Desde distintas vocerías, tanto gubernamentales como medios de información, se dio a conocer el amago respecto de “episodios de volatilidad” en nuestro país (especulación pura y dura, pues), asociados a un sin fin de factores ante los cuales el espíritu conservador se exhibe atormentado por los fantasmas que supuestamente ha combatido pero que, en realidad, ha impulsado en cada acometida “reformista”.
Así, por ejemplo, rotativos como Financial Times, The Economist y agencias más de riesgos que calificadoras de los mismos han estado trompeteando el próximo apocalipsis, anuncio al que el jueves pasado se sumó el mal llamado Consejo de Estabilidad del Sistema Financiero (CESF), encabezado por la Secretaría de Hacienda y el Banco de México, dependencias que si por algo se han caracterizado es justo por favorecer la “inestabilidad” del “espíritu animal”.
De esa manera, sin autoridad al frente, el Ogro Salvaje neoliberal ha hecho de la especulación (“volatilidad”) una práctica común, especialmente en este sexenio, y en general en la era del “Doctor Catarrito” (por Agustín Carstens), esto de acuerdo con las conclusiones del estudio realizado por el doctor Carlos Antonio Rozo Bernal (“Capital especulativo y Blindaje Financiero en México”).
Antes de pasar lista a las recurrentes visiones fantasmáticas de los falsos profetas neoliberales y de la “volatilidad”, conviene remarcar, como ya se hizo en otra entrega de Los Sonámbulos, parte de lo afirmado por el investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) en los primeros meses del año pasado:
“El flujo de inversión de cartera, cercano a 300 mil millones de dólares desde 2008, se ha convertido en un Caballo de Troya por su poder desestabilizador”, dijo, y aseguró que los rendimientos ofrecidos por el gobierno a los especuladores ha duplicado la deuda del 2009 al 2014 (de 6.2 billones en 2012 pasó a más de 9.5 billones de pesos en 2016; más del 50 por ciento del PIB), todo a costa de la inversión productiva.
Sobre los vaivenes del peso, estos responden “a la entrada mayúscula y acelerada del acarreo de divisas de corto plazo, cuya salida es inminente cuando las condiciones de baja rentabilidad en el exterior desaparezcan”.
Rozo resaltó parte de los resultados: desequilibrios monetarios, financieros y productivos, y elevados costos por la acumulación de reservas (créditos flexibles cuestan 2 por ciento del PIB, es decir, más carne para las hienas).
“En realidad lo ocurrido es que el Banco de México, bajo la dirección de Agustín Carstens, ha convertido al peso en una moneda de cobertura; es decir, en una moneda óptima para la especulación cambiaria cuando convirtió a México en prácticamente el único país de puertas abiertas de par en par a los flujos de capital por medio del infausto acarreo de divisas”.
Lo anterior apenas requiere explicación, pero en la imaginaria neoliberal los “fantasmas” son otros y más temibles: desde el copete impostado de Donald Trump hasta los sermones pasados por ofertas de campaña del presunto izquierdista Andrés Manuel López Obrador, amén de la violencia asesina de este sexenio que, sin guerra y según estudios, está por empatar al anterior, en el cual al menos sí hubo una declaración formal de acciones bélicas contra los empresarios del crimen organizado.
Muy de lejos, y de pasadita, se mencionó la eventual alza de tasas de interés de la Fed de Estados Unidos como “agente perturbador de la estabilidad”, aunque cualquiera sabe que el único objetivo del espíritu de la acumulación por la acumulación es precisamente la búsqueda del mayor y más fácil rendimiento.
Ningún gobierno, por real o ficticio que sea, va a declarar que el país y sus habitantes están sentados sobre un barril de pólvora especulador, por eso lo mejor es disfrazar el único afán del rentismo financiero, así sea con toda esa cháchara insostenible de una doctrina igualmente sin asideros.