Una filosofía de vida: los preceptos de Delfos

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Una filosofía de vida: los preceptos de Delfos

Lunes, 26 Mayo 2025 00:10 Escrito por 
Con singular alegría Con singular alegría Gilda Montaño

Les contaba la semana pasada que existían en Delfos 147 máximas. No solo la de “Conócete a ti mismo”, la de “Muere por tu patria”, o la de “Nada en exceso”, sino 147 máximas atribuidas a siete grandes de la filosofía griega de muchos siglos.

Los Preceptos Délficos o Máximas Pitias, eran frases sencillas atribuidas a Siete Sabios griegos de la antigüedad: Tales de Mileto, Pítaco de Mitilene, Solón de Atenas, Bías de Priene, Cleóbulo de Lindos, Periandro de Corinto y Quilón de Esparta. ¿Ha oído usted a alguno?

El orden y la redacción de cada máxima varía según las diferentes fuentes en que están recogidas, e incluso no todas las máximas aparecen en todas las versiones. Estas son las máximas inscritas en los muros del templo de Apolo en Delfos, según Ioannes Stobaeus, neoplatónico del siglo V d.C.

Los preceptos de Delfos constituyen el valioso legado de conocimiento que los sabios de la antigua Grecia dejaron a las generaciones futuras.
Los antiguos sacerdotes griegos no daban consejos ni oían las confesiones de los fieles; su labor consistía principalmente en la realización de sacrificios y otros ritos.

Hoy creo que esto ya está olvidado. Y creo que por muchos. De verdad es siniestro el comportamiento del ser humano. Por más que, después de tantos años posteriores a los griegos, los egipcios, los romanos, los israelitas, algunos se hayan dado a la tarea de contemplar y creerle, ya hace más de dos mil años a un ser al que, por su actuar, le siguen nombrando Hijo del Rey de Reyes y Señor de Señores, que tiene un código de valores con diez de los 147 preceptos anteriores.

Es triste, pero en este momento, creo que solo unos cuantos lo toman en cuenta, lo siguen y le creen. Es verdaderamente inconcebible. Por más que se hayan encontrado dentro de los Rollos del Qumrán, del Mar Muerto, los códigos y manuscritos extraordinarios de esa época, no entienden que no entienden.

Sucede que, en invierno de 1947, en el desierto de Judea, dos beduinos que estaban paseando sus cabras se toparon con lo que sería uno de los descubrimientos más importantes para el estudio de los textos sagrados. En una cueva de difícil acceso encontraron unos pergaminos conservados en vasijas. La teoría más aceptada defiende que vivía allí un colectivo que pertenecía a la secta de los Esenios.

Se trataría de un grupo monástico, compuesto solo por hombres que se regían por un judaísmo estricto en la observancia de los preceptos, basado en el convencimiento de que vivían el final de los días embarcados en la guerra entre el Bien y el Mal. Su principal dedicación era la oración y la copia en pergamino de los textos del Antiguo Testamento, textos apócrifos y las leyes de la secta.

No hay día en que se las ingenie, en esta época de vida, el ser humano, en cualquier parte del mundo, en deshacer a su semejante. Y no solo las mujeres y los niños: todo el mundo está peleando contra todo el mundo.

Con la peculiaridad de que, desafortunadamente, las cosas se agravan todos los días, minuto a minuto.

Por default, yo veo casi simultáneamente tres canales de televisión, a las 10:30 de la noche, que transmiten noticias: el de Azteca, el de Televisa y el de Imagen. Qué cosa. Se afanan los tres en tener las más detestables noticias. Y lo peor es que nos están acostumbrando a que sean el absurdo cotidiano. Sin moral, sin sensibilidad, sin valores ni virtudes. Solo toda la sangre derramada alrededor del mundo. Con eso están regando la tierra. Con odio, rencores, arbitrariedades: miseria humana.

Qué triste es ver a niños recién nacidos y tirados en la basura, en los baños, en la calle. Y mujeres violadas y lastimadas. Y bombas por todos lados, a ver quién destruye más a quién. Al cabo las armas son lo que más se vende. Y a los chamacos de diez años ya drogándose con pastillas sintéticas que les deshacen el cerebro. Y muchachitas embarazadas a los diez años, pero por sus hermanos o sus padres, o sus tíos, o sus infelices abuelos. ¿Y las madres? No intervienen, las dejan solas y prefieren a su macho cerca.

Es una tragedia. Y los gobiernos, ¿qué? Pues plantan pantallas de humo, deshacen universidades como para que una votación de un primero de junio no les cause la menor de las molestias, y con unos interminables legajos de hojas carísimas, pretenden reformar el sistema jurídico mexicano.

Caos dentro del caos. Qué se me hace que un día estaba furioso ya Dios, por todo lo que veía: tala, incendios, homicidios, guerras, deshonor tras deshonor, y mandó el coronavirus. A ver si ahora no se le ocurre mandar, además de un gusano barrenador, algún temblor, o algo gravísimo para ponernos en orden.

Por miserables nos lo merecemos. ¿Y dónde habrá quedado esto de “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, que establecieron los judíos como regla de vida hace la extraordinaria línea de tiempo de 10 mil años?

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Gilda Montaño

Con singular alegría