Sobre las banquetas pasa de todo. Ahí se forja la vida de las ciudades; la crónica diaria de los usos y costumbres de las personas que las habitamos: alegrías, aventuras, sueños, dramas, encuentros y desencuentros se viven ahí. Sin embargo, siguen siendo espacios desatendidos por las políticas públicas de desarrollo urbano, de movilidad, de transporte, de seguridad pública y, desde luego, de protección civil.
Sobre las aceras —su denominación técnica—, la vulnerabilidad ciudadana es protagonista de las historias que diariamente se cuentan en los noticiarios: desde las violaciones generalizadas al reglamento de tránsito, la transgresión del espacio común con el comercio ambulante, la práctica de oficios, negocios y actividades privadas, hasta marchas, accidentes y la violencia que alimenta la nota roja todos los días.
En la Ciudad de México, por ejemplo, la movilidad ciudadana sobre las calles inició su proceso de separación física y social apenas entrado el siglo XX; incluso, en las primeras décadas todavía llegaron a convivir coches, tranvías y peatones sobre el arroyo vehicular, pero debido al incremento exponencial del tráfico motorizado, las personas fueron relegadas a las aceras, bajo la premisa de su seguridad y protección, así como para lograr una mayor fluidez de los vehículos.
Posteriormente, hacia la segunda mitad del siglo, el incremento de la población, provocado, entre otros factores, por la migración de las periferias hacia el centro y de las provincias a las capitales en busca de mejores oportunidades de empleo, detonó múltiples necesidades sociales y económicas, entre estas la búsqueda de espacios para subsistir en las calles. Entonces, las banquetas adquirieron una cualidad diferente: se volvieron un espacio vulnerable, inestable y constantemente en disputa. Dejamos el arroyo vehicular para resguardarnos en las aceras.
Las aceras son espacios públicos para el disfrute de todos y propiedad de nadie. La responsabilidad de su construcción, ordenamiento, mantenimiento, seguridad y protección corresponde a las autoridades municipales. Sin embargo, la heterogeneidad de su uso, ocupación, características e intereses de las personas que las habitan y administran hace de estas el escenario de conflictos todos los días; por lo tanto, la gestión de lo que ahí ocurre es sumamente compleja, por no decir caótica.
Las relaciones de poder que prevalecen sobre las banquetas —piense usted en cualquier banqueta del Centro Histórico de su ciudad favorita—, así como su estructura, imagen y permeabilidad social; su orden, limpieza y usos de suelo, aunque deben y seguro están normados, distan mucho, en la realidad, de la letra escrita en los Bandos y Reglamentos Municipales. Es prácticamente tierra de nadie: la ley de la selva.
Cuando suceden emergencias (caída de objetos, explosiones de tanques de gas, accidentes por falta de seguridad en maniobras y reparaciones del mobiliario irregular que invade las banquetas, atropellamientos, entre otras), provocadas por esa misma ausencia de respeto al transeúnte o peatón, las personas afectadas se encuentran en total estado de indefensión e impotencia ante las preguntas sin respuesta: ¿Por qué ocurrió? ¿Quién tuvo la culpa? ¿Está permitida esa actividad en la vía pública? ¿Dónde está su permiso, su póliza de seguro o su licencia de funcionamiento? ¿Quién se hace responsable, castiga o indemniza tanto a responsables como a afectados?
Finalmente, esos espacios en disputa, que son nuestras banquetas, tienen una regulación; respetarla y conocerla es obligación de todos. Permitir que quien posee intereses más allá del simple uso habitacional o el ejercicio legítimo del comercio y la prestación de servicios, dentro de los límites establecidos en su Licencia de Funcionamiento, es una ilegalidad, lo sabemos, pero también es un riesgo y una afrenta hacia quienes simplemente caminan por la acera. Ni un policía en cada esquina, ni cámaras de vigilancia, ni multas onerosas podrán detener a quien no respeta los derechos de los demás. Esto es Protección Civil. ¡Que su semana sea de éxito!
Hugo Antonio Espinosa
Funcionario, Académico y Asesor en Gestión de Riesgos de Desastre
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