Porfirio Díaz es quizás una de las figuras más polémicas y reconocidas de nuestra historia nacional. En su trayectoria política fue general de división, defensor de la República, héroe de guerra y un mandatario que ejerció el poder con mano dura durante más de tres décadas. En épocas recientes, ha existido una notoria tendencia, sobre todo entre divulgadores y opinólogos de redes sociales, a enaltecer los logros del Porfiriato, así como una estimación casi romántica y ejemplar de los actos del dictador oaxaqueño. Sin embargo, una parte poco conocida de la vida del mandatario es su exilio en Francia, de 1911 a 1915.
Para entrar un poco en contexto, debemos mencionar que, si bien los nostálgicos divulgadores afirman que la dictadura de Díaz fue “el mejor período en la historia de México”, hay que puntualizar que esta época también estuvo acompañada de un despojo agrario a las comunidades campesinas, un estatismo político y una feroz represión hacia la oposición. Entre 1906 y 1910, estas contradicciones se hicieron cada vez más evidentes en la mayor parte de los grupos y clases sociales de México, lo que a la postre significó el levantamiento armado iniciado por Francisco I. Madero.
Ante una revolución que se expandía y era, de cierta forma, incontrolable por el ejército federal, Porfirio Díaz renunció a la presidencia de la República el 25 de mayo de 1911 y partió hacia su exilio en Francia, país con el que había tenido buenas relaciones y cierta admiración. Durante el trayecto de la Ciudad de México a Veracruz, Díaz fue escoltado por Victoriano Huerta, personaje clave en la historia de México durante los siguientes años. La tradición cuenta que, al llegar al puerto de Veracruz y al despedirse de su tierra natal, el mandatario lloró al ver con impotencia cómo abandonaba el país al cual había servido por más de 30 años, hecho que es imposible asegurar con certeza.
Don Porfirio partió a tierras europeas un 31 de mayo de 1911 a bordo del vapor Ypiranga. Tras 20 días de travesía, haciendo escalas en La Habana, Santander y Plymouth, el barco que trasladaba al octogenario dictador llegó a costas francesas el 20 de junio, al puerto de El Havre. Ya instalado en París, Díaz y su esposa, Carmen Romero Rubio, se hospedaron en el hotel Astoria, en el Distrito 8, una de las zonas más exclusivas de París. De acuerdo con las fuentes de la época, una habitación en aquel hotel se alquilaba en ese entonces por la exorbitante cantidad de 4,000 francos aproximadamente.
Carlos Tello Díaz, biógrafo y tataranieto del expresidente, comenta que el estilo de vida de Porfirio Díaz en París fue “modesto”. Cabe señalar que el Distrito 8, donde estaba ubicado el hotel Astoria, era una de las zonas más adineradas de la ciudad, incluso para la gente acaudalada. Y si bien la habitación del mandatario no se comparaba con sus residencias en México y el Castillo de Chapultepec, es evidente que la estancia no fue nada sencilla. Ningún hotel exclusivo de París mencionaba una “estancia modesta” como forma de publicidad. En ese año de 1911, Díaz recibió visitas de varios funcionarios tanto mexicanos como extranjeros, leía correspondencia de amigos y familiares, visitó la tumba de Napoleón Bonaparte e incluso acudió con algunos oficiales y veteranos de la Guerra de Intervención contra México. Díaz pudo mantener ese alojamiento gracias a sus ingresos por acciones en los Bancos de Londres y México, un crédito de 1,500,000 francos, así como la fortuna de la familia Romero Rubio.
Los años 1912 y 1913 fueron de viajes para el matrimonio Díaz. Porfirio y doña Carmen Romero visitaron diversos sitios europeos como Madrid, donde el rey Alfonso XIII organizó una cena en su honor; el balneario de Ems, en Alemania, y cerca de ahí asistió a unas maniobras y desfiles militares. Diarios de la época mencionan que, al percatarse de la presencia del dictador, el káiser Guillermo II lo invitó a subir a la tribuna y ser el mariscal del desfile. En 1913, el matrimonio Díaz también visitó las pirámides de Egipto. Además, durante su estancia en Francia, sus pasatiempos eran la lectura, la ópera y los paseos en el Bosque de Boulogne. Durante todo ese lapso, biógrafos mencionan que añoraba regresar a su patria, aunque no especifican si también deseaba volver al escenario político.
Díaz permaneció en el hotel Astoria (otras fuentes mencionan que también ocupó el hotel Vernet) hasta finales de 1913. Quizás porque creyó que su estancia en París sería corta, o porque era muy costoso mantener una vida ahí, Díaz se vio en la necesidad de buscar una vivienda fija. El inmueble elegido se ubicaba en la Avenue du Bois de Boulogne número 28 —actual avenida Foch—. Era una vivienda que contaba con dos dormitorios, varias habitaciones y cuartos para la servidumbre; entre esta se encontraban varias empleadas domésticas originarias de Oaxaca. Pese a que Tello Díaz vuelve a mencionar una existencia modesta en esta casa, el autor de estas líneas considera que un apartamento en una zona exclusiva de París, con servidumbre incluida, no es nada humilde. Quizás era modesto en comparación con el estilo de vida que tenía en México.
En 1914 estalló la Primera Guerra Mundial. Porfirio Díaz no fue ajeno a este conflicto y se enteraba de los principales hechos y frentes de batalla a través de los diarios parisinos. Tello Díaz cuenta que Don Porfirio y su hijo pasaban horas analizando un mapa de Europa, simulando las posiciones de los ejércitos con banderitas y analizando las tácticas de combate. Pese a que Díaz sentía mucho aprecio por Francia y su cultura, los biógrafos cuentan que “no tenía favoritismo hacia alguna tropa en especial”. Para 1914, Porfirio tenía ya 84 años y una salud cada vez más deteriorada. En 1915, debido al pésimo estado de salud del expresidente, sus paseos y caminatas se volvieron menos frecuentes. Finalmente, el 2 de julio de 1915, Porfirio Díaz falleció en su casa de Bois de Boulogne número 28.
Los restos del general Díaz fueron velados en la capilla Saint-Honoré d’Eylau, situada en la plaza Víctor Hugo. A las exequias acudieron funcionarios que lo acompañaron en el exilio, como Francisco León de la Barra, Sebastián Mier, Miguel Yturbe y Guillermo de Anda y Escandón. Sin embargo, brilló por su ausencia José Yves Limantour, genio de las finanzas durante su gobierno y uno de sus principales colaboradores. En 1921, los restos del dictador fueron exhumados para ser depositados en un pequeño mausoleo en el cementerio de Montparnasse, en París, lugar donde hasta la fecha descansan y son visitados por curiosos, investigadores y apasionados de la historia, así como por sus descendientes y fervientes admiradores de su figura y talento político.
Sin embargo, la Revolución triunfó y, con ella, se instauró un nuevo proyecto educativo que consideraba a la historia como una disciplina fundamental para la formación de ciudadanos y valores cívicos. En este tejido, la figura de Porfirio Díaz fue tratada como un villano, como un auténtico anatema en los libros de historia patria. Durante décadas, Díaz se convirtió en el arquetipo perfecto de tirano y dictador. Empero, a mediados de los años ochenta, con las reformas neoliberales, los libros de texto gratuitos hicieron una revalorización del Porfiriato, destacando sus logros económicos e industriales. Lo anterior quizás se deba a que el proyecto económico neoliberal le daba importancia a la inversión y al libre mercado, mismos aspectos en los que la dictadura de Díaz se destacó.
Actualmente, Díaz es una figura polémica: para unos, un héroe incomprendido, el mejor presidente que ha tenido México, un militar oaxaqueño que comprendió las necesidades económicas y políticas del país; para otros, un político tirano, un dictador que se apoyó en un aparato represor y en una economía que privilegiaba a las élites. Ante esto, el historiador debe retratar a Díaz en sus justas dimensiones sin vilipendiarlo ni encumbrarlo: ni héroe ni villano, simplemente humano. Porfirio Díaz es un personaje importante de nuestra historia nacional, cuyo mandato fue antecedente de una revolución social y política muy significativa, la cual suscitó una gran transformación que cimbró las bases de nuestro país.
Por Juan Manuel Pedraza, historiador por la UNAM
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.