Hace poco tuve la oportunidad de conocer a una pareja de más de 70 años. Enmarcados por el Teleno, hablamos de todo y nada, disfrutamos del atardecer, de un buen vino y, sobre todo, de una magnifica compañía. El tiempo parecía detenerse a propósito, como si quisiera darnos la oportunidad de captar el más mínimo movimiento, de contemplar los colores, las formas, las sensaciones que produce la belleza, esa que es bella porque es natural.
Ahí, a mitad del jardín, me detuve a contemplar la dulzura con que sonreía la pareja mientras veía con detenimiento el video donde se apreciaba “un chaval de su comunidad”; chaval que hoy es un hombre con talento para el canto: Rodrigo Cuevas, el Freddie Mercury del folclore asturiano.
La combinación de madreñas con ligueros, ojos pintados y bigote ancho, pasó inadvertido. Lo que ellos vieron fue un ser humano sensible y talentoso. Pensé por un momento que la naturalización de lo natural se había hecho posible, luego la realidad me recordó que hay luchas que recién empiezan, aunque lleven toda una vida.
Hoy en el muro de Emma encontraba un mensaje en el que por un lado le felicitaban por “Tilo”, un cuento infantil maravilloso; al tiempo que le recriminaban de alguna manera el de “Sofía”, por aleccionar a los niños en una “realidad anormal”.
¿Qué es lo normal? ¿Cumplir con las expectativas que una sociedad tiene sobre nosotros? ¿Normal para quién, en dónde y en qué momento? El problema de la “normalidad” es que considera equivocados a quienes no se ajustan a las expectativas plateadas por “la generalidad”. La preferencia sexual y la identidad de género son, por supuesto, unas de las primeras y más importantes consideraciones que entran en dicha valoración.
¿Qué es “normal” en cuanto a preferencia sexual? ¿Qué es “normal” en lo que se refiere a construcción identitaria de género? Al respecto, la única constante universal que se repite en todas y cada una de las tribus, grupos étnicos, identidades, nacionalidades, grupos socioeconómicos, clases sociales… es la DIVERSIDAD. Sin lugar a dudas, el colectivo de lesbianas, gays, bisexuales, trasvestis, transexuales, transgéneros, intresexuales, queers, asexuales y cualesquiera otras opciones conocidas y por conocer, viven una complicada situación a nivel global.
Es cierto que en algunos países –22, para ser exactos– hoy es posible que personas del mismo sexo puedan casarse y gozar de los mismos derechos que los heterosexuales; se cuenta con leyes que les protegen frente a la discriminación por motivos de preferencia sexual y respetan su elección de género; no obstante la lucha por los derechos civiles es, en su mayoría, un tema pendiente, con violencias implícitas.
Latinoamérica por ejemplo, vive entre dos realidades: por un lado se avanza hacia la igualdad en derechos; pero, por otro, se enfrenta directamente la violencia e intolerancia día a día.
Mientras escribo sobre el tema, me viene a la mente la imagen de un joven apuesto, alto, delgado, tez apiñonada, ojos negros y mirada profunda, al que le bastó un ramo de rosas rojas y un beso, para poner en jaque los valores imperantes de una comunidad universitaria. Fue hace diez años, antes del medio día, quienes ahí nos encontrábamos seguimos con la mirada cada uno de sus pasos, tratando de adivinar quién sería “Dulcinea”; pero no, el destinatario fue “Romeo”. Por supuesto, ellos no se inmutaron, fuimos nosotros –mientras mirábamos atónitos– quienes nos enfrentamos a la tarea de “normalizar” otras formas de relacionarse con el mundo, y otras formas de ser en el mundo.
Nuestra comunidad afortunadamente nunca volvió a ser la misma, lenta pero irreversiblemente fuimos gestando un movimiento en pro de los derechos a la diversidad sexual, que no ha estado excenta de discriminación.
Escribo y, mientras escribo, hago votos porque seamos capaces de construir una sociedad más igualitaria y más armónica. Una sociedad que normalice los derechos y desnormalice las violencias.