A 89 años de su muerte: el lamento de un poeta
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A 89 años de su muerte: el lamento de un poeta

Miércoles, 20 Agosto 2025 00:00 Escrito por 
Inventario Inventario Jorge Olvera

El 19 de agosto de 1936, una sombra se cernió sobre España. No era una tormenta ni un eclipse, sino un acto de barbarie que silenció una de las voces más luminosas de la literatura: la de Federico García Lorca. A 89 años de su fusilamiento, su ausencia sigue resonando como un eco doloroso, recordándonos la fragilidad de la belleza y el poder destructivo de la intolerancia.

Lorca no fue solo un poeta. Fue un dramaturgo, un músico, un artista que supo capturar el alma de un pueblo, sus alegrías y sus penas, sus supersticiones y sus anhelos. En su obra, la España profunda cobra vida: las gitanas de Granada, los olivos de Andalucía, el duende que habita en el flamenco. A través de sus versos, Lorca nos hizo sentir el “lamento amargo” de la guitarra, la fuerza de los amores prohibidos y la inmensa soledad de la luna.

A través de su obra, Lorca no solo pintó con palabras la geografía andaluza, sino que también exploró el profundo y a menudo trágico paisaje del alma humana. Nos sumergió en un universo de símbolos y arquetipos, donde el agua corría como un torrente de vida y deseo, pero también de muerte inminente. La sangre, un elemento recurrente, no solo marcaba el honor y la violencia, sino también la herencia y el destino trágico.

En sus poemas y obras de teatro, el cuchillo y la navaja no eran simples armas, sino extensiones del fatalismo y la pasión desbordada que consumía a sus personajes. El caballo no era solo un animal, sino un símbolo de libertad indomable y de la fuerza pasional que no podía ser contenida. Así, cada verso de Lorca era una ventana a un mundo donde la alegría del cante se mezclaba con la pena de la muerte, y donde la belleza más pura convivía con el instinto más oscuro, creando una poesía que es, en esencia, un grito poético que aún resuena.

Su muerte no fue un simple desenlace, sino el trágico final de un hombre que se atrevió a ser él mismo en un momento de polarización extrema. Su pasión por la libertad, su defensa de los marginados y su sensibilidad artística lo convirtieron en un objetivo para aquellos que temían la diferencia.

Al asesinarlo, no solo se intentó callar a un hombre, sino que se intentó asesinar una forma de entender la vida: una forma que valoraba la poesía, el arte y la empatía.

Hoy, la figura de Lorca sigue siendo un faro que ilumina la importancia de la memoria histórica. Su legado nos obliga a reflexionar sobre las consecuencias del odio y el fanatismo, y nos recuerda que la poesía y la cultura son pilares fundamentales para construir una sociedad más justa y humana.

En sus versos encontramos no solo la belleza de su lenguaje, sino también la valentía de su espíritu.

Por eso, a 89 años de su muerte, no solo lamentamos su partida, sino que celebramos su inmortalidad. Porque un poeta como él nunca muere del todo; vive en cada verso que se recita, en cada obra que se representa y en cada persona que se atreve a soñar con un mundo más libre y sensible.

Y para recordarlo, qué mejor que sus propias palabras:

La casada infiel

"Y que yo me la llevé al río, creyendo que era mozuela, pero tenía marido.

Fue la noche de Santiago y casi por compromiso. Se apagaron los faroles y se encendieron los grillos. En las últimas esquinas toqué sus pechos dormidos, y se me abrió de pronto como un ramo de jacintos.

El almidón de su enagua me sonó en el oído como una seda rasgada por diez cuchillos.

Sin luz de plata en sus ramas el aire, enredado en el sol, en sus ramas, el aire, y sin un solo farol el río en su lecho, y en su lecho el río en el aire, y el río en su lecho.

Se quedó sin faroles el río en su lecho, y se quedó sin luz de luna el aire, sin un solo farol.

En el aire, en el río, en el aire, en el río, y sin un solo farol."

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