“El “hombre de Estado” debe tener lo que Ortega llama “virtudes magnánimas” (José Ortega y Gasset)
El tan manoseado problema por el pago de impuestos que ha tenido que enfrentar con dos presidentes de México, el empresario Ricardo Salinas Pliego, desencadena una serie de desencuentros que forman parte de la narrativa que se utiliza como distractor o como parte de la encomienda encargada a la presidenta Claudia Sheinbaum para seguir en el ataque sin tregua a los que se identifican como enemigos del nuevo sistema.
Si de alguna manera pretendieran presentarse como auténticos demócratas, aceptando que existen diferentes formas de pensar y ver la política, como se han presumido siempre, tendrían que dejar el encono para mejor ocasión, pero son solo discursos.
Todo viene a colación porque el presidente del Grupo Salinas, quien, por cierto, no se ha negado a pagar su deuda para estar bien con el fisco, es señalado desde lo más alto del poder de “querer arreglarse en lo oscurito”. Entonces, habría que preguntar: ¿de verdad le interesa al gobierno de Sheinbaum que se resuelva ese problema, o es más importante acabar con el empresario?
La verdad es que, si la mandataria, como quiere presentarse ante los mexicanos, fuera pragmática y con una visión de gran altura política —de estadista—, ya lo estaría demostrando con hechos. Para ello, tendría que contar con temple y generosidad para entablar un diálogo abierto (no en lo oscurito) con sus adversarios, en el que se enlisten empresarios, partidos políticos, prensa crítica y, en fin, todos aquellos que piensan diferente; incluyendo, sí, a Ricardo Salinas Pliego. De quererlo así, ya habría dispuesto de gente de su confianza para encontrar una ruta de acuerdos.
No obstante, la presidenta lleva a cabo la misma actitud que presentó durante todo su sexenio el expresidente Andrés López Obrador: lejos de tener un acercamiento con esa parte de la sociedad, se la pasó injuriando, insultando y aplastando a todo aquél que no le diera la razón.
La posición de burla, menosprecio y señalamiento de la presidenta hacia Salinas Pliego no abona para la imagen de una mujer de Estado; para quien debería ser lo mismo de importante representar a los que la eligieron como a los que no lo hicieron, porque todos son mexicanos, le parezca o no.
Ya sea por orgullo o por soberbia, ignorar a esa parte de la sociedad por el motivo que quiera esgrimir no es característica propia de un representante del poder ejecutivo. El jefe de Estado, como el mejor político que se respete, escucha a todos y ofrece las mismas condiciones por igual.
Es preocupante revisar los pasos que se han dado a partir de la llegada a la presidencia de Andrés López Obrador en 2018, ya que empujó una política dirigida a absorber todo el poder y depositarlo en torno a su figura, con el apoyo de lo que pomposamente le hizo llamar “la cuarta transformación”. Por ese motivo, eliminó los contrapesos que le estorbaban.
López Obrador no pensó en el futuro de la nación; pensó en el futuro de su movimiento, de su familia y allegados, muy alejado también de lo que pudiera presumirse como un hombre de Estado. La política interna durante su administración fue un desastre, y la externa, muy a pesar de que repetía una y otra vez los fundamentos de la “Doctrina Estrada” con los principios de la no intervención y la autodeterminación de los pueblos, fue utilizada a conveniencia; no tardaba en presumirla cuando ya se había metido de lleno, como cual metiche, en la política de diferentes países. Por eso, en Perú no pueden ni verlo.
Pero no fue únicamente el gobierno de aquel país; lo mismo se inmiscuyó en asuntos de Venezuela, Estados Unidos, Cuba, Argentina y en donde se le pegara la gana. Contrario a lo anterior, cuando algún político del extranjero quería decir algo de la política de México, pegaba de gritos.
Aunque no se trata nada más de López Obrador y Sheinbaum, los presidentes en México han desatendido esa premisa, ya que son varios los que han actuado, en el mejor de los casos, como caciques, alejados de la congruencia que describiría a un verdadero líder de una nación como la azteca.
De esta forma, arreciar el golpeteo en contra de un empresario que, además, ha dejado deslizar la posibilidad de contender por la presidencia de México, no lo debilita del todo como se quieren ufanar en la 4T; puede ser todo lo contrario. Los ataques desde el gobierno y del partido en el poder pueden fortalecerlo.
Naturalmente, el pueblo apoya a quien considera débil, y en este caso Salinas Pliego, independientemente de todo el dinero que pueda tener, aparece con total desventaja ante el poder que representa el ejecutivo. Es una lucha desigual, por donde se le quiera ver.
En la administración de Sheinbaum, como en la anterior, se han utilizado instituciones como la UIF, el Ejército, Hacienda, Fiscalía y las que sean necesarias para amedrentar y doblegar a sus opositores o enemigos; además, ayudan con ese propósito, sin poner tanta resistencia, los que sí tienen cola que les pisen.
No obstante, la soberbia presidencial, sin quererlo así, ha colocado a Salinas Pliego en la mira de muchos ciudadanos que gustosos votarían por el empresario. Y si se insiste en sacrificarlo para demostrar fuerza, más les valdría pensarlo dos veces. Como antecedente, es necesario citar el intento de desafuero que enfrentó su mentor. A López lo hizo más fuerte.
Ahora bien, la intentona de cambiar las reglas del juego a propósito de la iniciativa de reforma a la Ley de Amparo, con un criminal transitorio que permitiría que ésta se aplique con retroactividad, violentando profusamente el ánimo constitucional y protector de los derechos humanos y enviando al país a siglos en el pasado, rebasa la imaginación, porque, de acuerdo con lo señalado en el discurso del primer año de gobierno, parece traer dedicatoria.
Más bien, esto se proyecta como un distractor más para no entrar al fondo del asunto, que infiere quebrar de plano la suspensión provisional de actos arbitrarios de la autoridad, dejando vulnerable al ciudadano en lo individual y social.