Quienes nos formamos en la izquierda revolucionaria de la década de los setenta del siglo pasado aprendimos un principio que debe normar siempre nuestra conducta: luchar contra la injusticia. Así lo resumió con claridad Ernesto Guevara de la Serna, el Che, cuando señaló:
“Sean capaces siempre de sentir, en lo más hondo, cualquier injusticia cometida contra cualquiera, en cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda del revolucionario.”
Por ello, no debo callar, aun consciente de lo que esto puede representar. No puedo permanecer al margen por mero cálculo político ni, mucho menos, por otro tipo de intereses. Opino desde esta tribuna y no desde la del gobierno, porque esta es mi opinión personal y sincera. Más allá de creencias y pasiones, hablo desde mi convicción ética.
Nadie debería callar ante la masacre, el genocidio y el horror que ha significado la reacción desproporcionada e injustificada de Israel contra Palestina en la Franja de Cisjordania. Si bien la última escalada de un conflicto que ya suma más de un siglo se agudizó por el ataque de una facción política armada palestina, como Hezbolá, lo cierto es que la respuesta de Israel raya en la venganza más inhumana: el exterminio de una parte de la población mundial claramente identificada como la nación palestina.
El bombardeo sistemático y la destrucción de prácticamente todos los edificios en esa región es dantesca. Las imágenes —que pocos medios se atreven a mostrar— reflejan el odio y el rencor del gobierno, específicamente del gobierno ultraderechista de Benjamín Netanyahu, quien ha llevado adelante esta ofensiva con el único propósito de mantenerse en el cargo. La guerra contra Hezbolá ha sido utilizada para evitar convocar a elecciones en Israel, pues la legislación vigente se lo permite.
La prolongación deliberada del conflicto es el único recurso de ese gobierno para aferrarse al poder, a pesar de las crecientes protestas de la propia ciudadanía israelí, especialmente tras los efectos de los misiles iraníes, que dejaron en evidencia la fragilidad del Estado y la falibilidad de su “domo de hierro”. La guerra con Irán demostró que Israel no es inmune a las capacidades militares de otras naciones de Medio Oriente.
Por eso es indispensable detener la locura que está cometiendo el gobierno israelí contra el pueblo palestino. Callar es ser cómplice de un atropello a la humanidad entera. Permanecer en silencio equivale a aceptar el abuso que significa mantener asediada y sitiada a una población civil inocente, sometida a la hambruna, la insalubridad y condiciones infrahumanas. Aceptarlo y callar es consentir la matanza indiscriminada de mujeres y niños que solo buscan un poco de comida y un refugio seguro.