Hoy todos nos podemos volver un meme o un sticker. Nuestra imagen o gestos pueden andar rodando en un chat de WhatsApp o en Tik-Tok repitiéndose hasta el infinito. Sin embargo, volverse famoso incidentalmente no cuesta mucho, pues nuestra fama solo tendría unas semanas o se quedaría en una calcomanía eterna.
Si quisiéramos vivir de ello, debemos convertirnos en creadores de contenido, influencers que puedan vender productos o forjar una marca, simplemente con su presencia o con lo que promocionan en internet.
Pongamos de ejemplo a Los Polinesios, tres hermanos que han construido un imperio a partir de retos y bromas caseras, que gracias a los likes se convirtieron, demasiado pronto, en número uno de las redes, trasformando una idea en un negocio muy lucrativo. No solo sus frases se venden, sus rostros, su capacidad para monetizar cualquier cosa que hacen, ya sea operarse la nariz o tener un hijo.
Hablo de ellos, porque son considerados influencers positivos que llaman a sus seguidores a cuidar a los animales, a conectar con la tierra, a cuidar el planeta, fomentan las relaciones sanas, etc.
Mismo caso, Yuya, quien estableció una marca redituable en todo sentido, bilés, cremas, shampoo, etc.
De acuerdo al periódico el Mundo, más de 20 millones de personas trabajan como influencers, todos ellos con el deseo de generar millones por el contenido que crean, ya sea con bailes, haciendo pastelitos o solo hablando de lo que se les viene a la cabeza.
Sin embargo, la maleza va creciendo alrededor del paraíso de los influencers y con ello viene la realidad de las tendencias.
Pensemos en el mundo del espectáculo, tan cruel con los artistas que van pasando de moda, o cometen el error de equivocarse mandando a la fregada a la prensa o haciendo un desafortunado comentario en los medios. Muchos de ellos no pueden superar el no ser el centro de atención y que empiecen a olvidarlos. Algunos se vuelven alcohólicos, adictos e incluso llegan a suicidarse.
En el mundo de las redes es peor, lo que es tendencia hoy, mañana puede que sea el tema del mes, o ser sustituido por alguna caída más fresca o un creador de contenido más gracioso. Sin embargo, Fofo Márquez no es carismático, es más, no gana nada con su contenido, porque ya lo tiene, pero le gusta estar en los reflectores, ser reconocido.
Recientemente, se puso en las plataformas la película “Señora Influencer” que en resumen trata de una mujer que se vuelve loca a partir de no soportar las críticas, burlas que hacen de ella en las redes y por ello se convierte en una asesina.
Al ver el video del Fofo Márquez pensé de inmediato en esa referencia, está sucediendo,los influencers pierden contacto con la realidad.
Márquez, heredero de una gran fortuna, es famoso por postear sus excesos en las redes, tomando champaña, cerrando una autopista para hacer arrancones, haciendo alarde de sus compras y de su poder.
Esto último, más el dinero, lo han convertido en un príncipe junior, como los que abundan en este territorio de impunidad. Debo decir que Fofo Márquez no se equivoca, sabe que en México valen más las influencias y el poder adquisitivo que la justicia. Hace poco golpeó a una señora de 52 años con toda la saña del mundo, una escena sumamente indignante.
Ahora, con lágrimas en los ojos, pide clemencia y por supuesto con la movilización de sus nueve abogados pretende salir lo mejor librado de esto.
¿Qué va a pasar? Pues quisiera pensar que estará preso por violento, que los jueces harán cumplir la ley, pero desgraciadamente nos ha tocado ver que los castigos que le imponen regularmente a este tipo de pequeños burgueses cuando violan a una mujer, la golpean o hacen un escándalo en un antro, es mandarlos de viaje, alejarlos de los medios y quizá obligarlos a hacer servicio social.
Hace poco leí que es más fácil ganarse la lotería que recibir justicia en México. Espero que en éste caso las cosas sean diferentes, y por supuesto en todos aquellos que se violente a cualquier persona o animal.
De acuerdo a la Real Academia de la Lengua Española, “influencer es un anglicismo usado en referencia a una persona con capacidad para influir sobre otras, principalmente a través de las redes sociales.” Es trágico que la profesión del futuro se base en influir solo por hacerlo, drogados en cámara, chocando, intimidando a los que menos tienen, etc. Y lo peor es que se salen con la suya porque pueden y tienen con qué pagarlo y quizá hasta grabe un video celebrando que llegó a un acuerdo mientras vierte una botella de champaña sobre su cabeza.