Nunca antes una mujer se enfrentó a Donald Trump en condición de igual. Así está ocurriendo con la Presidenta de México, Claudia Sheinbaum. Frente a las órdenes ejecutivas del primero, las reacciones estructuradas, reflexionadas de la Presidenta y con el apoyo de 10 mil efectivos de la Guardia Nacional en la frontera Norte, se da la cara.
Qué está pasando por la cabeza de Donald Trump que pospone la aplicación de los aranceles del 25 por ciento a los productos de sus socios comerciales México y Canadá, y a China le concedió un 10 por ciento. Cuando va a modificar lo que hoy pasa por su cabeza, porque así es el Presidente Trump, hoy dice y mañana modifica. Ojalá y sea el caso.
Sostiene que América es para los americanos. Nosotros también somos americanos -vale la pena aclararlo-, como casi todos los norteamericanos, él también es descendiente de migrantes. Pretende gobernar un país grande y diverso como los Estados Unidos con órdenes ejecutivas que preocupen a los países vecinos y lleven a los mexicanos que viven en Estados Unidos hace años y décadas a una vida sin destino, sin futuro, sin esperanza. No debiera olvidar, sin embargo, el Sr. Trump, que los imperios como el que él pretende construir, lo construyen los trabajadores migrantes, los trabajadores extranjeros, las manos morenas, y que quienes construyen los imperios como el que él está empeñado en tener no sólo en la América latina sino en otras latitudes destruyen no construyen. En esos países prefieren todo en lugar de entregar su cultura a proyectos que desconocen nuestras costumbres y tradiciones, nuestro origen e historia, nuestra resiliencia y capacidades.
Ya llegaron los aranceles al mismo tiempo que los migrantes –por supuesto-. Se trata de una toma y daca en el que nadie gana, pero todos perdemos, también los EUA. Cosa de esperar precios, empleos, la cosecha; qué manos la van a levantar, al igual que la construcción de las nuevas obras en EUA: sólo los nuestros.
Tanto los hijos de Estados Unidos como los de Canadá, como nosotros somos hermanos, le guste o no. Un país no se gobierna con órdenes ejecutivas. Nos unen historia, hechos, solidaridad y espíritu libertario, pero cuando quien gobierna es un sujeto obsesivo de los reflectores y de los montajes de grandes escenas, las cosas cambian: no hay bronce en las pieles ni afroamericanos en su gabinete, sólo una mujer muy importante que está ausente, pero se añora en todo momento: la justicia.