Una mañana, Valente Quintana cruzó la frontera con Estados Unidos en busca de aventuras. Había nacido en Matamoros, Tamaulipas, en 1889 y acababa de terminar la escuela primaria. Llegó a Brownsville, Texas, donde trabajó como dependiente de una tienda de abarrotes. Acusado de robo, buscó las pruebas de su inocencia y entregó al verdadero culpable, un compañero suyo. Su primer caso resuelto.
Se matriculó en la “Detectives School of America” con excelentes calificaciones para ingresar al Servicio Americano. Fue enviado en calidad de agente a Corpus Christi. La eficacia que demostró en sus primeros casos le valió el ascenso a comandante de grupo. Pero para aceptar el cargo debía renunciar a la nacionalidad mexicana. Prefirió dimitir al puesto y regresar a México en 1917, cuando entró a la Inspección General de Policía de la capital como gendarme comisionado.
Cuando la Ciudad de México comenzó a padecer sus primeros robos de automóviles, Quintana dejó un “fordcito” a manera de carnada en una calle principal, sospechando que los rateros llegarían por él. Lo encontró siguiendo la marca que dejó en el pavimento una pintura que había puesto en las llantas.
De incógnito entraba a las cantinas de los barrios bajos para escuchar lo que platicaban los parroquianos. Asaltos, homicidios, secuestros, los mismos criminales confesaban al detective sus atracos sin realizarlos todavía.
Esta circunstancia la aprovechó Quintana a la perfección para llevar a cabo sus investigaciones, que le crearon una gran reputación.
Así, el 17 de julio de 1928, Quintana fue llamado para investigar la identidad de un joven que se encontraba detenido en la Inspección. Había matado al presidente electo de México, Álvaro Obregón y lo único que se sabía de él era que sus iniciales eran J.L.T. En su celda, Valente Quintana interrogó al joven. Supo entonces que el detenido no se llamaba Juan, sino José, José de León Toral.
Por las líneas de investigación que siguió en el caso del católico De León Toral, descubrió también la identidad de las mujeres integrantes de la Cofradía del Sagrado Corazón. Entre ellas figuraba el nombre de Concepción de la Llanta, a quien la historia conocería mejor como “la Madre Conchita”, a quien implicarían por el asesinato de Obregón gracias a la pesquisa de Quintana. Esto lo llevó a que en 1931 el Presidente Portes Gil lo nombrara Inspector General de la Policía.
Una anécdota sobre Obregón y sus automóviles Cadillac.
Antes del atentado mortal Obregón fue objeto de un atentado dinamitero por parte de un grupo de fanáticos católicos el 13 de noviembre de 1927. Desde un automóvil Essex, que se le emparejó y desde la ventanilla lanzaron dos bombas hacia el Cadillac del general Obregón, del que el entonces candidato presidencial salió ileso. Los autores inculparon al sacerdote jesuita Miguel Agustín Pro Juárez, quien fue fusilado diez días después.
La leyenda urbana sobre cómo adquirió Obregón sus Cadillac, porque tenía dos, es que en cuanto se supo que era candidato presidencial nuevamente se le acercaron los fabricantes o grandes distribuidores para obsequiarle un Cadillac último modelo. Como Obregón les dijo que no podía aceptar obsequios, le ofrecieron que se lo vendían y harían la transacción por un dólar. Y entonces Obregón les dijo, “¿saben qué? Creo que por ese precio les voy a comprar dos”.
(Marzo-2018)