El lado literario de la vida godín
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El lado literario de la vida godín

Jueves, 10 Julio 2025 00:00 Escrito por 
Matices Matices Ivett Tinoco García

¿Alguna vez han fantaseado con ser un Gutierritos de tiempo completo? Ya saben, ese entrañable oficinista de espíritu derrotado pero corazón honesto, atrapado entre los sellos, las firmas y la hora de salida. ¿O con llevar una vida godín perfectamente cronometrada, donde uno sabe a qué hora entra, a qué hora come y a qué hora sale?

Y no lo digo con sarcasmo… o bueno, no solo con sarcasmo.

En esta época donde se predica que hay que “hacer lo que amas o fracasar en el intento”, la rutina laboral parece casi un acto de rebeldía. ¿Qué es el caos creativo frente a la gloria de un tentempié bien empacado y la seguridad emocional de un viernes de quincena? ¿No es acaso cierto que la libertad absoluta también puede ser otra forma de esclavitud?

La vida godín suele percibirse como la enemiga natural del espíritu creativo. Sin embargo, muchos escritores brillantes encontraron en ella un espacio y la fuente de inspiración para desarrollar su talento. Franz Kafka, por ejemplo, escribía sobre metamorfosis por las noches, mientras de día procesaba reclamos en una compañía de seguros, como si no existieran insectos gigantes en el mundo. Fernando Pessoa, maestro del desdoblamiento literario, trabajó en correspondencia comercial. Quizás desde allí nació su capacidad para escribir como decenas de personas distintas, cada una con su voz y universo propio. Y Mario Benedetti, con su mirada tierna y crítica social afilada, también tuvo su etapa godín: trabajó en un banco y en oficinas de gobierno, donde —quién sabe— tal vez aprendió que el alma humana también se archiva, se sella y se fotocopia.

En su poema Kindergarten, Benedetti retrata con ironía la temprana domesticación del espíritu a manos de la lógica laboral. Ese niño sonriente, “angelito gordo y sin palabras”, que aprende a desgarrar cintas de máquina como si fuera parte del juego, terminará mañana diciendo “estádespedido y noseaidiota”. Una sutil advertencia sobre cómo la rutina burocrática puede moldear no solo los días, sino también los pensamientos.

Vino el patrón y nos dejó su niño
casi tres horas nos dejó su niño,
indefenso, sonriente, millonario,
un angelito gordo y sin palabras.

Lo sentamos allí, frente a la máquina
y él se puso a romper su patrimonio.
Como un experto desgarró la cinta
y le gustaron efes y paréntesis.

Nosotros, satisfechos como tías,
lo dejamos hacer. Después de todo,
solo dice «papá». El año que viene
dirá estádespedido y noseaidiota.

En la repetición, en el tedio, en la espera eterna del café de las 11, hay una poesía silenciosa que pocos se atreven a mirar. El cubículo es una celda, sí, pero también puede ser un observatorio. Ahí uno ve pasar la vida en miniatura: el jefe neurótico, el compañero que canta mientras trabaja, la señora que vende dulces y da consejos como si fueran parte de su nómina.

¿Y qué decir de la hora de la comida? Ese momento sagrado donde el alma se expande en un tupper. No es solo comer, es liturgia cotidiana, pausa existencial.

Entonces no, la vida godín no es el enemigo de la creatividad. A veces, es la composta donde florece la imaginación. Claro, no todas las oficinas son fértiles: hay unas donde el alma se seca más rápido que una hoja en la copiadora. Pero en otras, con suerte y buen café, puede brotar una novela, un cuento, un poema. Una historia.

Recuerden que no todo gran escritor empezó en París con una copa de vino; algunos comenzaron con un gafete al cuello, un reloj que no perdona y el sueño de escribir aunque fuera en el descanso. Así que, si hoy están frente a una pantalla con una hoja de Excel abierta, respiren hondo, levanten su taza de café y recuerden: lo godín puede ser más que un estilo de vida… puede llegar a ser casi una cosmovisión.

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Ivett Tinoco García

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