Empecé esta semana dedicándome a poner un poco de orden en mi cubículo, algo que llevaba tiempo posponiendo. Decidí sacar papeles acumulados, reacomodar libros y, de paso, mover energías para empezar el año de una mejor manera. Entre el caos organizado, me encontré con un pequeño tesoro olvidado: un compendio ilustrado de palabras intraducibles de diferentes partes del mundo titulado “Lost in Translation”.
Curiosa, lo hojeé y me detuve, en una palabra: “Tsundoku”, un sustantivo japonés que describe la práctica de comprar libros, no leerlos y dejarlos apilados junto a otros títulos que esperan el mismo destino. Miré a mi alrededor y descubrí una buena cantidad de libros que reflejan ese “tsundoku”. Sí, irremediablemente lo práctico, ¡qué le vamos a hacer! Sin embargo, pienso que esa pila de libros no leídos también es una especie de mapa, un recordatorio de los caminos que aún me quedan por explorar, un catálogo de posibilidades esperando su momento.
“Wabi-Sabi” y “Nunchi” fueron otras dos palabras en las que me detuve. La primera, de origen japonés, captura una idea profundamente poética: la belleza que reside en la imperfección, lo incompleto o lo efímero. Nos recuerda que no todo tiene que ser perfecto para ser valioso; que los defectos, las grietas y el paso del tiempo pueden revelar una belleza única e irrepetible. ¿Cuántas veces buscamos un ideal de perfección que nos hace perder de vista lo hermoso que ya está frente a nosotros, justo como es?
“Nunchi”, una palabra coreana, encierra el sutil arte de escuchar y calibrar el estado de ánimo de otra persona. Es una sensibilidad casi intuitiva, una forma de leer las emociones y el contexto sin necesidad de que las palabras lo expliquen todo. Es algo que, sin duda, todos podríamos cultivar más en nuestras relaciones: aprender a observar con atención, a percibir lo no dicho y a responder con empatía.
Aunque no forman parte del compendio de palabras intraducibles, hay dos términos que resuenan profundamente en mi mapa emocional: “Saudade” y “Apapacho”. Ambas, aunque de orígenes distintos, tienen una carga afectiva que las conecta con momentos significativos de mi vida.
Para los portugueses, “saudade” es un sentimiento afectivo que transita entre la melancolía y la nostalgia, un anhelo provocado por la distancia —ya sea temporal o espacial— hacia algo o alguien amado. Pero no se queda ahí. “Saudade” evoca la ausencia y la resignifica: es un reconocimiento de que lo perdido era digno de amar. Unos meses después de que mi padre falleció, decidí tatuarme esta palabra: saudade. Para mí, encapsula todo lo que mi padre fue y sigue siendo en mi vida.
De origen náhuatl, la palabra “apapacho” significa “abrazar con el alma”. Es un concepto que va más allá del contacto físico; implica un cuidado profundo, un acto de ternura que envuelve y repara. Si “saudade” habla de la ausencia, “apapacho” es para mí su contraparte luminosa, la forma en que el amor se manifiesta en el presente, con gestos simples pero llenos de significado. Es el abrazo que recibes cuando más lo necesitas, la palabra que te reconforta en un día oscuro, o el momento en que alguien te sostiene sin decir nada, pero diciéndolo todo.
Que este 2025 sea un año para descubrir la belleza del wabi-sabi, soltar un poco el tsundoku y cultivar más el nunchi en tus relaciones. Pero, sobre todo, que encuentres los apapachos que reconforten tus saudades y te recuerden que el amor y la conexión siempre encuentran su camino.