En México, como somos las y los mexicanos, ahora sabemos convivir con los sismos. Ya hasta bromas se hacen. Hasta muy pesadas, diría yo. Desde 1985 y después en 2017, en la mente tenemos escenas de edificios colapsados, brigadistas improvisados (me refiero con ello a esa gran solidaridad que siempre demostramos) y gente, miles, que se sumaron no solo para salvar vidas, sino para ayudar a quien rascaba cada pedazo de escombro.
De esas dos dolorosas experiencias surgió en México la cultura de protección civil que, con todas sus limitaciones, nos recuerda que estar listos es la única defensa posible ante una eventualidad natural.
La protección civil es funcional cuando autoridades y población actúan coordinadas. Hay protocolos muy específicos y, como ya lo vimos, simulacros publicitados, capacitación, se fijan rutas de evacuación. En este último simulacro del viernes 19S, las alarmas llegaron a los teléfonos. La sociedad tiene su parte de responsabilidad y no lo debe perder de vista: no minimizar riesgos, tomar en serio los ejercicios, participar y cuidar a quienes requieren apoyo, es decir, población vulnerable.
Pero eso sí, y debe quedar muy claro, una cosa es enfrentar la fuerza de la naturaleza, con sismos, tormentas, huracanes, tsunamis, inundaciones, y otra, enfrentar tragedias derivadas de la negligencia.
En esos casos ya no podemos hablar de fatalidad, sino de responsabilidad. La explosión de la pipa en Iztapalapa y el trenazo de Atlacomulco no son desastres naturales ni desgracias que deban pasar como si nada: son desastres provocados por humanos. Son producto de la omisión, de la supervisión a medias, de empresas y autoridades que no cumplen con lo que les corresponde y es algo básico, como lo es garantizar seguridad.
Por supuesto que accidentes siempre van a existir, no hay duda, pero no se puede permitir que pasen de largo cuando ya son constantes. No basta con mandar ambulancias y, lo que ya decía en este espacio, enviar condolencias a los familiares de las víctimas. Tampoco se trata de ocultar cifras de muertos y heridos, ni información a los medios de comunicación. Se requiere hacer su trabajo. Se requiere investigación, transparencia y sanciones. Que se llegue al fondo del asunto y se diga quién no cumplió, quién fue corrupto, quién firmó permisos sin revisar, y que se les sancione para que no vuelva a pasar y no se pierdan vidas.
La diferencia con los fenómenos naturales es simple porque nadie puede evitar que tiemble, pero, por supuesto, que se puede evitar que una pipa explote, o un tráiler vuelque, o se quede sin frenos. También puede evitarse que un tren impacte un autobús de pasajeros o que se vaya al barranco, o sea impactado por tráileres en casetas, o se les vayan los frenos porque iban a exceso de velocidad.
Las autoridades lo saben muy bien, lo tienen perfectamente claro. Quizá la gente no. Por eso es necesario, una y otra vez: no podemos callarnos cuando tragedias prevenibles traten de hacerse pasar como accidentes inevitables.
A las autoridades hay que decirles que quizá le apuesten a que a la gente se le va a olvidar pronto la tragedia de Iztapalapa y el trenazo, porque debe regresar a sus actividades y buscar el sustento diario. Los programas del bienestar no son suficientes. En un país con dos terremotos como el de 1985 y 2017, son casos que duelen y ahí están. Pero hay que decirles que también recordaremos la falta de supervisión, las omisiones y la impunidad que rodean tragedias como las de Iztapalapa o Atlacomulco.
La sociedad no olvida a las víctimas, que pueden ser un mínimo porcentaje en un país de 125 millones de habitantes. Tal vez porque las autoridades piensan que los números fríos minimizan el dolor. Pero sean veinte, cincuenta o cien personas, nada minimiza. Cada vida cuenta, porque a muchas y muchos los vimos vivos en las redes momentos antes. Recordamos sus rostros, tienen familias y son historias de vida truncadas. No sé si para ustedes sea una estadística, apreciable lector, pero para mí son seres humanos que merecen justicia y hay que insistir una y otra vez para que su muerte no haya sido en vano.
No podemos, no debemos, normalizar que la negligencia cobre vidas y nada pase. No debemos permitir los carpetazos. No se requieren movilizaciones masivas, pero recordar es exigir y es la única forma de frenar la impunidad. A mí sí me importan las víctimas. No quiero olvidar y espero no hacerlo. Pediré porque se llegue al fondo del asunto.
La comparación fue a propósito del 19S. La protección civil nos sirve para estar listos contra lo inevitable, pero la justicia debe alistarnos para que lo evitable no vuelva a pasar.