La estocada final

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La estocada final

Miércoles, 19 Marzo 2025 00:04 Escrito por 
Raúl Mandujano Serrano Raúl Mandujano Serrano Desde el Sótano

¡Si hoy no consumes café, entonces puedes llamarnos taberna! –Me dice mi siempre amable waitress Andrea, porque ahora, en lugar de café, le solicité una cerveza escarchada con limón y sal-. De fondo se escucha “Los caporales están durmiendo, los toros, los toros en los corrales, andan inquietos, un capote en la noche, a la luz de la luna quiere torear” … Afuera avanzan un grupo de mujeres semidesnudas y pintadas de sangre. “A veces me parece que sólo hacen shows y alguien les paga, pero no sé” … Me dice Andrea. Te diré, hay muchas razones y mentiras en “la fiesta”. Habrá ganadores mediáticos y perdedores.

Los toros son la materia prima de la Fiesta Brava. Son una empresa para ganaderos, que no son nombrados así porque ganen, sino porque trabajan con ganado, son criadores y administradores de plazas. Alguien refiere que el prestigio de las ganaderías lo garantiza el juego de los astados en el ruedo y la entrega y profesionalismo de los toreros.

Aquí lo recordé hace tiempo cuando, con apenas unos 7 años de edad, me metía entre las tablas que habían colocado para construir una improvisada plaza de toros en Mexicaltzingo. Finalmente logré pagarme un boleto para sentarme en la Monumental. ¡Dios! Es un templo. Me hipnotizaba el traje de luces del torero, su capote, el estoque, la montera, la muleta y las banderillas. También los toros: leonado, mosqueado, pajizo, zaino, mulato, miura, estornino y en las gradas la gente con su sombrero taurino, el panamá o su gorra Goorin, y ni qué decir de la bota de cuero llena con la solera, el vino o cualquier bebida, y quizá también un puro, acompañando ese ritual con el “¡Ole!” ante la verónica o cualquier suerte en el ruedo. Esa es la fiesta brava a la que gubernamentalmente quieren asestarle la estocada final.

El debate se centra en determinar si es un espectáculo criminal seguido por una afición retrógrada de un color fresa neoliberal, y una fiesta de ricos que le llaman arte a la tortura de un animal por diversión. Cuestionan que los toros de lidia estén hechos para pelear y que su ira desbordada es provocada por las horas que han pasado a oscuras, porque les clavan un gancho metálico con un adorno que les duele, como les duelen también “los puyazos” en su lomo, y que su muerte, no es un acto de piedad a su valor, sino una vil ejecución…La tauromaquia agoniza ante el reclamo de activistas.

No sé si debemos agradecerles o preocuparnos cuando no se distingue el final de un toro en la plaza o en rastro. Ambos animales son torturados, pero mire, según datos del INEGI, en los mil 380 rastros legales del país, se sacrifican anualmente siete millones de reses que, igualmente sufren su muerte, sometidos a un daño psicológico y al estrés de no saber dónde se encuentran, de escuchar gritos de otros animales y ver como los matan. Y aunque digan que “eso es otra cosa”, y que en los rastros su padecimiento es menor al de los toros en las plazas, la discusión no debe centrarse entre el espectáculo y la alimentación, porque en ambos casos son asesinados animales.

Si se acaba la “fiesta brava”, miles de toros dejarán de ser negocios. Su manutención asciende a los 600 mil pesos desde su nacimiento hasta que llegan a una plaza. No podrán pagarlo más. Entonces ¿Qué pasará con ellos? ¿Los activistas se los llevarán a su casa para cuidarlos? ¿Los enviarán a zoológicos o a los rastros a esperar su muerte? Son cuestiones mortales. Hasta otro Sótano. Mi X @raulmandujano

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Raúl Mandujano Serrano

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