Los sismos de 1985 y 2017. Cuando los desastres nos dejan lecciones históricas

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Los sismos de 1985 y 2017. Cuando los desastres nos dejan lecciones históricas

Viernes, 20 Septiembre 2024 00:39 Escrito por 
Juan Manuel Pedraza Velásquez Juan Manuel Pedraza Velásquez Ecos del pasado

Nuestro país es una nación que, para fortuna o desgracia, se encuentra en una zona geográfica de constante actividad sísmica, esto debido a varios factores geológicos y geográficos como la interacción de las placas tectónicas y las fallas geológicas que están dentro de nuestro espacio geográfico. Aunque se ha popularizado en redes sociales, a veces en tono irónico o hasta burlesco, el advenimiento de los temblores el mes de septiembre, lo cierto es que a lo largo de la historia este tipo de desastre natural siempre ha estado presente en la memoria de los mexicanos.

Ejemplo de lo anterior fue el terremoto de 1911, llamado “terremoto maderista” que ocasionó severos estragos en la capital del país y quienes los enemigos políticos del presidente Madero lo tomaron como un preámbulo de la catástrofe política que se avecinaba; el sismo de Acambay un año después, que destruyó gran parte del noroeste mexiquense; el de 1932 que terminó de pulverizar lo que quedaba del convento de la merced y por supuesto, el de 1957, recordado por la “caída del ángel”.

Sin embargo, estos sismos, aunque fuertes en su magnitud, no dejaron lecciones como los de 1985 y 2017. Aunque no tan lejano en temporalidad, la cotidianidad mexicana de 1985 era diametralmente opuesta a la actual. No había redes sociales, el uso del celular era considerado un lujo y no de uso cotidiano, un México sin internet donde no existía una cultura de prevención del desastre y donde el partido oficial ocultaba la verdadera corrupción apoyados desde las sombras por los medios de comunicación, en especial la televisión.

El 19 de septiembre de 1985, un sismo de 8.1 grados en la escala de Richter sorprendió a los mexicanos a las 7:17 de la mañana, con un epicentro en las costas de Michoacán y una fuerza equivalente a más de mil bombas atómicas, el macrosismo causó estragos, muerte, caos y destrucción en la ciudad de México; la respuesta de las autoridades fue tardía ante un escenario caótico y funesto. El gobierno del presidente Miguel de la Madrid, rechazó en un primer momento la ayuda internacional y su respuesta ante el cataclismo fue tardía, generando la indignación de toda una república.

Ante la negligencia del gobierno capitalino y federal, la sociedad civil se unió para ayudar a un pueblo en desgracia. De esta forma, sin maquinaria, sin herramienta, sin experiencia pero con muchos deseos de ayudar, la población se reunió para remover escombros, rescatar víctimas, ayudar a los heridos, dar de comer a los voluntarios, dar cobijo a los sobrevivientes y auxiliar a los mexicanos ante la inoperancia de unas autoridades corruptas que sólo vigilaban la protección al patrimonio casi perdido de unos cuantos empresarios y políticos sin escrúpulos.

En el año 2017, justo 32 años después de aquel terrible suceso, otros sismo de gran intensidad con epicentro a 12 kilómetros de Axochiapan, Morelos, impactó a los capitalinos interrumpiendo la relativa calma en sus labores cotidianas dejando 360 decesos y más de 3000 heridos. De la misma forma que 30 años antes, la respuesta de la población civil no se hizo esperar, la ayuda humanitaria, los centros de acopio y la atención hacia los damnificados por parte de la población, fueron algo cotidiano que los paisajes de la capital contemplaron los días posteriores al sismo que, ya sea por casualidad o ironía, ocurrió el mismo día 19 de septiembre.

Más allá de los desastres, los sismos del 19 de septiembre de 1985 y 2017 demostraron que tan organizada puede ser la sociedad y hasta qué punto los mexicanos podemos ayudarnos mutuamente cuando nos ocurre una tragedia, a partir de 1985 comenzó la cultura de la protección civil, de los simulacros, de la prevención ante la posibilidad de un desastre natural, se diseñó la primer red de sensores que permitió diseñar una alerta sísmica e incluso se modificaron los reglamentos de construcción. Hoy en día esa cultura de la prevención sigue existiendo en nuestro país para demostrarnos que estamos listos como sociedad para afrontar cualquier adversidad.

Empero, la situación no acaba ahí, los sismos de 2017 también mostraron lo peor de aquellos funcionarios que dicen gobernar en beneficio de la población, la sociedad ante esto, despierta, se indigna, exige resultados y evidentemente su participación en la política se vuelve un grito de justicia ante unas autoridades ineptas. Hoy en día, los dos macrosismos de 1985 y 2017 están presentes como dos cicatrices que nos demuestran que la historia deja lecciones y aprendizajes.

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