Antes de comenzar a escribir, abrí mis redes sociales para explorar un poco en X e Instagram. No soy aficionada a sucesos violentos, narrativas sensacionalistas ni, mucho menos, a imágenes explícitas; sin embargo, es inevitable encontrar noticias de hechos violentos: la masacre en Guerrero, un secuestro virtual en Irapuato, el asesinato de periodistas en Michoacán y Colima, desapariciones en el Estado de México o tiroteos en distintas partes del país. Y así podría seguir enumerando noticias y reportajes que reflejan la profunda violencia en la que vivimos, resultado, en gran medida, de la delincuencia organizada.
Estos hechos nos invaden constantemente, y en muchos casos preferimos pasar de largo para evitar el pánico, esquivar el impacto emocional que nos producen o impedir que el miedo nos consuma. Rara vez nos detenemos a pensar en las y los periodistas que cubren estos sucesos, quienes se exponen a situaciones de extremo peligro y cargan con el peso emocional de informar sobre una realidad tan cruenta. Estos profesionales enfrentan riesgos físicos y psicológicos: amenazas, acoso e incluso la posibilidad de perder la vida en el ejercicio de su labor.
Su trabajo es fundamental para que la sociedad esté informada, para recordarnos que detrás de cada noticia existe un compromiso con la verdad, una búsqueda de justicia y, en muchos casos, un sacrificio personal. La violencia que documentan afecta directamente sus vidas y las de sus familias, y es su valentía lo que nos permite acceder a estos reportes, aunque muchas veces optemos por ignorarlos.
Recientemente tuve la oportunidad de acercarme a dos propuestas narrativas que exploran la condición humana de estos periodistas. La primera es Estado de Silencio, un documental producido por Diego Luna y Gael García y dirigido por Santiago Maza, que retrata un país donde la corrupción, la impunidad y la violencia son realidades palpables. En este contexto, el periodismo independiente se erige como un contrapeso crucial frente al poder, defendiendo los derechos ciudadanos a riesgo de la propia vida. El documental se centra en la vida de María de Jesús Peters, Juan de Dios García, Marcos Vizcarra y Jesús Medina.
La segunda propuesta es Fragmentos de Verdad, una obra escénica en la que teatro y periodismo se entrelazan para explorar la importancia del "yo político" a través de un íntimo viaje hacia el "yo personal". Esta pieza es el resultado de una colaboración entre la compañía Línea de Sombra, dirigida por Jorge Vargas, Alicia Castillo y Eduardo Bernal, y Elefante Blanco, un espacio periodístico comprometido con la libertad de expresión en uno de los contextos más silenciados del mundo: México.
Figuras como Marcela Turati, Reyna Haydee Ramírez, Griselda Triana, Blanche Petrich, Mónica González, Carlos Manuel Juárez, Félix Márquez y Marcos Vizcarra nos acercan a los rostros de quienes han sido testigos. Testigos de una realidad tan cruda que solemos ignorar. Ellos, con valentía y responsabilidad, han puesto su vida en riesgo para no callar.
Salir de estas experiencias resulta inevitablemente transformador. Te deja con el corazón apachurrado, porque es imposible permanecer indiferente ante el miedo, el dolor y la impotencia que envuelven la labor de estos periodistas. Su quehacer cotidiano, en medio de una realidad nacional cruel y desgarradora, nos confronta con una verdad incómoda: como sociedad, hemos normalizado la violencia hasta la indiferencia.
Estas obras nos recuerdan que no hay lugar para el olvido.