Condenados tal vez por ese gusto por las emociones fuertes, amargos episodios se suceden durante las últimas cuatro décadas sin que de ellos se haya obtenido lo que suele denominarse como “experiencia”, saldo desastroso pero al final positivo que, dicen, sirve para no meter dos veces las manos al mismo cesto, lleno de serpientes y otra alimañas.
Es el caso de la deuda pública que, ahora que se discute al menos como posibilidad un cambio en el modelo económico, ha dejado su impronta la depredación especuladora, saqueo de reservas y, peor, a una sociedad cada vez más miserable y dependiente ya de la despensa o tarjeta multiusos de “papá gobierno” o de los actos filantrocapitalistas de fundaciones evasoras de impuestos para no aparecer así como parte de la ofendida “la minoría rapaz” (el “1 por ciento”).
“Ya nos saquearon, no nos volverán a saquear”, informó desde su púlpito el ultimo representante del capitalismo estatal a principios de la década de los años 80 (populismo puro), cuyos herederos de partido hicieron efectivo aquellos de que lo peor que nos podía pasar era que México “se convirtiera en un país de cínicos”, y dejaron la economía “prendida con “alfileres”, desatando la voracidad del rentismo especulador en la crisis de diciembre de 1994 (tecnocracia populista pura).
Otra analogía de polos aparentemente opuestos: en el primer caso se estuvo a punto de declarar “mora” (“debo no niego, pago no tengo”) luego de los fallidos preparativos para administrar la abundancia petrolera que orilló a un endeudamiento enfebrecido. En el segundo, el prometido ingreso al primer mundo se convirtió en una pesadilla con el vencimiento de los Tesobonos salinistas que impusieron el rescate por parte de los Estados Unidos, previa hipoteca de la renta petrolera, según se ufanó el ex de la Fed, al “brujo burbujo” Alan Greenspan.
En ambos casos, la fuga masiva de capital golondrino estuvo acompañada del enflaquecimiento de las reservas internacionales, desequilibrios en las cuentas externas y fiscales, depreciación del peso y un sistema bancario que tuvo que ser rescatado por la tecnocracia neoliberal con cargo a los impuestos ciudadanos (que todavía se está pagando, vía engendro Fobaproa), para luego venderlo a precio de tianguis a la bancocracia internacional.
Hay que recordar ese desastre de 1995: más de tres millones de personas se quedaron sin empleo, el PIB cayó 5.76 por ciento, la inflación se disparó a 52 por ciento y la tasa de Cetes a 28 días alcanzó 82.65 por ciento. Miles se vieron obligados a regresar viviendas, departamentos, autos y se tronaron los dedos para pagar sus tarjetas de crédito.
Todos estos traumas, algunos de ellos vigentes como el Fobaproa, deberían ser ejemplo de lo que no se debe hacer en materia de deuda pública, sobre todo cuando lo único que se alimenta es el rentismo de los “inversores” del lucro fácil y rápido, sin que ese dinero haya abonado al progreso de los ciudadanos, obras de infraestructura hidráulica, educativa o de otros ámbitos. (Millones en pobreza -extrema o simplemente pobres- dan cuenta de ello).
Durante el sexenio de Enrique Pela Nieto la deuda ha crecido 10 puntos porcentuales del PIB, hasta situarse en el 50 por ciento, lo que supondría un mayor crecimiento económico, no el mediocre 2 por ciento que han caracterizado los últimos 36 años neoliberales, pero nomas así.
Y el pasivo crece, no por proyectos de obras, educativos, sino justo por ese rentismo neoliberal que busca los mejores rendimientos. Si los datos son ciertos, hace dos semanas se publicó que desde inicios de este año y hasta el 22 de abril pasado, “la participación de extranjeros en bonos de deuda interna creció en 21 mil 224 millones de pesos, unos mil 150 millones de dólares, de acuerdo con datos del Banco de México”.
Para dar escalofríos: al 24 de abril pasado “la inversión de extranjeros en bonos de la deuda interna gubernamental, que son negociados en el mercado financiero local, ascendió a 2 billones 124 mil 580.61 millones de pesos, alrededor de 115 mil millones de dólares”, de acuerdo con cifras del Banco de México.
“La cantidad superó en 21 mil 224 millones de pesos a la registrada al cierre de 2017, que fue de 2 billones 103 mil 356 millones de pesos”, se difundió.
Para decirlo con algo más que simples calambres: la deuda soberana (bonos de deuda gubernamental) es de 115 mil millones de dólares cuando las reservas internacionales son de 173 mil 060 millones de dólares (al corte del 4 de mayo pasado, se redujeron 8 millones de dólares).
La llegada de estos capitales de papel se da porque la tasa de interés de referencia en nuestro país es de 7.50 por ciento, mientras en Estados Unidos es de entre 1.5 y 1.75 por ciento, pero el caso es que, como en los episodios citados, no están contribuyendo al crecimiento, a inversiones productivas ni a superar miserias ni deficiencias. Sólo se está haciendo alarde de ser un paraíso para la especulación y su rentismo.
Esto sí es uno de los verdaderos peligros para el país, lo ha probado en otras tiempos, pero los órganos de propaganda neoliberal dicen que es lo mejor que nos puede pasar (sin duda a muchos les gusta que vivamos a salto de mata).