Para los políticos que no tienen en mente nada más que apuntarse para las próximas elecciones una vez terminado su encargo, no existe ninguna otra cosa más importante que estar en la mente del electorado; así ha sido por siempre y no tiene por qué cambiar por el momento, dado que son ellos (los políticos) los únicos beneficiados, mientras los votantes seguirán siendo solo el vehículo de sus ambiciones.
De esta forma, es natural que Gerardo Fernández Noroña, hoy convertido en flamante presidente del Senado de la República por gracia del expresidente, no deje de buscar la forma en la que pueda generar polémica, que es, a final de cuentas, su única manera de destacar.
Ya sea para colocarse como mártir, o haciendo protesta personal por la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa; o porque viaja en clase business; o tal vez porque se enfrentó a un grupo de ciudadanos o de senadores; incluso, hasta publicar una foto con el torso desnudo (¿qué necesidad?); lo que sea, cualquier cosa, con tal de estar en boca de todos.
Lo peor de todo es que los medios de comunicación, afines o no, le hacen el juego al senador. No hay semana en la que no den la nota con el personaje. Noroña no deja de ser él mismo; se ha encumbrado a través de la confrontación, y para ello, aprovecha cualquier circunstancia, especialmente la del escándalo, que lo hace sentir cómodo y sabe que provoca la noticia.
Pero ¿qué ha ofrecido como legislador Noroña? Propuestas que realmente valgan la pena son difíciles de localizar; aunque, tal vez, han de estar integrando algún libro de anécdotas, porque no existe nada sustancial que promueva beneficios para las condiciones de vida de los ciudadanos. Lo que sí ha mejorado, y mucho, es su carrera política. Es difícil ubicarlo en algún “trabajo” distinto que no sea el de la comodidad de la representación popular. Nada que realmente valga la pena mencionarlo como para justificar que sabe lo que es ganarse la vida de otra forma.
¿Cómo se puede aceptar, ya sea por parte del presidente del Senado o por cualquier otro político, que su actividad pueda considerarse como una profesión? Debería verse como una gran oportunidad de servir a su comunidad por cierto tiempo; sin embargo, los institutos políticos, en muchas ocasiones sin escrúpulos, a través del tiempo se han aprovechado de quienes gozan de fama, como pueden ser artistas o deportistas de renombre, para montarse en su prestigio ofreciéndoles alguna candidatura que bien saben empujará a otras que no tendrían el mismo impacto.
Para evitar el uso excesivo de esas prácticas, habría que impulsar una reforma para limitar el engaño propagandístico que oculta la falta de conocimiento o destreza en la administración pública por parte de los candidatos. Pero ¿qué partido haría propuesta alguna para limitarla o erradicarla? Todos ellos (los partidos políticos) hacen lo que sea necesario para conquistar la voluntad del electorado en beneficio de sus propios intereses; no necesariamente el de los ciudadanos.
Aunque actualmente la democracia está en agonía, Morena, una vez apoderada del control del INE a través de la presidenta de ese instituto —que, por cierto, es más obradorista que López Obrador—, Guadalupe Taddei, ejerce gran presión. Como consecuencia, el Instituto Electoral reduce su protagonismo a una instancia de observación y testigo, la misma función que realiza el Tribunal Electoral, al que no se le permitió completar el número de magistrados, por obvias razones.
Entonces, Noroña y personajes similares consideran —y no están lejos de esa suposición— que son dueños del balón; que sus ambiciones personales están más actualizadas que nunca. Saben que pueden mover a su antojo las elecciones y se sienten dueños de México.
Entonces, surgen preguntas naturales como: ¿Cuál puede ser la gracia del actual presidente de la Cámara de Senadores? Aparentemente ninguna, porque ser escandaloso, agresivo, un rufián, no le coloca inteligencia o alguna habilidad que pueda ser considerada virtuosa para tener la esperanza de que guarda secretos de progreso para los mexicanos que puedan considerarse importantes y de trascendencia.
Fernández Noroña representa la podredumbre del sistema político mexicano, y al mismo tiempo descubre que sus seguidores lo consideran como una especie de héroe al que vale la pena tratar de emular. ¿Qué puede ofrecer este político, que no sea otra cosa que faltar al respeto, gritonear y querer pasar por encima de todo y de todos?
Pero tampoco el horno está como para bollos. Por donde se le busque, no hay mucho de dónde echar mano. ¿Quién, en el medio político, tiene posibilidades de equilibrar el poder que hoy abraza el partido gobernante? Porque —y habrá que reconocerlo— existen quienes tienen capacidad, pero los certeros golpes que les han propinado los tienen seminoqueados.
Varios analistas consideran que Andy López Beltrán, el hijo del expresidente López Obrador, ya ha tomado delantera por la carrera presidencial, y con los recursos que maneja, inevitablemente se convierte en un duro rival. No es el único; en Morena les ha dado por romper las reglas como lo aprendieron de su líder moral, quien proyectó con mucho tiempo de anticipación a su delfín presidencial; por eso, no debería sorprender que personajes como la senadora Andrea Chávez hagan lo mismo.
Con esos políticos y con un bully en el norte, México observa un negro porvenir.