resuena con una vigencia asombrosa, recordándonos que el camino hacia la equidad es una obra en construcción.

El feminismo de Castellanos era también una exploración de la “otredad”, de la mujer como el polo opuesto al hombre, siempre definida en relación con él. Se preguntaba: ¿qué sucedería si la mujer dejara de ser un reflejo del hombre y se convirtiera en un sujeto de su propia historia? Su respuesta fue una invitación a la reflexión y a la desobediencia. Para ella, la mujer debía romper el espejo de la tradición y crear su propia imagen, sin pedir permiso y sin esperar la aprobación de nadie. Este acto de rebeldía era, en sí mismo, un acto político de la más alta envergadura.

Además, su feminismo no era exclusivo de una clase social. Rosario Castellanos vio la opresión de las mujeres indígenas de Chiapas y la de las intelectuales de la Ciudad de México como dos caras de la misma moneda. Entendió que la lucha feminista debía ser interseccional; es decir, debía considerar las múltiples capas de opresión, ya fuera por género, raza o clase social. Su obra es un testimonio de que la liberación de la mujer no puede ser plena si no se aborda la injusticia en todas sus formas.

La vida de Rosario Castellanos fue un testimonio de que la labor intelectual no puede estar desvinculada del compromiso cívico. Su nombramiento como embajadora de México en Israel, en 1971, no fue un simple cargo protocolario, sino una oportunidad para llevar su visión al escenario global. En Jerusalén, no solo representó a su país, sino que también continuó su labor de puente cultural, impartiendo cátedra y promoviendo un diálogo entre mundos aparentemente distantes.

Su trágica muerte, en 1974, a causa de un accidente doméstico, cerró abruptamente su biografía, pero no su legado. Su obra, su pensamiento crítico y su incansable búsqueda de la justicia han trascendido el tiempo. Hoy, en un mundo donde la desigualdad y la opresión siguen siendo una realidad, las palabras de Castellanos se levantan como un recordatorio de la responsabilidad que tenemos como ciudadanos. Ella nos enseñó que la literatura es, en su forma más pura, un acto de conciencia, y que la única forma de honrar a los grandes pensadores es continuar su lucha.

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