Cada año, la temporada de lluvias en México trae consigo no solo un alivio temporal a las sequías, sino también un recordatorio doloroso de nuestras fallas estructurales en materia de drenaje y manejo de aguas pluviales. Las imágenes de calles convertidas en ríos, vehículos varados y hogares anegados se han vuelto recurrentes, subrayando la urgente necesidad de implementar proyectos sólidos de drenaje que puedan mitigar el impacto de las inundaciones.
De acuerdo con datos de la Comisión Nacional del Agua (CONAGUA), en el periodo de lluvias de 2023, las precipitaciones excesivas afectaron a más de 300 municipios en 20 estados del país. Los daños materiales ascendieron a miles de millones de pesos, sin contar las pérdidas humanas y los desplazamientos que estos eventos causaron. Solo en la Ciudad de México, se registraron más de 50 inundaciones significativas, afectando principalmente a las alcaldías de Iztapalapa, Gustavo A. Madero y Tlalpan.
La infraestructura de drenaje en muchas ciudades mexicanas es insuficiente y obsoleta. La red de drenaje de la Ciudad de México, diseñada hace más de un siglo, no fue pensada para soportar el volumen de agua que las tormentas actuales traen consigo. Los expertos señalan que, para modernizar y expandir adecuadamente esta red, se necesitarían inversiones millonarias y un compromiso de largo plazo por parte de las autoridades.
Es imperativo que los proyectos de drenaje sean abordados con seriedad y urgencia. En este sentido, la construcción de colectores pluviales, plantas de tratamiento de aguas y la ampliación de la capacidad de los drenajes existentes son medidas esenciales. Además, la adopción de soluciones basadas en la naturaleza, como la restauración de humedales urbanos y la creación de parques de infiltración, puede ofrecer beneficios adicionales al manejo tradicional del agua.
Un ejemplo a seguir es el proyecto de túnel emisor oriente, una obra monumental que busca desviar el exceso de agua pluvial fuera del Valle de México. Este tipo de iniciativas deben replicarse en otras regiones vulnerables del país, adaptándose a sus condiciones particulares.
No actuar tiene un costo altísimo. Según el Banco Mundial, los desastres naturales como las inundaciones pueden reducir el crecimiento del PIB en los países en desarrollo en un 2% anual. En México, los costos por daños a la infraestructura, pérdidas agrícolas y las interrupciones económicas superan los beneficios que se obtendrían de una inversión adecuada en sistemas de drenaje.
La prevención de inundaciones no solo recae en el gobierno. La ciudadanía también juega un papel crucial. Evitar arrojar basura en las calles y alcantarillas, y participar en programas de reforestación urbana, son acciones simples pero efectivas que pueden ayudar a mitigar los efectos de las lluvias intensas.
La temporada de lluvias en México es una prueba recurrente de nuestra capacidad para adaptarnos y protegernos frente a los embates del clima. La urgencia de proyectos sólidos de drenaje no puede ser subestimada. Como dijera el filósofo griego Heráclito, “Ningún hombre se baña dos veces en el mismo río, porque todo cambia en el río y en el hombre”. Nuestra realidad climática está cambiando, y con ella debe cambiar nuestra infraestructura y nuestra mentalidad hacia la prevención y adaptación. Es tiempo de actuar con decisión y previsión, antes de que las lluvias vuelvan a recordarnos, con su fuerza devastadora, la falta de preparación de nuestras ciudades.