Estados Unidos ha invadido México en dos ocasiones. La primera entre 1846 y 1848; la segunda en 1914. El interés expansionista y el fortalecimiento territorial frente al ascenso Napoleónico fue el móvil de la primera intervención y lo logró. La segunda fue impulsada para alcanzar la supremacía imperialista en su disputa por la hegemonía contra las metrópolis europeas.
Tras el derrocamiento de Francisco I. Madero en febrero de 1914 y la asunción de Victoriano Huerta como presidente de México, un par de meses después, sin mediar elecciones, el gobierno de Estados Unidos estimó propicio invadir México, ya que el presidente Woodrow Wilson no respaldó la auto imposición de Huerta en el poder y consideró su gobierno espurio e ilegítimo. En consecuencia, el 21 de abril de 1914, sin mediar declaratoria de guerra o de ocupación, desembarcaron tropas estadounidenses en el puerto de Veracruz, teniendo como pretexto los desaires mostrados al cuerpo diplomático enviado por Wilson para conminar a Huerta a celebrar elecciones.
La defensa del puerto a cargo de civiles y marinos fue heroica. Crónicas de la época refieren que desde las ventanas de las casas se repelía al ejército invasor que contaba con 4 acorazados fuertemente artillados en la vanguardia y 1,500 efectivos desplegados en tierra; la Escuela Naval, entre otros edificios públicos y privados fueron bombardeados y hasta los reclusos en San Juan de Ulúa resistieron la ocupación. Aunque no hay un dato preciso y oficial, se reportaron más de 300 muertos, entre civiles y cadetes, como saldo de la batalla. El 22 de abril de ese año las tropas estadunidenses proclamaron la ocupación temporal de Veracruz.
La labor altruista de los médicos del Hospital de San Sebastián, del Hospital Militar y de la Cruz Blanca Neutral –como se denominaba al grupo de voluntarios que más tarde se sumarían a la Cruz Roja Mexicana–, encabezados por el Dr. Rafael Cuervo, se atrincheraron en las instalaciones de este último para atender a los más de 100 heridos que se acumularon la noche del 21 de abril de 1914.
Los “Rayados”, como se les nombró a los presos de la cárcel de San Juan de Ulúa que fueron liberados para resistir la invasión, tomaron las azoteas y las calles para desde ahí tirotear a los invasores. Al declararse oficialmente la ocupación, los “Rayados” fueron apoyados por el doctor Manuel Valdés Díaz, administrador del Hospital Civil de Veracruz, quien los escondió de las fuerzas norteamericanas para evitar que fueran aprehendidos, haciéndolos pasar por enfermos de viruela y otras enfermedades similares.
La participación de las mujeres prestando servicios como enfermeras fue notable. Un grupo en particular, “Las siervas de María”, improvisaron puestos de socorro en los zaguanes de la calle de la Libertad, frente a la Alameda, actualmente calle de Salvador Díaz Mirón. También las religiosas prestaron servicios de auxilio, sobre todo las que pertenecían al antiguo Colegio Josefino, como la madre superiora y directora sor Luz Nava, junto con María Pérez González de Castilla, Virginia Islas y Lourdes Aguilar, resguardando, alimentando y curando heridos. Muchas mujeres también perdieron la vida combatiendo al lado de marinos y civiles.
La ocupación duró más de seis meses, hasta que Huerta se vio obligado a renunciar ante las presiones tanto del interior como fuera de México. Carranza se hizo del poder gracias al respaldo del Ejército Constitucionalista y el reconocimiento de Wilson. Las tropas de Estados Unidos salieron de Veracruz el 23 y 24 de noviembre de ese mismo año. Las tensiones se mantuvieron durante dos años más y los amagos de volver a intervenir en México continuaron latentes, a consecuencia de las revueltas que Francisco Villa encabezó en territorio estadounidense, principalmente los hechos de Santa Isabel y Columbus.
Finalmente, pensar en una tercera intervención de Estados Unidos en México es inviable por donde se le mire, menos aún por un tema de “terrorismo” como pretexto para destruir la industria del Fentanilo y el crimen organizado en México. El enorme consumo de estupefacientes del otro lado del río Bravo no lo permitiría y a la crisis de salud pública que actualmente se vive en territorio gringo se le sumarían otras, como la producción de enervantes. Viva la paz, a pesar de los entuertos que se han de sobrellevar para mantenerla y vivan nuestros cuerpos de atención a emergencias siempre listos y a la orden para ayudar, desde hace más de un siglo. ¡Que su semana sea de éxito!
Hugo Antonio Espinosa
Funcionario, Académico y Asesor en Gestión de Riesgos de Desastre
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